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Los hoteles 'refugio' de los sanitarios para no infectar a sus familias: “Era agotador estar en casa sin abrazar a mis hijos”

Varios sanitarios conversan mientras recorren una zona común, situada entre pabellones, en el Ifema

Laura Galaup

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Roberto comenzó a descansar cuando se marchó de casa y empezó a vivir en un hotel. “Lo hice para proteger a mi familia. Mis padres tienen más posibilidad de pillar la COVID-19. Desconectas porque ya sabes que dejas a salvo a los tuyos”, explica este profesional sanitario, que trabaja en las urgencias de un hospital madrileño. Sofía y Fátima defienden esta misma postura. Las dos se marcharon de casa para evitar que sus hijos pequeños y sus respectivos maridos, que son población vulnerable por diversas patologías, se infectasen. “Era agotador llegar a casa y no poder abrazar a mis hijos o no poder permitirte llorar”, lamenta Fátima, que trabaja como auxiliar de enfermería en una UCI.

Varias comunidades autónomas han facilitado a los trabajadores sanitarios la posibilidad de pasar su confinamiento en hoteles. Recientemente, el Gobierno anunció que también estudia aislar en estos alojamientos a los positivos asintomáticos. Con la desaparición de los turistas debido a la pandemia y la aprobación del estado de alarma, la finalidad de estos recursos se ha reinventado; algunos se han medicalizado para acoger a pacientes leves, otros se han destinado a usuarios de residencias de mayores que no están contagiados y unos terceros acogen a sanitarios.

Prohibido usar las salas comunes

El Hotel Ciudad de Móstoles es uno de los 21 que hay en la Comunidad de Madrid que se han convertido en un refugio para los trabajadores de hospitales. Nada más traspasar la puerta giratoria con la que se accede a la recepción, quedan claras las normas que imperan desde el 17 de marzo en el establecimiento. Varios carteles colocados en el hall y la planta baja advierten a los recién llegados de la situación excepcional que se vive en este alojamiento que acoge a 60 sanitarios: “Sabemos que nos encontramos en unas semanas de confinamiento y por eso las únicas instalaciones de las que se puede hacer uso son sus habitaciones y el restaurante”. 

Este recurso turístico, situado en Móstoles –municipio del suroeste de Madrid– fue uno de los escogidos por la Comunidad para facilitar una alternativa habitacional a sanitarios que trabajan en el Hospital Rey Juan Carlos o en el Hospital Fundación Alcorcón. Armando Milán, director del hotel, explica que la empresa cede las instalaciones, mantiene un personal muy reducido y “corre” con los gastos corrientes. Por su parte, la Consejería asume la limpieza, aporta la ropa de cama y facilita la comida diaria de los usuarios. Para los residentes el alojamiento es gratuito y la única tarea que no tienen cubierta es la colada de su ropa.

Buena relación con los trabajadores

El hotel ha pasado de alojar a personal de negocios a tener huéspedes de larga estancia, por eso su funcionamiento actual se parece más al de una residencia. La recepción está vacía. Los sanitarios bajan en chándal o pijama a por un café o a fumar y vuelven a su habitación. Tanto Milán como el resto del personal se han convertido en una institución para los profesionales sanitarios. Les llaman por su nombre de pila y les agradecen la ayuda que les están prestando. Una de las imprescindibles es la gobernanta, Toñi de la Torre, que explica cómo durante estas semanas se han ido conociendo. Sus relaciones se han ido estrechando, pero siempre con la perspectiva de que la amenaza del virus acecha. Por eso los guantes y la mascarillas están siempre presentes.

“El otro día una chica estaba haciendo una videoconferencia con su madre de 86 años, le iba enseñando el hotel y me la presentó”, explica de la Torre. Gracias al contacto diario que tienen con sanitarios que están en unidades de cuidados intensivos o en urgencias se han ido enterando de cómo evolucionaba la pandemia. “Llegaron con mucho miedo, con cara de cansados y poco a poco se han ido acomodando. Se van sintiendo como en casa. Ahora ya bajan con el rostro más descansado y más contentos”, cuenta.

Los sanitarios reconocen la utilidad de este recurso que les ha servido para no llevarse a casa la angustia de un posible contagio. “Nos facilitan todo, los trabajadores se han volcado”, cuenta Fátima (nombre ficticio) una de las auxiliares de enfermería que se aloja en este hotel. Hasta que obtuvo plaza, su día a día fuera del hospital se limitaba a aislarse en una habitación de su casa para no contagiar a su marido –paciente inmunodeprimido– ni a sus hijos pequeños. “Me duchaba en el hospital, entraba en casa sin tocar nada y a los niños les tenía que parar para decirles que no me podían tocar”, apunta. “Es una de las cosas por las que decides irte. Ellos se quieren acercar a ti, ¿cómo les dices a través de una puerta que no pueden?”, replica su compañera Sofía (nombre ficticio).

Desde hace dos semanas viven su confinamiento en una habitación individual de un hotel cuatro estrellas. A diferencia de otros establecimientos que han optado por vaciar las habitaciones y dejar lo indispensable, Millán reconoce que ellos han preferido mantener todo el equipamiento con el que contaba cada dormitorio. “Está todo tal cual. Cuando termine esta situación nos encargaremos de desinfectarlo”, apunta.

El ajetreo del hotel ha desaparecido. No hay reuniones en las salas de eventos. Está prohibido interactuar en las zonas comunes. Pocos residentes comen o cenan en el restaurante. El desayuno es un buffet, pero el resto de comidas se distribuyen en raciones individuales y la mayoría optan por tomarlo en las habitaciones, explica Milán. La Comunidad de Madrid les envía a través de Correos los menús individuales, para que los sanitarios solo tengan que calentarlos en un microondas. La cubertería también es desechable.

Limpieza externalizada

Otra de las dinámicas que ha cambiado es la limpieza. La pandemia ha provocado que se valore más el olor a desinfectante que las superficies brillantes. “Al cliente le gusta entrar y oler a lejía. Le genera seguridad”, apunta Milán. La entrada de esta sustancia en la higiene diaria del establecimiento ha dejado el suelo mate y “sin vida”, lamenta de la Torre.

Desde que la Comunidad asumió la gestión del hotel, ninguno de sus trabajadores está autorizado a entrar en las habitaciones. Esta una de las medidas de prevención para evitar contagios. Las encargadas de higienizar el alojamiento son trabajadoras de la empresa Clece, contratadas por la Comunidad de Madrid. Los pomos, ascensores y barandillas se limpian de forma frecuente. En cada planta hay una mesa con sábanas y toallas listas para usar por los residentes, ellos son los que se tienen que hacer la cama y sacar la muda sucia al pasillo.

A pesar de estos protocolos de contención de la pandemia, Milán explica que la Comunidad no les ha facilitado ni a él ni a su personal el material básico de prevención: ni mascarillas ni guantes. Ante situaciones como esta, Sofía reivindica que recursos como este hotel funcionan “gracias al obrero”. “Yo no he visto a ningún jefazo acercarse a saber cómo estamos. Esto, una vez más, se consigue por los limpiadores, los trabajadores y los obreros”, sentencia.

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