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Las carencias de la red pública de salud mental convierten en privilegio asumir la factura emocional de la crisis

La ansiedad o la angustia se pueden multiplicar con el aislamiento y el encierro.

Marta Borraz

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Estrés, ansiedad, miedo, tristeza, depresión, agotamiento emocional...¿Quién no lo ha sentido en algún momento de la cuarentena? La crisis ha alterado nuestra vida cotidiana a todos los niveles y supone un desafío para la salud mental. Sanitarios al límite, fallecimientos sin despedidas, cuidar y trabajar al mismo tiempo, gente que se ha quedado sin ingresos o que está desbordada por el encierro o la soledad... Muchas personas se sobrepondrán, pero otras tendrán efectos prolongados. ¿Cómo asumirá España la factura emocional de la pandemia?

La conclusión de los expertos es que difícilmente puede la red pública de salud mental hacerse cargo del impacto con los recursos actuales. Los últimos datos revelan que en nuestro país hay seis profesionales por cada 100.000 habitantes, tres veces menos que la media de Europa, que está en 18. La escasez, estructural y denunciada por los propios psicólogos de forma constante, acaba convirtiendo la atención psicológica en algo que depende de la capacidad económica de la población.

Según un informe del Defensor del Pueblo, que actualizó las cifras en enero, en el sistema público las demoras entre consulta y consulta pueden llegar a alcanzar los tres meses. El organismo pone el foco en las diferencias entre comunidades y señala que, mientras algunas como Madrid o Canarias han doblado el número de profesionales en una década, otras como Aragón o Catalunya apenas lo han hecho. En ningún caso, sin embargo, es suficiente, zanja el Defensor, que insta a la Administración a incrementar el servicio de forma “urgente”.



El Consejo General de la Psicología alerta de la situación y apunta a que si no se “refuerza nuestros sistema sanitario” con profesionales y programas no podrá “garantizarse la atención psicológica que la población va a precisar en los próximos meses”. Según sus cálculos, pueden llegar a ser unos diez millones de personas. No quiere decir que todos los que padecen ahora síntomas desarrollen problemas, pero sí una parte: “Sabemos que son reacciones normales ante una epidemia y que pueden producir un incremento del malestar emocional que derive, finalmente, en estados de ansiedad patológicos y en alteraciones anímicas”.

Pedro Rodríguez, psicólogo clínico y miembro de la Junta del Colegio de Psicólogos de Madrid, explica que el ser humano cuenta con mecanismos “para sobreponerse a situaciones realmente adversas” y por eso “mucha gente va a poder gestionar la tensión emocional”, pero “otra no”. El experto reflexiona que “el problema” surge cuando la sintomatología “empieza a dificultar nuestra vida” y ahí “se requiere una atención psicológica”. “Hay que pensar que les está pasando a muchas personas a la vez y que se unen a otras que ya tenían problemas que se ven agravados. Si en mucho sitios ya había listas de espera de hasta seis meses, ¿qué va a pasar a partir de ahora?”, se pregunta. 

Así influye el contexto económico y personal

Las experiencias con otras grandes catástrofes o crisis colectivas convierten en “previsible y esperable” el incremento de demandas, admite el Consejo General. Un estudio publicado en The Lancet en marzo ya apuntó al impacto psicológico de las cuarentenas registrado en epidemias como las de SARS, ébola, MERS o gripe A y recientemente varias investigadoras españolas han querido acercarse a lo ocurrido durante los primeros diez días de la cuarentena en España. Para ello, han desarrollado una investigación basada en una muestra de 3.055 personas.

El estudio Impacto psicológico y factores asociados durante la primera etapa de la pandemia de COVID-19 en España no ha sido aún revisado por pares, pero sus hallazgos coinciden con la alerta de los psicólogos. Un 51% de las personas reportó ansiedad (un 30,4%, severa); un 40,9% algún nivel de depresión y un 42% de estrés. “En general, estamos encontrando tasas de malestar psicológico altas equivalentes a estudios que se han desarrollado en China. Son eventos traumáticos, aunque estas cifras son de la primera fase y hay que ver cómo evolucionan”, señala Rocío Rodríguez-Rey, investigadora de la Universidad Pontificia de Comillas (Madrid) y una de las autoras.

El estudio también ha evaluado cómo interactúan con esta sintomatología diferentes variables como la edad, el género o la situación económica, entre otras. “No para todo el mundo es igual. Hay más riesgo para determinados grupos vulnerables”, estima Rodríguez-Rey, que ha puesto en marcha otra investigación para analizar la prevalencia en determinadas profesiones especialmente sometidas a estrés como sanitarios o trabajadores de supermercados. En todo caso, ya han encontrado que las mujeres, los jóvenes o quienes perdieron el trabajo son los que “muestran síntomas negativos más fuertes”.

Aquellas personas que se han quedado sin empleo durante la crisis o están en un ERTE obtienen una mayor puntuación en la escala planteada por las investigadoras tanto en estrés como en ansiedad y depresión que aquellos que trabajan. Registran también menos nivel quienes residen en viviendas de más de 120 metros cuadrados o aquellos que tienen hijos frente a los que no. Los que han tenido algún tipo de contacto con el coronavirus o aquellas personas que tienen pareja pero no viven con ella apuntan más alto en la escala y las dos preocupaciones más señaladas son el impacto económico y el miedo a que un ser querido enferme por COVID-19.

Rodríguez-Rey señala que la idea es profundizar en los resultados y que habría que tener en cuenta que se circunscriben a los primeros momentos del estado de alarma, pero en todo caso, coincide Pedro Rodríguez, “esto nos pilla en circunstancias únicas”. “No es lo mismo que sea con cierta estabilidad personal o económica que no”, que haya fallecido o enfermado un familiar o que la persona sea sanitaria u otro tipo de trabajadora especialmente afectada por la pandemia, por lo que “eso influirá en los efectos”.

La clave: la salud mental no es secundaria

La urgencia es evitar que este impacto “cristalice” en problemas persistentes de ansiedad, estrés, pánico, trastornos obsesivos, agorafobias o claustrofobias, miedos generalizados, estrés postraumático... enumera Rodríguez. Y para eso “hay que actuar con prevención”. La “clave” es dejar de pensar que la salud mental es “secundaria” o poco importante: “Puede que una demanda no requiera un tratamiento prolongado, pero tiene que ser escuchada por un profesional. Yo puedo tener un dolor en el costado izquierdo y si no se me pasa necesito que un médico me diga si es un apendicitis o simplemente son gases. Esto es igual”, defiende.

Ese es el objetivo que de los teléfonos puestos en marcha por los colegios de psicólogos de diferentes comunidades -más uno estatal en coordinación con el Ministerio de Sanidad-. Sus cifras avalan las advertencias: solo el de Madrid, que ya ha finalizado, ha atendido 300 consultas diarias y el nacional lleva 8.000 en mes y medio. Según constatan, muchas de estas llamadas son “derivadas” de otros recursos, incluidos Atención Primaria o Salud Mental, lo que da cuenta de la “escasez de recursos” y “la posibilidad de que se produzca un desbordamiento”.

La herramienta “fundamental” de los teléfonos ha sido concebida para “la  emergencia”, explica el psicólogo, “y no para intervenciones prolongadas” que son las que se requerirán. Por eso, el Consejo General de la Psicología exige a las administraciones que se involucren y dimensionen el problema. Así, califica de “imprescindible” reforzar la red pública, poner en marcha protocolos generalizados en Atención Primaria, garantizar profesionales en las residencias de mayores y, en definitiva, pensar en la salud mental de la población como un problema real.

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