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“Me duelen las manos de tanto lavármelas”: porteros y conserjes, un colectivo expuesto al riesgo de contagio

Matias, portero de un edificio madrileño, con protección para evitar el contagio

Carmen Moraga

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Desde que estalló la crisis sanitaria no han dejado de cumplir con su trabajo, una tarea poco visible y más bien ingrata: mantener todo limpio, recoger y sacar la basura o estar pendientes de lo que necesiten los vecinos que viven solos y son mayores. Son los conserjes, porteros y porteras de nuestras casas, un colectivo que en los últimos años parece estar en peligro de extinción pero cuya labor sigue siendo útil y necesaria, mucho más ahora en plena pandemia de coronavirus. Sin embargo, su trabajo no siempre es apreciado y algunos denuncian que hay personas que intentan abusar de sus funciones.

La rápida expansión de la COVID-19 llevó al Colegio Profesional de Administradores de Fincas de Madrid (CAFMadrid) a enviar a todas las comunidades de propietarios una serie de instrucciones para evitar el contagio del coronavirus. En el documento distribuido a todos los inmuebles se recomendaba, entre otras cosas, “mantener una distancia de contacto de al menos un metro entre las personas que transitan en las zonas comunes” o “extremar la limpieza diaria con geles desinfectantes, lejía u otros materiales no abrasivos en las zonas más sensibles”. También “utilizar el ascensor individualmente para evitar contactos con otros vecinos”, o que el portero, al igual que el resto de residentes, se mantuviera “en la vivienda-portería con sus familiares, saliendo a hacer una ronda de control cada cierto tiempo”.

Todas estas instrucciones las lleva a rajatabla Matías, el portero de un bloque de viviendas del distrito de la Fuente del Berro, en Madrid, que ha colocado en los lugares más visibles estas normas. Además, en su mesa de trabajo ya es habitual ver un bote de gel desinfectante y varias cajas de guantes de látex de diversos tamaños para que los vecinos se sirvan antes de salir a la calle.

A pesar de que esas salidas están restringidas al máximo, en su edificio hay bastante trasiego al constar de más de un centenar de viviendas distribuidas en seis plantas de largos pasillos. De ahí que su gran preocupación sea tener bien desinfectado todo el mobiliario del portal: las barandillas de acceso a la casa, el elevador para personas con discapacidad -que ya casi nadie usa- “pero por si acaso”, y las puertas y botonaduras de los ascensores. “Sigo trabajando con bastante normalidad, aunque, eso sí, con todo tipo de precauciones por el temor lógico al contagio”. Un miedo que le lleva a extremar la higiene personal. “Me duelen las manos de tanto lavármelas. Es casi una obsesión”, confiesa.

Matías, que vive con su mujer en el primer piso del inmueble, asegura a eldiario.es que él no tiene ningún tipo de queja. Su jornada empieza a las nueve de la mañana y acaba de noche, después de recoger la basura y sacar los cubos a la calle, aunque ahora no permanece a todas horas en la portería ni sentado como antes en su mesa. Además, se preocupa por comprobar si las personas que viven solas y que por su edad no pueden salir a la calle necesitan algo y están bien atendidas.

“Este trabajo no es un camino de rosas”

Aurelia, que es portera desde hace veinte años de dos edificios de viviendas casi contiguos ubicados en el madrileño barrio de Retiro, alerta: “Este trabajo no es un camino de rosas, como lo están pintando en algunos reportajes que he visto en la televisión en donde destacan la parte amable de nuestra labor. La realidad, a veces, es otra. Hay gente que no te valora nada. El clasismo, desgraciadamente, sigue existiendo”, lamenta. Aunque puntualiza: “Y no lo digo por la mayoría de los vecinos de las casas donde voy, que, de verdad, son estupendos. Casi todos me aprecian y me respetan. Son muchos años y yo también les tengo cariño, he visto crecer a sus hijos”, explica.

Sin embargo, desvela que también hay quien abusa. “Me piden que les haga la compra o que vaya a la farmacia, o me llaman solo para pedirme que les bajen a la calle cartones y cajas de embalaje, cuando sabes que en sus casas están sus hijos jóvenes que puede hacer perfectamente esas tareas”, dice Aurelia, que se ha negado ya algunas veces a hacer esos “favores” en estas fechas de confinamiento. “Solo lo hago cuando se trata de personas solas y mayores, a esas no me importa nada ayudarlas y yo misma me ofrezco. Pero salir a la calle y meterte en un supermercado o en otro establecimiento es un riesgo, el mismo para mí que para ellos”, asegura, en conversación telefónica.

Según explica, desde que se inició el estado de alarma, por la mañana dedica un par de horas a limpiar y desinfectar ambos edificios, y de noche vuelve para sacar las basuras, con la mascarilla y guantes que ella misma se compró para protegerse del virus. Su marido, Jesús, también es conserje en una de las imponentes torres de pisos que están frente al parque de Retiro.

Muy cerca de Aurelia trabaja Dori, que se ocupa de la portería de un edificio de menos de veinte viviendas situado en el mismo barrio. Ahora está de baja confinada en su propia casa porque, según cuenta, cogió frió. “No creo que haya estado con el virus, aunque quién sabe”, dice. “Pero ya estoy bien, deseando volver a trabajar”. Dori lleva desde 2003 como portera en esa casa y es muy célebre entre la vecindad. “Tenemos un grupo de WhatsApp en el que nos 'chivamos' de los cumpleaños y por el que sabemos cómo está todo el mundo, si alguna persona mayor necesita algo o si alguien se encuentra mal”, dice.

Esos 'chivatazos' han provocado ya varias 'fiestas sorpresa' para felicitar a los que cumplen años, bien por el patio interior o bien por los balcones y las ventanas que dan a la calle: “Es bonito y emocionante, ya que no podemos salir...”.

Otra de las cosas que dice haberle emocionado es que, ante su ausencia, los vecinos se hayan organizado para suplir sus tareas. Cada semana hay un responsable de bajar la basura, según los pisos. Y también intentan mantener limpias y desinfectadas las escaleras y los ascensores. “Esos detalles de solidaridad no son tan normales”, afirma Dori.

Otros porteros, como Javier, encargado de un edificio del distrito de Moratalaz, ha cambiado el horario de recogida de basuras y ahora lo hace por las mañanas. En el año escaso que lleva supliendo al titular de la portería, que cayó enfermo, ha conseguido también ganarse la simpatía de todo el vecindario “porque es un encanto”, asegura Olga, una de las propietarias, que no ve ningún inconveniente en esa alteración de la rutina. “Aquí todos procuramos facilitarle la vida”, afirma.

También habla Iván, que es conserje y se encarga junto a una compañera de la misma empresa -una contrata de mantenimiento y limpieza- de los cuidados de media docena de edificios de una de las urbanizaciones ajardinadas del municipio de Rivas Vaciamadrid. “Son pisos en los que hay varias viviendas. Hay mucho que hacer pero me organizo bien. Ahora la prioridad es desinfectar todo, así que al jardín no le dedico apenas tiempo”, explica.

Iván es de Perú y lleva cuatro años afincado con su familia en España. “Regresamos a mi país un año pero fueron mis hijos los que me pidieron volver. Les gusta más vivir aquí”, señala. También él se alegra de haber vuelto. “Estoy contento, no tengo queja, de verdad”, subraya. Pese a todo, no oculta que ha tenido algún que otro altercado con “personas que no demuestran respeto y te exigen cosas que no están dentro de tus obligaciones, y encima a veces con malos modos”. “Pero, afortunadamente, son las menos”, aclara.

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