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Las lágrimas como arma política y los estereotipos de género marcan las emociones en público de nuestros líderes

La presidenta de la Comunidad Isabel Díaz Ayuso en la misa celebrada en la Catedral de la Almudena por los fallecidos por la pandemia

Vanesa Rodríguez

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“Tengo que poder”. Verónica Casado, consejera de Sanidad de Castilla y León, pronunciaba entre lágrimas estas palabras en una comparecencia hace unos días, cuando intentaba leer, desbordada por la emoción, los nombres de los sanitarios que habían fallecido con coronavirus en la región.

Las imágenes se emitieron en todos los informativos. No es habitual ver a un cargo político que no puede contener el llanto. En la actualidad, esto es noticia.

El día anterior, en el funeral celebrado en la catedral de la Almudena en Madrid por las víctimas de la pandemia, una lágrima negra resbalaba por las mejillas de Isabel Díaz Ayuso y quedaba inmortalizada en las fotos que distribuyó su propio gabinete.

Muchos calificaron este gesto como “cínico”, sobre todo porque venía de la responsable de la gestión de la pandemia en la Comunidad de Madrid que se saltó el encuentro con el resto de presidentes autonómicos para asistir a este acto. Pero también se alzaron voces que defendieron a Ayuso por mostrar emoción ante la tragedia.

Más unanimidad cosechó la ministra de Defensa Margarita Robles con su discurso al clausurar la morgue provisional que se había abierto en el Palacio de Hielo de Madrid. Robles cerraba este improvisado depósito con unas emotivas palabras, asegurando a los familiares que los fallecidos estuvieron acompañados en todo momento.

Su voz se quebraba sin ir a más, algo que también le pasó a la consellera de Salut de Catalunya, Alba Vergés, visiblemente emocionada al anunciar el confinamiento en la zona de Igualada donde tuvo que dejar a su familia.

Junto al llanto de algunos profesionales en televisión, son las excepciones de una pandemia que se ha cobrado más de 25.000 muertos en nuestro país, pero en la que se ha llorado sobre todo de puertas adentro. Las medidas de protección por el estado de alarma no han permitido dolorosas despedidas en público. Y, pese a las circunstancias, todavía choca ver emoción en la clase política.

Juan Pedro Sevillano, psicólogo clínico, explica que estas reacciones nos sorprenden al no estar “acostumbrados”: es algo que “no hemos integrado en la imagen que tenemos” de los políticos y tampoco ellos lo han “incorporado a la ”imagen que transmiten a la sociedad“ de forma habitual.

Desde su punto de vista, “es saludable que los responsables políticos expresen en alguna medida emociones asociadas a los hechos que suceden”, ya que de esta manera pueden “transmitir más credibilidad y cercanía” en un momento en el que los ciudadanos necesitan de sus líderes que “sintonicen con el estado emocional colectivo”.

Comparte esta defensa de la empatía Tània Verge, profesora de Ciencia Política en la Universitat Pompeu Fabra.“Tendríamos que plantearnos si ante una crisis sanitaria de esta magnitud, con los miles de vidas que se ha llevado por delante y el impacto que está teniendo sobre el empleo, lo desastroso no sería que los líderes no mostraran empatía”, afirma en declaraciones a eldiario.es.

De forma distinta lo ve la doctora en Ciencia Política Aina Gallego, que recuerda que “ante una situación que provoca miedo”, como es esta pandemia, “para una parte importante de la población, la primera reacción no es buscar empatía, sino a un líder fuerte e inteligente que guíe al grupo”.

La investigadora destaca que es cierto que los líderes empáticos pueden generar “más confianza” porque “leen mejor la situación y pueden ajustarse a ella a nivel emocional o comunicar mejor”, pero cree que en estos momentos lo que se le exige a los líderes “no es empatía en sí misma” e insiste en que “en una situación de emergencia, no queremos a un líder llorando”.

