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Los presos Julio y Raúl a la ciudadanía:el aislamiento os puede hacer mejores

Cruce de la M-609, con la última señal del desvio a la cárcel de Soto del Real.

EFE

Madrid —

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Julio cumple en la cárcel de Valdemoro una condena de 4 años por robo y estafa. Raúl está en prisión preventiva en la de Soto del Real por robo y no es su primera vez entre rejas. Han aceptado sin problemas el doble aislamiento que les ha supuesto el estado de alarma e instan a aprovecharlo: “La cuarentena os puede hacer mejores”.

Actualmente hay unos 50.800 presos en las cárceles dependientes de la Administración del Estado -todas menos las de Cataluña, la única comunidad con competencias en materia de Prisiones-.

Todos ellos han visto restringidas las visitas de familiares y las comunicaciones directas, incluso a través de las mamparas, si bien, y para compensar, la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias ha aumentado el número de llamadas a las que tienen derecho: de 10 semanales se ha pasado a 15.

En sendas conversaciones telefónicas con Efe, Julio y Raúl reconocen que estas medidas han sido bien acogidas y subrayan que, acostumbrados al aislamiento, están más preocupados por lo que pasa fuera y por sus familias que por ellos mismos.

JULIO: “HASTA EL SITIO MÁS OSCURO PUEDE SER BONITO”

“Quiero ser feliz, pero eso pasa irremediablemente por ser libre”, dice a Efe Julio, expectante por lo que puede encontrarse en la calle cuando en junio salga en libertad y haya pasado lo peor de esta pandemia: “gente sin trabajo, en paro, sin nada”. Se lo imagina algo así como “una situación de posguerra sin haber habido guerra”. “Nos va a costar salir”, apostilla.

Mientras tanto, este recluso, que tiene cuatro hijos, está más preocupado por su familia y allegados que por él mismo. Y quiere trasmitir a los españoles un mensaje: que en esta cuarentena, recluidos en sus casas, “se den cuenta de lo que es la libertad y lo que representa ser libres”.

Porque él está tranquilo y sabe que su internamiento es responsabilidad solo suya. “Lo tengo que asumir yo”. Tampoco sufre si no puede tener visitas, pero reconoce que para otros internos puede ser más traumático, porque “para la mayoría de seres humanos tener una conexión (con los allegados) es fundamental”.

No habla por él, porque ha experimentado su propio proceso interno y lo vive de otra manera, pero Julio cree que lo peor de un encierro es “la tortura psicológica y emocional” que se sufre. “Esa falta de comunicación con el resto se paga cara, muy cara”, enfatiza.

Con el estado de alerta que también les afecta, los presos viven “en una isla dentro de la isla” y se están apoyando entre ellos. Todos están muy pendientes de las noticias, añade. Incluso hay miedo, porque “el día que entre el virus en la cárcel, nos puede matar a todos”. Comparten duchas, el patio, instalaciones..., recuerda el recluso.

Quiere Julio que este momento de crisis se viva como una oportunidad para “encontrarnos a nosotros mismos”, porque es “un buen momento para mirarte por dentro y plantearte todo”. Es momento, concluye, de “aprovechar para hacernos mejores desde el interior, para cuestionarnos las cosas un poquito más”.

RAÚL: “HASTA QUE NO TE QUITAN LA LIBERTAD, NO SABES LO QUE SE PIERDE”

Lo mismo opina Raúl, en prisión preventiva en espera de juicio, aunque no es la primera vez que pisa la cárcel. Las drogas llevan tiempo jugándole una mala pasada. Hoy cree que la pandemia puede ser un punto de inflexión para reflexionar sobre “lo que estamos haciendo con nuestras vidas y con el planeta”.

Desde la cárcel de Soto del Real, Raúl cuenta que se están tomando todas las medidas de precaución para evitar el contacto directo, incluso en la dispensación de los medicamentos a los reclusos enfermos, y señala que quizá lo que ha provocado algo más de “susceptibilidad” ha sido la restricción de las visitas.

Pero Raúl entiende que debe ser así, incluso por el bien de los propios familiares, que tendrían que agolparse en la entrada a la hora de las comunicaciones, con el riesgo que supone.

Y asegura que “no hay sensación de alarmismo”. “Hacemos la vida más o menos igual, el correo llega con normalidad y podemos hacer más llamadas”, explica.

Como también está restringida la entrada del personal docente, los reclusos más preparados están dando clase a otros internos, con la “misma solidaridad” que se está viviendo fuera de los muros de las prisiones.

Porque también en la cárcel, “en los malos momentos sacamos lo mejor de nosotros mismos”, continúa Raúl, para quien las medidas adoptadas por la Secretaría General son “necesarias”. Incluso, a los presos más reticentes, los otros reclusos se las explican.

Intentan mantener la distancia en la fila de comedor, del teléfono o del economato y, por supuesto, están pendientes de las noticias. Reconoce que en un cárcel tipo, como la de Soto del Real, es más fácil cumplir las medidas de protección, porque las celdas son más amplias, como lo son también la zonas comunes.

“No nos está faltando de nada”, apostilla este recluso, que se comunica con su padre, hermanos y sobrino para saber cómo están viviendo la pandemia. Sobre todo, está preocupado por su progenitor, casi octogenario y dentro de colectivo de riesgo.

En esta prisión no hay infectados, según relata Raúl, y solo un interno que volvía de permiso está en cuarentena por si acaso.

Cree Raúl que ahora los ciudadanos saben cómo es la falta de libertad, pero piensa también que, en un mundo de prisas, ahora es momento de disfrutar de la familia, de darle alas a la creatividad, al ingenio... Ahora hay tiempo, “el que antes no se tenía”.

“Puede ser que de esta crisis salgamos más pobres, pero podemos salir mejor personas”, concluye.

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