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Un dólar de oro entre los fusilados y enterrados bajo los cerdos

Trabajos de exhumación en Grado (Asturias)

Peio H. Riaño

Grado (Asturias) —
8 de agosto de 2021 21:36 h

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“Es de mi padre”. Ha sido el pensamiento reflejo de Onelia. No lo ha podido evitar. Escuchaba con atención a David Ramírez, voluntario de la Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), que enumeraba desde el fondo de la fosa los objetos hallados en cuatro días de excavaciones en El Rellán (Grado, Asturias). Medio peine, hebillas de zapatos y cinturones, partes de madreñas (el zueco asturiano), un abrigo, casquillos de nueve milímetros junto a los restos de 14 cuerpos. El tiro de gracia de una brutal campaña de represión franquista ejecutada en octubre de 1937 contra la población de la zona. No hay restos de ropa militar. No son soldados. Las víctimas de esta matanza sin freno, en una localidad decisiva en la toma de Oviedo y destrucción del ejército republicano del norte del país, es gente del pueblo significada con el socialismo o los movimientos obreros.

La fosa es, en realidad, una trinchera republicana que los franquistas aprovecharon para arrojar los cuerpos a los que quitaron la vida (más de 150 en un mes) y rematarlos en esa herida que apenas tiene más de medio metro de ancho y zigzaguea por el terreno que van descubriendo los operarios. Los cuerpos se amontonan uno sobre otro, boca abajo. David está a un paso de la fosa con los restos todavía sin exhumar y se dirige a los familiares que en la mañana del viernes han llegado para encontrar respuestas y los cuerpos de sus padres y abuelos. Onelia ha llegado con la esperanza de poder dar entierro a su padre, sin tener seguro que estuviera en esta esquina de la finca, pegada al río Cubia y sobre la que todavía se levanta la gochera en la que se crió y engordó a cerdos durante seis décadas. Una granja de cerdos sobre una fosa. Para David Ramírez fue un acto premeditado, una metáfora provocada, el insulto póstumo.

David ha continuado con sus explicaciones a los familiares: “El objeto más llamativo de todos los que hemos encontrado es un dólar de oro de 1856”. Y lo ha sacado de la bolsa de plástico en la que conserva otras bolsas más pequeñas donde han ido apartando los restos hallados que pueden identificar a los asesinados. Hay unos cuarenta familiares en torno a la excavación. Luisa, Sabino, Carmen, Concepción, Mercedes, Feliciana, además de Onelia, entre otros tantos. Están sentadas al borde de la zanja, en unas sillas de tijera que ha traído el alcalde de Grado, José Luis Trabanco (IU), mientras los voluntarios y voluntarias excavan. Observan como espectadores de su propia historia. Mercedes se acercó el jueves, miró bajo los toldos y se encontró con los operarios en plena faena: “A ver si me sacáis a mi papín de ahí”, les dijo.

Memoria oral

Un dólar de oro en una fosa ocultada por una granja. Entre los cerdos y los cadáveres apenas había un montón de arena. Pepe Sierra, exalcalde de Grado, ha compartido pensamiento con Onelia cuando ha escuchado a David. “Es de Rafael”, se ha dicho Sierra. Gracias a él ha aflorado la memoria de estos terrenos, que el alcalde Trabanco compró, en diciembre de 2018, por casi 65.000 euros. Un gesto histórico que ha liberado de la infamia este campo. Sierra se ha encargado de cuidar el archivo del consistorio y los relatos orales de los últimos supervivientes, y ha fundado una asociación que recibe el nombre de Carlos Barrero, el último alcalde de la República en esta localidad, fusilado a las dos semanas del golpe de Estado cometido por Franco.

Sierra tiene identificados a la mayoría de los asesinados y arrojados a la zanja. Alguno de ellos fue a Cuba, pero solo Rafael, el padre de Onelia, estuvo en Tampa (Florida) de donde debió de traer el dólar de oro. David añade que la moneda tiene un punto de soldadura. “Debía portarlo como colgante o en un anillo”, explica a este periódico.

Se llamaba Rafael Huerta Miranda y fue fusilado el 13 de octubre de 1937. Había cumplido 50 años y era reconocido por su elocuencia al hablar, su amabilidad y respeto. No había cumplido los treinta y emigró, como tantos otros asturianos, a América en busca de una oportunidad. A finales de siglo las crónicas recuerdan los viajes de 35 días en el vapor francés “El Corduan”. La crónica del trayecto redactada por otro migrante, José González, es muy elocuente: “Era lo más malo y lo más atorrante que dios largó al mundo. Sigo creyendo que un individuo que hubiese cometido media docena de crímenes, el mejor castigo era mandarlo en ese vapor a la Argentina”, dejó escrito en 1899, en su viaje a América con 15 años.