Críticas por la falta de emoción

En general, la contención ha primado entre nuestros políticos masculinos. Hemos visto emocionarse al jefe del Estado Mayor de la Guardia Civil José Manuel Santiago, que tras la polémica por sus palabras sobre los bulos en las redes sociales comparecía claramente abrumado. También alguna muestra de emoción en las comparecencias del ministro de Sanidad Salvador Illa en el Congreso o de Fernando Simón en sus ruedas de prensa. Gestos compungidos en el caso de Pedro Sánchez cada sábado.

Bien por las muestras de emoción o la falta de ellas, ha habido algunos representantes políticos que han decidido tirarse las lágrimas a la cabeza, por si los reproches sobre la gestión no fueran suficientes.

Desde la oposición, no se ha dudado en criticar al Gobierno por la “falta de emoción” del presidente del Gobierno y han reclamado más símbolos de “luto oficial”, que finalmente se ha anunciado para las próximas semanas. Mientras, tras las lágrimas de Ayuso, llegaba la foto frente al espejo del líder del PP Pablo Casado, una escenificación de rabia mostrada mediante puños cerrados y el ceño fruncido.

Esta dicotomía, según la psicóloga social Adriana Gil-Juarez, encaja con dos tipologías de narrativas para afrontar la pandemia. Estarían aquellos que la ven “como una guerra con un enemigo contra el que no podemos defendernos y ante el que se usa un vocabulario bélico” y un discurso “agresivo-masculino”. En una guerra, “nuestros líderes deben ser fuertes, no mostrar ninguna vulnerabilidad y hacer caso del 'mandato social' de que no hay que expresar las emociones”.

Y luego está la pandemia interpretada como la prueba de “lo débil que es nuestro sistema económico y de cómo depende totalmente de aquello que no tiene en cuenta ni valora: los cuerpos, el decrecimiento en el consumo, la explotación del planeta, la cultura y las artes, los cuidados, la solidaridad, la empatía”.

En esta segunda definición, la profesora de la Universidad Rovira i Virgili recuerda que “no solo sería bueno que expresen emociones, sino que es lo mínimo que deberíamos esperar de los y las políticas: empatía, vulnerabilidad, conexión con la gente, porque son responsables de la gestión de sus vidas”.

Esto es la guerra

En la línea de lo que se espera de un líder fuerte, los políticos han optado por el lenguaje belicista utilizando la guerra como símil en la lucha contra la pandemia. Discursos duros y agresivos, que se han visto también en mandatarios internacionales como Donald Trump o Bolsonaro.

“Estas actitudes solo serían toleradas en hombres políticos”, señala Tània Verge que destaca que, en general, “las mujeres líderes han tendido a utilizar más la empatía en sus discursos haciendo una llamada a la solidaridad y a cuidar de la comunidad”.

Para la experta, esto es precisamente lo que se espera de ellas, porque “los estereotipos de género siguen muy vigentes a la hora de evaluar a los políticos y las políticas”, ya que las mujeres han sido históricamente excluidas de los círculos de poder.

Frente a estas actitudes “chulescas”, de “muy macho”, como las califica Verge, algunos líderes mundiales han comenzado a mostrar durante esta crisis otra cara.

Gil-Juárez recuerda que hay mandatarias que no encajarían en ese patrón de género esperado. Entre ellas estarían Angela Merkel o Jacinda Ardern, primera ministra de Nueva Zelanda, o el primer ministro canadiense Justin Trudeau en el lado masculino.

En este sentido, un reciente artículo en The New York Times recoge cómo se está viendo en EEUU a algunos políticos hombres llorar en sus cargos durante esta crisis y asegura que “las viejas reglas de quién puede llorar en público están cambiando”.

El reportaje cita entre otros a Charlie Baker, gobernador de Massachusetts, que rompió a llorar durante una rueda de prensa al mencionar la muerte de una persona conocida; el jefe de gabinete de Trump, Mark Meadows, que ha llorado durante esta crisis en varias ocasiones en las reuniones con el personal de la Casa Blanca y Andrew M. Cuomo, gobernador demócrata de Nueva York, a quien se ha visto emocionado en más de una ocasión en sus comparecencias televisadas.

El rotativo neoyorkino concluye que hoy los rasgos de liderazgo son también “empatía, vulnerabilidad y conexión emocional”, es decir, “rasgos que tradicionalmente se han asociado con mujeres”.

