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Francia homenajea a los prisioneros españoles de los campos de concentración nazis

El primer ministro francés, Manuel Valls, saludaba este domingo al deportado de Mauthausen Ramiro Santisteban

Carlos Hernández

París —

La Memoria, las medallas, el más solemne homenaje a nuestros compatriotas que acabaron en los campos de concentración nazis por defender la libertad ha tenido que llegar, nuevamente, desde fuera de nuestras fronteras. La República francesa ha dado un paso más en su reconocimiento al sufrimiento y el heroísmo de aquellos más de 9.300 españoles que penaron y murieron entre las alambradas electrificadas de Dachau, Auschwitz, Buchenwald y, sobre todo, Mauthausen.

A este último infierno llegó Ramiro Santisteban en agosto de 1940, acompañado por su padre, Nicasio, y su hermano Manuel. Los tres sufrieron vejaciones, palizas y vieron perecer a manos de los SS a decenas de compañeros y amigos. Afortunadamente, los Santisteban lograron esquivar la muerte, aunque Nicasio alcanzó la liberación tan enfermo que falleció pocas semanas después. Hoy, a sus 92 años, la memoria a corto plazo de Ramiro ya comienza a flaquear; sin embargo, este cántabro no olvida ni quiere olvidar sus casi 5 años de cautiverio en Mauthausen. Esta mañana ha plantado cara al gélido frío que azotaba París y a la maldita vejez para acudir, acompañado por su eterna compañera, Niní, a la ceremonia central del Día Nacional en Recuerdo de la Deportación celebrada en París.

Junto a un puñado de exprisioneros franceses, Ramiro ha recibido el reconocimiento y el cariño del Estado francés. El acto, celebrado en el Memorial de la Deportación ubicado junto a la catedral de Notre Dame, ha estado presidido por dos políticos franceses de origen español: el primer ministro, Manuel Valls, y la alcaldesa de París, Anne Hidalgo. El sencillo pero emotivo homenaje incluyó una ofrenda floral para recordar a los millones de víctimas del nazismo, unos breves discursos en los que se apeló a la importancia de no olvidar y, finalmente, el emocionado canto de La Marsellesa.

Al finalizar el acto, tanto Valls como Hidalgo saludaron a Ramiro y al resto de deportados. La alcaldesa de París, en conversación con eldiario.es, equiparó el sufrimiento de los prisioneros españoles con el de judíos, gitanos, soviéticos o franceses: “Todas las deportaciones son iguales. Las memorias no están en competencia las unas con las otras, son las memorias de hombres y mujeres que han sufrido la deportación, el crimen, el hambre y la muerte. Por eso cada año vengo aquí para recordarles”, concluyó Hidalgo.

La emocionante escena se ha repetido en mayor o menor medida en miles de ciudades y pueblos de Francia. Los pocos deportados supervivientes que aún pueden contarlo han acudido, junto a familiares de las víctimas y a decenas de personas anónimas, al monumento que en cada localidad recuerda a quienes sufrieron el azote del fascismo. En Perigueaux el único deportado que continúa con vida y que, por tanto, ha protagonizado en exclusiva los actos conmemorativos, es un español. El asturiano Vicente García huyó de España tras el triunfo franquista rumbo hacia Francia donde, años más tarde, se integró en la Resistencia contra la ocupación alemana.

“Hacía de correo, difundiendo información sobre los movimientos de tropas alemanas –relata Vicente a eldiario.es-. Un día, no sé con seguridad quién fue, pero alguien nos delató. En un momento, la Gestapo nos detuvo a todo el grupo de la Resistencia; éramos 31 y nos apresaron a todos en nuestras casas a la hora de la comida”. Vicente fue torturado durante días por los agentes nazis: “Saben cómo hacerlo.  Con solo dos o tres puñetazos ya tuve que recoger todos mis dientes del suelo. Después me tumbaron en una mesa, me ataron las manos y los pies y me pegaron todo lo que quisieron”. Cuando la Gestapo terminó su 'trabajo', a Vicente le metieron en un tren y le enviaron a Buchenwald donde pasó un interminable año y medio. De aquellos funestos días guarda varios recuerdos, entre ellos el pantalón rayado con su número de prisionero: el 42.553. “La primera vez que volví a Buchenwald para conmemorar la liberación, me puse el pantalón…” Hoy, el viejo luchador ha preferido dejarlo en casa y asistir a la ceremonia con un traje que no acumula tanto dolor.

