Nuestra familia es de lo más normal, pero hacemos algunas cosas un tanto diferentes. Me doy cuenta cuando departo con las otras madres en el banco del parque. Estos días estamos de exámenes. Sí, porque ahora los padres estudiamos con los hijos, aunque digan que estos deben ser autónomos. Ja. ¡Qué manoseada está la palabra “autonomía”! La cuestión es que yo estoy volviendo a hacer tercero y sexto. No me disgusta del todo, porque repasar todo ese conocimiento básico me gusta y porque me reafirmo en algo que siempre he sostenido: lo inmaduros que estamos para estudiar ciertos conceptos en la infancia. Voy. Aterrizo ya en el tema de esta semana.
En casa hacemos las cosas corrientes a nuestra manera, porque una madre que no ve lo hace todo de otra forma para llegar al mismo lugar. Una práctica completamente asimilada por mis hijas y que lleva a mi mayor a la conclusión de que las personas con discapacidad estamos más evolucionadas que el resto. Eso me soltó la otra noche, en ese gran templo de la filosofía doméstica que es la cocina.
¿Más evolucionados que los demás? Le pedí que ampliara la idea. Sí, claro, porque faltándoos un sentido, como en tu caso, hacéis lo mismo que todo el mundo. ¡Olé mi niña y olé su madre que la parió! Eso es como que te pongan un diez con matrícula en un examen de Competencia Maternal.
Estos seres más evolucionados que somos las personas con discapacidad visual nos valemos de nuestras propias habilidades para la vida diaria. Obviamente yo no puedo abrir el libro de texto, empollarme su contenido para, bien tomarle la lección a mi hija, como hacen las otras madres o padres, o hacerle un esquema resumen con lo más importante, como hacen las otras familias. Mis hijas, primero, tienen que leer el tema en voz alta y a mí, sí o sí, se me tiene que quedar todo y a la primera. Por supuesto. Los niños no son pacientes. Y se resisten para volver a leer tres líneas de un libro de texto o las cifras de una división. Se cansan muy rápido.
A veces tomo notas en el móvil, a veces en papel y braille, a veces en el ordenador. Con paciencia y sin paciencia por mi parte, según tenga ella el día y según tenga yo mi día. De más pequeñita era exasperante. El simple hecho de leer ya le costaba. Le costaba moverse por la estructura de los temas (epígrafes, párrafos, gráficos, etc.)., Al principio, no entendía lo que era un epígrafe. Impotencia total para mí, pues no podía señalarle que fuera al primer epígrafe o que volviera a leer el párrafo: ¿pero qué es un párrafo, mamá? ¿Es que no sé qué me dices? Bueno, pues léelo todo. ¿Todo otra vez, mamá?
A veces es duro y se siente impotencia, pero es gratificante, a la larga, perseverar. También hay que saber delegar, pedir ayuda a una persona vidente, un apoyo imprescindible en ciertas materias.
También se viven momentos muy especiales. Enseñar algo que a tu hijo le cuesta se torna muy satisfactorio. Este año nos hemos tenido que enfrentar a la división. Así que, sin dudarlo, desempolvé mi vieja caja de matemáticas en braille. Desconozco si los alumnos ciegos de hoy la siguen usando en la escuela. Es muy práctica, porque te permite visualizar al tacto la estructura de las operaciones, igual que se escriben en el papel.
No había forma de que mi chica me leyera adecuadamente el dividendo y el divisor. A mí se me olvidaba el primero cuando me leía el segundo-. Un desastre. La niña necesitaba que le señalara los números. Yo necesitaba tenerlos por delante, escritos. La caja de matemáticas es, literalmente, una caja de madera similar a un maletín de pinturas. Se abre como un libro. En la izquierda hay una rejilla para encajar piezas de plástico con los números en braille y, a la derecha, seis departamentos con los números en braille del cero al nueve y el signo de restar. Esas piezas se insertan en la rejilla para componer las operaciones, que se leen en braille. Los padres videntes leéis los guarismos en alto mientras los niños los escriben en el cuaderno. Nosotras funcionamos al revés. Mi hija las lee en alto y yo las transcribo en la caja de matemáticas. ¡No lo digas tan rápido! Que yo voy más lenta con estas piezas de plástico. A ella le hace gracia mi lentitud.
Ella resuelve sus operaciones. Yo las mías. Luego nos decimos los resultados. Cuando se pierde, puedo señalarle en mis números en braille y guiarle el cálculo.
Al final, las divisiones listas para corregirlas al día siguiente en la pizarra. De lo más normal. Bueno, y evolucionado. Por supuesto.