Un recuerdo dorado

Cuando Rafael Huerta regresó a Asturias veinte años después siguió con sus tareas de labranza y se vinculó al socialismo y dio mítines en la zona. “Debía guardar aquel dólar como recuerdo”, cuenta Sierra a este periódico, que tiene perfectamente datada la vida de Huerta. Onelia tenía tres años cuando mataron a su padre. El recuerdo familiar es imborrable, como el del resto de los que se han acercado al Rellán esta mañana: Rafael recibió una notificación de la Guardia Civil para presentarse en el cuartel. Su mujer insistió en que no atendiera el reclamo, pero fue para allá en contra de la madre de Onelia, a la que había conocido a su vuelta. No lo volvieron a ver nunca más.

Los soldados sublevados arrestaban a los vecinos, jóvenes y ancianos. Primero los interrogaban y torturaban en el chalé de Patallo, que se conserva a la entrada de Grado. Una presencia escalofriante, donde todas las historias de las familias se pierden. Es el caso de Rafael, pero también del padre de Sabino. Tiene 89 años y muestra su dolor: “Lo que ocurrió aquí fue el fascismo sin control, matando a diestra y siniestra”. Tiene 89 años y espera encontrar a su padre, que estaba “guardado” (escondido) hasta que lo amenazaron con matar a sus tres hijos si no se entregaba. Tenía cinco años cuando se lo llevaron al chalé.

También vio asesinar a su abuelo. Echaba la siesta cuando una tropa de 200 o 300 falangistas cruzaba Grado. El vecino, vestido con su camisa azul, salió a saludar y a culpar a la familia de Sabino. Había que echar de allí a esos rojos, recuerda que dijo. Primero lo apalearon y luego le pegaron tres tiros en la parte de atrás de la casa. “Son cosas que no se pueden olvidar”, dice. Tiene muy buena memoria, recuerda la mancha blanca de la yegua del hijo del vecino acusador el día en que murió repentinamente, un año después de los hechos. “Cuando el padre conoció la noticia cayó fulminado”, cuenta.

La memoria no espera

Tampoco está dispuesta a olvidar Concepción Sánchez. Cree que tiene a su abuelo en la fosa. Su abuela bajaba a verle a Patallo todos los días. Y un día ya no estaba. Tenía tres hermanos más, de 15, 17 y 18, “y la madre un día fue a abrir la puerta y se encontró con los cuerpos de los tres, los mataron y se los dejaron a la puerta”. Cuenta que ni su madre ni su abuela hablaban de esto, pero ella insistía. “Si mi madre siguiera viva vendría a excavar con las dos manos. No hay derecho. Aparezca o no aparezca, yo no olvido ni perdono”, dice.

Carmen Álvarez tiene 86 años y quiere estar aquí cuando saquen a su padre. “Solo quiero los huesos de mi padre para ponerlos junto con los de mi madre, que voy a morir enseguida”, explica. Cerca de donde ahora se abre la fosa hubo en otros tiempos un lugar donde los jóvenes de El Rellán iban a bailar. Carmen recuerda cómo su madre prohibía a su hermana ir allí a divertirse: “No bailarás sobre el cuerpo de tu padre”, le decía. Los miembros de la ARMH calculan que debe haber unos treinta cuerpos bajo la granja que el Principado de Asturias no ha derribado. Fruto de la negligencia tendrán que parar la excavación y exhumación hasta que echen abajo el edificio. Creen que esto llevará otro año más. El equipo está “muy decepcionado” con la actuación de la consejera de Presidencia del Principado, Rita Camblor. Prometió hace un año y sobre el terreno una inversión de 150.000 euros para derribar la granja de los cerdos.

Un año después sigue en pie y la recuperación de los cuerpos y la reparación de la memoria de sus familiares tendrá que esperar a que la consejera Camblor cumpla con sus tareas. Hace un mes, cuando la asociación vino a sacar los cuerpos de las víctimas y tuvieron que posponerlo por las lluvias, Luisa, de 95 años, pidió un hueso de su padre. “Con eso me conformo”, dijo a la cámara de CTXT. Hoy ha llegado de las primeras, sobre las once, ha tomado asiento y ha seguido el proceso sin quitar ojo a las labores de los 14 trabajadores. Marco González, vicepresidente de la ARMH, se dirige a Luisa y el resto para mandar un mensaje de esperanza: “Espero que podamos encontrar los restos de vuestros familiares y devolvéroslos para que los enterréis”. 

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