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Solo el 1% de la población empobrecida ha recibido alguna dosis anti-COVID mientras crece la presión para el tercer pinchazo

Una mujer es vacunada contra la COVID-19 el 14 de mayo de 2021, en el "Cerro El Agustino", en Lima (Perú)

Elena Cabrera

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La mayoría de los países empobrecidos va a necesitar dos años antes de tener inmunizada al 70% de su población con dos dosis de las vacunas. En cambio, la tercera dosis ya está siendo inoculada a la población mayor de 60 años en Israel. La población general de Emiratos Árabes Unidos que obtuvo dos pinchazos de Sinopharm está recibiendo ya la tercera dosis. A los mayores y vulnerables de Francia, Reino Unido y Alemania les espera la tercera inyección después del verano. Para cumplir con estas previsiones, la Unión Europea ya está haciendo acopio, mediante la firma de un contrato con Pfizer para asegurarse 1.800 millones de dosis adicionales entre 2021 y 2023. En Latinoamérica, Chile y Uruguay han aprobado un refuerzo de AstraZeneca o Pfizer para las personas vacunadas con dos dosis de CoronaVac, el producto del laboratorio chino Sinovac. China, a su vez, está estudiando qué fármaco es el adecuado para reforzar las dos dosis de las suyas. En España, el Ministerio de Sanidad ha llegado a decir que “todo apunta” a que lo habrá, pero no ha determinado cuándo ni cómo ni a quién.

Tras estos anuncios, la OMS ha pedido cautela a los gobiernos. “No podemos aceptar que los países que ya han utilizado la mayoría de los suministros de vacunas utilicen todavía más, mientras que las poblaciones más vulnerables del mundo siguen sin protección”, ha dicho su director general, Tedros Adhanom. Solo el 1% de los habitantes de los países de bajos ingresos ha recibido al menos una dosis de las vacunas COVID-19 de los más de 3.600 millones de dosis administradas en todo el mundo. Estas políticas públicas que refuerzan la inequidad global, con unos países extraprotegidos y otros absolutamente expuestos al contagio, ni siquiera están basadas en criterios epidemiológicos. “Es prematuro”, dice Quique Bassat, experto en epidemiología de ISGlobal.

El propio Didier Houssin, presidente del Comité de Emergencia de la OMS para la COVID-19, había avisado de que los datos “no justifican por el momento” esa dosis de refuerzo. Carrie Teicher, la directora de programas de MSF, se ha referido al reparto de vacunas como un “dramático desequilibrio mundial” y ha dicho que están “moviendo montañas” para llevar dosis a los países de ingresos bajos y medios. En la misma línea, Eduardo García Langarica, de Medicusmundi España, ha calificado de “aberrante” poner los cuidados sobre “un pequeño grupo poblacional con un riesgo real muy bajo de enfermar” mientras en otros lugares del mundo el riesgo es cien veces mayor. (Actualización: Medicusmundi distribuyó una nota atribuida a Langarica que contenía citas a Pablo Tsukayama en una entrevista en CTXT no convenientemente atribuidas, y que posteriormente la organización ha corregido). En el continente africano, los porcentajes de vacunación oscilan entre el 0,05% y el 7%. 

“La foto global de la COVID en el mundo es una imagen de grandes desigualdades en la que unos diez países acumulan el 80% de las vacunas. Es una foto muy decepcionante, deprimente, triste, que vuelve a demostrar las grandes inequidades en salud que hay en el mundo, donde el que tiene más dinero puede proteger mejor a su sociedad”, dice Bassat, que es también médico pediatra especialista en malaria.

“Hace falta más investigación, científicamente todavía no está justificada una tercera dosis”, incide Míriam Alía, experta en vacunación de Médicos Sin Fronteras. “A lo mejor llega un momento en el que hay que decidir que la gente mayor de 70 se debe poner otra dosis cada ocho meses o cada diez, o la gente más vulnerable, o las personas con cáncer. Pero por ahora no existe esa recomendación científica”. Coincide con ella José Antonio Forcada, secretario de la Asociación Española de Vacunología: “Por ahora no tiene justificación, ni aquí ni en ningún lugar del mundo. Lo que hay que hacer es fabricar muchas dosis para que lleguen a los países pobres”. Para Alía, es más prioritario que las farmacéuticas se comprometan en mejorar sus vacunas para hacerlas más eficaces antes que vender más dosis de las que ya tienen.

