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“Las mentiras tienen las patas cortas pero los charlatanes, las piernas muy largas”

Caricatura de Guido Bennati publicada por la prensa en 1883.

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Javier Salas —

Hubo un tiempo en que la frontera entre la medicina y la charlatanería era muy difusa, hasta el punto de que médicos y charlatanes trabajaban juntos. Un tiempo de curanderos que se hacían pasar por científicos y de científicos que se asombraban por los conocimientos de los charlatanes. En aquellos siglos, entre el XVII y el XIX, se consolidó esta tradición de hombres que iban de pueblo en pueblo engañando a sus habitantes con remedios inútiles y que todavía sigue vigente aunque sea con medios más sofisticados.

Investigadora del CONICET en el Archivo Histórico del Museo de La Plata (Universidad Nacional de La Plata), nacida en Quilmes en 1963, estudiosa de la paleontología y la anatomía comparada en el siglo XIX, Podgorny ha estudiado el comercio de colecciones de historia natural y la creación de museos. Coordina la elaboración del Diccionario de la Historia de la Ciencia de Argentina.

La antropóloga argentina Irina Podgorny (Quilmes, 1963) ha estudiado cómo eran aquellos charlatanes, una radiografía muy útil para entender cómo son los de ahora. Investigadora del CONICET, llegó el mes pasado a Europa para recoger en Berlín el premio Georg Forster de la Fundación Alexander von Humboldt, otorgado por su trabajo como historiadora de la ciencia, por ejemplo, siguiendo el rastro de los primeros huesos de dinosaurio con los que se traficó tras la ruptura del orden colonial.

En la actualidad, está trabajando en el Diccionario de Historia de la Ciencia en Argentina, cuyo primer volumen saldrá el año que viene, y en la biografía paleontólogo argentino Florentino Ameghino. Un “sabio nacional”, un padre de la patria, a través de quien aterrizó en la vida de un tipo excepcional: el charlatán Guido Bennati, un italiano que paseó por toda América del Sur un museo de historia natural que usaba como atractivo para vender sus remedios curalotodo. De su estudio surgió el libro que motiva esta entrevista: Charlatanes. Crónicas de remedios incurables (Eterna Cadencia).

¿Cómo llegó al estudio de los charlatanes?

¿Cómo llegó al estudio de los charlatanes?Los padres de la ciencia no están solos. Tienen múltiples facetas como los objetos que coleccionan, que tienen múltiples significados para distintas personas y que no se pierden cuando se incorporan a colecciones científicas. Descubrí a un charlatán italiano, llamado Guido Bennati, porque Florentino Ameghino realiza una excelente reseña sobre sus museos que publica la prensa en 1883. Lo más granado de la ciencia de Buenos Aires celebra la llegada de este señor, y lo mismo pasa en otras ciudades argentinas, en Sucre, en Bolivia… Son personajes que se hacen pasar por arqueólogos, geólogos, naturalistas viajeros, que conocen la bibliografía y que pueden lograr que la gente crea que lo que dicen es plausible. Están repitiendo lo que leen, que es mucho, en una época en que no existen esas carreras de manera profesional.

¿Y en qué se diferencian estos charlatanes decimonónicos de los que vemos ahora en la televisión?

Yo siempre digo que para mí el mundo se acaba en 1910 (risas). El fenómeno del charlatán es viejísimo. El señor que va de plaza en plaza, ahora en televisión, los medios son otros, ofreciendo remedios curalotodo ha existido siempre. Es curioso que muchos de los remedios que ofrecían son de la medicina académica de la época, del siglo XVII o del XVIII, recomendados por doctores y universitarios y que ninguno de nosotros hoy tomaría en serio: si uno ve los recetarios de la época son remedios de curandero. Pero en aquel momento, los charlatanes los popularizan, los sacan de los entornos aristocráticos a la plaza del mercado. Como profesión, la charlatanería y la venta de mentiras o de cosas que no son lo que dicen ser es viejísima. Por eso, los charlatanes desafían ese refrán que dice que “la mentira tiene las patas cortas” porque ellos parecen tenerlas muy largas y sobreviven por todos lados. Y también desafían el concepto de experiencia: ¿cómo es posible que si los charlatanes son un fenómeno tan viejo, y han vendido por siglos remedios que no curan, la gente los siga comprando?

Cuando se descubre el engaño los echan del pueblo. Pero no se inmunizan frente al próximo curandero.

El mecanismo es: echamos a este y damos la bienvenida al que sigue. Surgen conflictos con los médicos, se les muere algún paciente, etc. pero eso no impide que al día siguiente llegue otro charlatán y se le dé una buena acogida. ¿Cómo un personaje puede sobrevivir a contextos históricos tan diferentes, locales y temporales, y sin embargo mantener una estructura que casi no cambia? Es como si la experiencia ni se acumulara ni se transmitiera. No tengo explicación y tampoco me gusta acudir a explicaciones de psicología social, simplemente señalo que el charlatán se enfrenta a los límites de lo que uno cree que es la experiencia y lo que uno aprende de la experiencia. Para la divulgación científica es terrible, ofrece un pesimismo total.

¿Es más fácil que cuajen las palabras de un charlatán que las de un divulgador?