Al igual que Vicente, los pocos deportados españoles que quedan con vida han acudido a los homenajes con la pesada carga de sus recuerdos. El cordobés Juan Romero lo ha hecho en la ciudad de Ay, donde ha rememorado el tormento por el que pasó en el llamado kommando de la desinfección de Mauthausen. En él recogía la ropa y las pertenencias de los nuevos prisioneros, por lo que fue testigo del efímero paso de grupos de soviéticos y judíos que desaparecían inmediatamente en la cámara de gas. No menos dura fue la experiencia de Cristóbal Soriano, un barcelonés que pasó 4 años en Gusen, un subcampo de Mauthausen conocido como “el matadero”. Hoy ha disfrutado de este día agridulce en su casa de Pérols, recordando a su hermano José que fue asesinado por los nazis en la cámara de gas del castillo de Hartheim. Otros compañeros de cautiverio como los catalanes Marcial Mayans y Manuel Alfonso o el murciano Francisco Griéguez no han podido asistir a los actos conmemorativos organizados en su honor debido a su avanzada edad.

Una Legión de Honor incompleta

Coincidiendo con estas jornadas de homenaje y memoria, el presidente de la República francesa François Hollande firmó hace siete días el decreto por el que se concede el grado de chevalier de la Legión de Honor a cuatro prisioneros españoles de Mauthausen y Buchenwald: Manuel Alfonso, Virgilio Peña, Juan Romero y José Alcubierre. La felicidad inicial por este reconocimiento, tardío, pero reconocimiento al fin y al cabo, se tornó en decepción cuando se supo que la distinción no alcanzaba al resto de supervivientes españoles de los campos nazis.

El primer impulso de José Alcubierre, al igual que el de los otros tres 'agraciados', fue el de rechazar el nombramiento: “¿Por qué yo y por qué no los demás que han sufrido tanto o más que yo mismo. No es justo”. El deportado barcelonés solo cambió de opinión, y sin mucha convicción, tras escuchar a sus familiares más cercanos que le insistían en que aceptara la Legión de Honor en nombre de todos sus compañeros y compañeras asesinados en los campos. “Es un homenaje muy grande… no para mí sino para todos los que estuvieron deportados que han sufrido tanto como yo, o más”, sentenció Alcubierre. El prisionero nº 4.100 de Mauthausen tuvo que compartir cautiverio y sufrimiento con su padre, Miguel, hasta que en marzo de 1941 le apalearon hasta la muerte. “Estoy agradecido al Gobierno francés, pero mi satisfacción solo será completa cuando le den la Legión de Honor al resto de mis camaradas”, insistió José.

Aún no hay una explicación oficial a esta concesión parcial y arbitraria de una de las mayores distinciones que otorga el Estado francés pero la Amicale de Mauthausen de París, que peleó para lograr este objetivo, ya ha anunciado que solicitará que se repare esta evidente injusticia. Paradójicamente, esta polémica no se da en España, donde el Gobierno no solo sigue ignorando a nuestros deportados, sino que incluso ha incumplido la orden dada por el Parlamento. Hace ahora un año que el Congreso de los Diputados aprobó por unanimidad pedir al Ejecutivo de Mariano Rajoy que les brindara un solemne homenaje en 2015, coincidiendo con el 70 aniversario de la liberación de los campos. La moción se presentó, se debatió, se aprobó… y se olvidó.

Mientras el Gobierno ignora el mandato parlamentario, a estos hombres y mujeres que rozan el siglo de edad se les acaba el tiempo. Solo en los últimos doce meses han muerto tres de los apenas veinte supervivientes que aún pueden contar en primera persona el horror que supone el fascismo. El reloj sigue corriendo y España sigue sin saldar su deuda con quienes pagaron el más alto de los precios por defender nuestra libertad.

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