Lágrimas con género

¿Pero se juzga distinto las emociones de ellas y ellos? Esto es así para la profesora Verge, también directora de la Unidad de Igualdad en la Pompeu Fabra. “Este doble rasero forma parte del régimen de la política porque de ellas se espera que actúen como los hombres, el patrón de conducta establecido para un político ”ideal“, pero que sigan mostrando su feminidad”, asegura, lo que conduce a “una tensión irresoluble”.

De ahí que algunas políticas opten también por la contención. “Lloro cuando llego a casa porque esto es muy duro”, aseguraba la ministra de Defensa en una entrevista en la que ensalzaba a la vez la “humanidad” de las fuerzas de seguridad que han intervenido en la crisis. Mientras, la Consejera de Castilla y León aseguró después de su llanto en público que “se había enfadado consigo misma por no haber podido superar la emoción”.

Para la profesora Verge, “que se imponga la contención emocional a los hombres políticos y que se espere también de las políticas, al tiempo que se las critica si lo hacen, forma parte del sexismo imperante” en la política y en la sociedad. Así, si es una mujer la que llora, por los “estereotipos de género se las considera más emotivas, inestables e incluso histéricas”. Mientras, señala, a nadie le molestan las “lágrimas heroicas” de los deportistas hombres cuando celebran una victoria o lamentan una derrota.

El psicólogo clínico Juan Pedro Sevillano ahonda en que “la asociación de la expresión de emociones y llanto con debilidad de carácter” es algo muy “arraigado en nuestra conciencia social que funciona a modo de prejuicio”. Del mismo modo, se tiende a asociar con “fortaleza de carácter” la expresión “fría y dura” de quien no deja “entrever emociones en sus manifestaciones públicas”.

Sevillano cree que sigue “viéndose una diferencia a la aceptación de las muestras de emociones por parte de los políticos según sean hombres o mujeres”, pero también señala que “se está produciendo un igualamiento” de esta percepción.

Coincide con esta opinión Aina Gallego. La investigadora, que estudia entre otros temas las desigualdades en la participación política, destaca que se ha ido “reduciendo a lo largo del tiempo” la forma con la que se juzga a las mujeres políticas frente a los hombres. Gallego detalla que estudios recientes “encuentran menor o ninguna diferencia entre la severidad con que se juzga un mismo error dependiendo de si el político que lo comete es hombre o mujer”.

Fuera de la “jaula de hierro”

Aunque en esta crisis sanitaria ha primado la sobriedad, sí que ha habido otras ocasiones en las que hemos visto desmoronarse a nuestros políticos. Bien es cierto, que en la mayoría de ejemplos ha sido por motivos más personales y no en el marco de una tragedia colectiva: Pedro Sánchez cuando anunció que dejaba su acta como diputado, Pablo Iglesias abrazándose a Echenique tras tomar posesión de su escaño en el Congreso o las lágrimas de Esperanza Aguirre cuando detuvieron a Ignacio González por corrupción.

La politización de las emociones en esta crisis sanitaria, el uso medido y mediatizado de los gestos y el lenguaje y, en general, poner continuamente bajo la lupa las lágrimas que derraman los políticos, hace que exista una desnaturalización de este tipo de reacciones. Si lloran, no nos los creemos, si no lo hacen son fríos e insensibles, si ellas lloran, no son de confianza.

“Humanizar y democratizar la política implica entender que las emociones forman parte de ella, no podemos ser una persona diferente por unas horas del día mientras nos ponemos frente a una pantalla”, explica Verge que cree que pensar que no deben mostrar emociones “reproduce una imagen de la política distanciada y despreocupada de la realidad”.

Por ello, la experta defiende que si la ciudadanía reclama una “conexión emocional” con aquellos que nos representan, dejar ver en público estas emociones debería “ser un activo en una democracia, nunca un demérito”.

“¿Quién quiere burócratas sin corazón?”, se pregunta la profesora Gil-Juárez que concluye recordando la figura de la “jaula de hierro” utilizada por el filósofo Max Weber para hablar de una fría burocracia compuesta por “hombres inflexibles, con visión estrecha, competentes, pero insensibles”.

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