Hay una diferencia fundamental: los charlatanes lo saben todo. Son infalibles, mientras que los científicos y los divulgadores a veces te dicen “no sé, no te lo puedo explicar”. Es más fácil decir que uno lo sabe todo que señalar los límites del propio conocimiento. Ellos pueden curar cualquier enfermedad, han conocido todo el mundo… Un científico y un divulgador te señalan que las cosas no son ni blanco ni negro, que hay matices… Pero es más fácil decir: aquí están los buenos y aquí están los malos.

¿No hay un remedio contra ellos? ¿Algún mecanismo que se haya puesto en práctica a lo largo de la historia para hacerles frente con éxito?

¿Algo para inmunizar a la sociedad frente a los charlatanes? Lo que hay es la regulación de la medicina, que empieza en Francia en el siglo XIX, que comienza a limitar quién puede curar y con qué remedios. Esa legislación francesa fue bastante estricta: persiguen a los charlatanes, difunden sus nombres en los periódicos con nombre y apellidos, les ponen multas, van presos, tienen juicios y demás. Pero eso no significa que se hayan acabado. Es cierto que con legislaciones y tribunales médicos bien establecidos, la práctica de la charlatanería empieza a restringirse. Pero eso no ocurre al mismo tiempo en todo el mundo: en esa época, están permitidos en Italia, por ejemplo. Allí son una profesión, la más baja categoría de los médicos, como podían ser los barberos y más arriba los cirujanos. Los charlatanes estaban habilitados para hacer algún tipo de operaciones, como extirpar verrugas, y para vender remedios que estuvieran aprobados por los tribunales de medicina locales. Es un tipo de medicina que se realiza en espacios públicos, en la plaza. Ellos trabajaban con médicos y por lo general viajan con ellos, que son quienes les firman las recetas. Fue una asociación entre médicos y charlatanes que prosperó y hasta incluso cuando la charlatanería estaba arrinconada.

Era más difícil diferenciar entre ciencia y charlatanería.

Los charlatanes fueron los primeros que aprovecharon la imprenta, gracias a ella empiezan a difundir su presencia, redactando sus anuncios y pegándolos en las ciudades. Hay trabajos sobre la historia de los instrumentos científicos, por ejemplo el telescopio, que primero se usan en la plaza pública como elemento de distracción. En aquella época, no siempre la innovación tecnológica se adoptó primero en el ámbito de lo que hoy denominamos ciencia. ¿Qué instrumentos tiene la gente para saber si la teoría del Big Bang es más cierta que la que le cuente un charlatán? En determinados asuntos científicos, la mayoría de la gente lo único que puede hacer es creer lo que les contamos. Muchas veces la gente no elige lo que va a creer, y elige otras cosas, no las que nosotros queremos que crea.

¿Cuándo surgen por primera vez estos personajes?

Uno encuentra la figura del charlatán ya en la Edad Media, este médico que va de plaza en plaza, que hace operaciones pequeñas y vende determinados ungüentos apelando a cierto origen exótico de los remedios que ofrece, ya sea de África, Asia o América. Un remedio que les ha llegado a través de un intermediario que les ha revelado su secreto. Además, el teatro era la gran estrategia para vender, apelar a los saltimbanquis, a la música: congregar a la gente en la plaza a través de un espectáculo. Estas dos estrategias, lo exótico y lo teatral, son bastante antiguas y se prolongan hasta el siglo XIX. Lo más interesante que yo encuentro de Bennati, por ejemplo, es que él en Italia era un charlatán clásico, que usaba la música como atracción. Sin embargo, al llegar a América, cambia su estrategia de atracción y lo que hace es montar un museo de historia natural, una colección que con la que viaja, y empieza a presentarse como un naturalista viajero que está recorriendo el continente. Esto habla del poder de observación de estos personajes, que se dan cuenta de lo que la gente está esperando. Él rápidamente descubre que con el museo va a tener éxito; es un éxito parcial, claro, porque cada tanto va a tener que irse, pero no quita que mientras están ahí tienen éxito.

¿Qué otros recursos emplean para engatusar al público?

Resulta fabulosa la capacidad para el marketing que tenían estos señores. Bennati podía vender en Italia una crema que estaba patentada como crema del Ejército, con una composición conocida para varias dolencias. Cuando llega a América, en este proceso de adaptación de sus productos, él empieza a promocionarla como “crema incásica” y asegura, en la promoción, que la encontró excavando en unas cavernas bolivianas en la que encontró la momia. Allí encontró unas ánforas repletas de este remedio que tendría unos remedios curativos extraordinarios. Un secreto que vendría de una cultura milenaria desaparecida. Es una buena muestra de esta práctica que todavía se mantiene hoy, el atribuir poderes curativos a lo exótico, transformando una crema que traía de Italia en un remedio para todo aprovechando el prestigio que empezaban a tener las antigüedades incaicas en el siglo XIX tanto en América como en Europa.

Es algo parecido a lo que sucede ahora con la medicina tradicional china, por ejemplo.

En realidad, tiene su origen en un viejo tópico cristiano según el cual todos estos pueblos, por ser simples, están más cerca de la sabiduría divina que los pueblos occidentales. Creer que esas antiguas civilizaciones, de alguna manera, están más cerca de Dios que la civilización es una vieja idea cristiana que todos estos señores del pasado y del presente saben utilizar muy bien… y que a mucha gente le gusta comprar.

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