El interés farmacéutico

A principios de marzo, la farmacéutica Moderna anunció que estaba realizando ensayos con su vacuna de refuerzo, diseñada para ser más eficaz con las variantes del SARS-CoV-2. Un mes después, cerraba la venta de diez millones de dosis con Israel para 2022. Pfizer y BioNTech llevan meses trabajando en su estrategia de refuerzo, anunciando que su vacuna ya comercializada tiene “potencial de preservar los niveles más altos de eficacia protectora contra todas las variantes actualmente conocidas, incluida delta” pero que están desarrollando una actualización de su vacuna dirigida especialmente a combatir esta variante, con ensayos clínicos que se han iniciado en agosto.

“Pfizer presentó sus datos en una reunión con la OMS y esta les dijo que no eran suficientemente relevantes como para aconsejar una tercera dosis a los seis meses de vacunarse”, explica Alía. Para esta investigadora de MSF, las farmacéuticas están buscando “la validación” de la OMS con el objetivo de conseguir una “recomendación general y no tener que discutir” la conveniencia de la tercera dosis con cada país y las agencias reguladoras del medicamento de Estados Unidos y Europa. 

“Es muy probable que las corporaciones farmacéuticas estén apretando para que la tercera dosis se convierta en una recomendación formal y no solo opcional para las personas de riesgo adicional, aquí se juega un dinero importante”, señala, por su parte, Bassat.

Una plataforma de la sociedad civil, la iniciativa Right2Cure, una coalición a nivel europeo para liberar a las vacunas y medicamentos de las patentes, califica el órdago por la tercera dosis de “muestra indigna de insolidaridad” que “responde a la agenda que marcan las grandes farmacéuticas” y que “los gobiernos están asumiendo sin rechistar”, según su portavoz. “Con los anuncios de aumento de precios por parte de las farmacéuticas y con la inequidad que avanza aún más por el bloqueo a la suspensión de las patentes, el solo hecho de plantear la necesidad de una tercera dosis es insultante”, añade.

Los laboratorios Pfizer, AstraZeneca, Moderna y Johnson & Johnson, matriz de Janssen, consiguieron un beneficio neto de 24.522 millones de euros en el primer semestre de 2021, lo que supone un aumento del 66% respecto a 2020, según datos recopilados por la agencia EFE. “Las farmacéuticas tienen un negocio y es muy lícito que quieran aprovecharlo, pero vista la situación de una pandemia global mundial, tienen que hacer el esfuerzo por apoyar a los países pobres y acabar cuanto antes”, dice José Antonio Forcada.

Terreno abonado para la mutación

La apuesta por vacunar de manera extensiva antes que reforzar de manera intensiva no es solo un análisis moral de las organizaciones sino también una estrategia epidemiológica de los expertos. “Los virus no saben mutar por sí solos”, explica Quique Bassat, “pero cada vez que se replican [en un huésped humano] existe la posibilidad de que muten aleatoriamente y de que de alguna de esas mutaciones surja una variante más infecciosa, menos responsiva a las vacunas y por lo tanto más peligrosa para la comunidad global, no solo para el lugar en el que emerge”.

Una alta densidad poblacional y una precariedad de las infraestructuras de salud pública son los dos factores que pueden hacer empeorar el escenario, según señala el doctor García Langarica. Sin una amplia distribución de vacunas en todo el mundo, el empeoramiento de la pandemia es “una posibilidad muy realista que nos puede poner en peligro a todos”, alerta Bassat.

Las vacunas no están llegando a los países de ingresos bajos y medios porque el mecanismo COVAX “no está funcionando al ritmo que se esperaba”, indica Bassat. Debido a los mínimos presupuestos de salud pública que tienen los países más empobrecidos, este mecanismo de solidaridad de la OMS es la única vía que tienen estos países para conseguir vacunas contra la COVID-19, pero llegan menos dosis de las necesarias y con una exasperante lentitud. “Ha habido compromisos que han asumido los países que participan y que no necesariamente se han cumplido, ni tampoco los compromisos de las farmacéuticas. No hay una única culpa sino de una multitud de factores”. Moderna solo ha destinado el 0,3% de sus entregas a países de ingresos bajos y medios, directamente o a través de COVAX, mientras que Pfizer-BioNTech ha enviado un 11%, según datos de MSF reunidos por AirFinity este verano.

“Europa ha comprado cinco dosis de vacunas por cada habitante del continente. Si solo damos una tercera dosis a las personas que realmente las necesitan, es muy probable que podamos redistribuir muchas de las vacunas que nos sobran”, indica Bassat. A través de COVAX, España ha donado 7,5 millones de vacunas de AstraZeneca a los países de América Latina y el Caribe. Es solo una parte de los 22,5 millones que ha comprometido el Gobierno con el mecanismo, cuyo objetivo es inmunizar antes de fin de año al 20% de la población de las 190 naciones que lo integran.

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