Laura lleva dos semanas encerrada en casa, de donde no sale ni para hacer la compra. La razón es que la noche del 24 se trasladará al pueblo para ir a cenar con su abuelo Ramón, de 96 años. La idea era que no fuese nadie, pero lo ha negociado con sus padres porque se le cae “el alma al suelo pensando en dejarle solo en Nochebuena”, cuenta. Soledad o exposición al virus. Esta dicotomía a la que se enfrenta la familia de Laura representa a todas las que tienen personas mayores fuera del núcleo de convivencia, sobre todo ahora que las limitaciones para la Navidad se están endureciendo por el repunte generalizado de los contagios.
Después de tantos meses encerrados en casa, hay quien piensa que por cuatro reuniones no merece la pena exponer a los abuelos en plena escalada de la curva. Otras como Raquel Mera, psicóloga sanitaria especializada en ancianos, creen que “las fechas navideñas son clave para la salud mental de estas personas porque lo asocian a la costumbre y a la cultura”. En cualquier caso, ella aboga por tomar precauciones antes de sentarse a la mesa con una persona de riesgo, como las cuarentenas voluntarias, el distanciamiento y la mascarilla.
“Hablamos siempre de la transmisión del virus, pero la soledad es también un problema de Salud Pública”, opina el epidemiólogo Pedro Gullón. Los psicólogos llevan meses denunciando la gerontofobia y el edadismo en la gestión de la pandemia, algo a lo que se suma la doctora Mera. “Hacerse mayor es muy duro, implica afrontar la muerte, salir de la esfera familiar, que te infantilicen y ahora, además, que decidan por ti sin ni siquiera preguntarte si quieres pasar las navidades en familia o no”, critica Raquel.
A pesar de las recomendaciones sanitarias, los virólogos apuestan por hacerles siempre partícipes de la disyuntiva. “Decimos que navidades hay muchas y pandemia solo hay una, pero es algo que pueden decidir las personas mayores también y no siempre les damos la oportunidad”, reconoce Manuel Franco, catedrático en Salud Pública. Su madre, Pilar, piensa que “no pasa nada por estar un poco quietecitos y tranquilitos en estas fiestas”. A sus 72 años y enferma del corazón, reconoce que está “muy asustada” y que pasará la Nochebuena sola. “No pasa nada, nos vemos por el móvil. La esperanza que tengo es que si nos vacunamos, podremos brindar el año que viene por el 2021, porque este 2020 ha sido catastrófico”, asegura al otro lado del teléfono.
En cambio, Loli, de 89 años, lo tiene claro: “No quiero quedarme sola”. Aunque ha perdido a dos hermanas por la COVID-19 desde el comienzo de la pandemia, esa es precisamente la razón por la que necesita unas navidades familiares. Eso sí, con la condición de que no sea en su casa. “Normalmente celebramos todo en mi comedor, que es muy pequeño pero mi familia está muy bien avenida, así que no hay problema”, reconoce. Pero este año le da miedo incluso con los seis que van a ser en Nochebuena y Navidad, justo el límite recién impuesto por la Comunidad de Madrid.
La familia de Julián, también madrileña, ha optado por la máxima cautela. Jesús y Carmina, de 90 y 95 años, pasarán las fiestas solos. “Me da mucha pena, pero es mejor alternativa que el contagio”, señala. El primero está fisica y mentalmente bien, pero su abuela necesita ayuda para levantarse, comer, lavarse y acostarse. Llevan meses recortando las visitas para no someter a Carmina a una posible estancia en el hospital. “No tiene ningún sentido haber seguido esa pauta durante todo este tiempo y arriesgarnos ahora con su edad y su estado de salud solo para que participen en las celebraciones navideñas”, opina.
“La parte buena es que están mentalizados de que lo mejor es evitar los contactos. Lo repiten cada vez que hablamos con ellos. Aunque está claro que se les hará duro estas navidades, se tienen el uno al otro y no van a estar completamente solos”, reconoce. Algo parecido ocurre en el caso de Rita y Santiago, ambos de 90 años. Comerán y cenarán algún día sin las habituales reuniones familiares de Navidad. “Pero no están solos, tienen a Dunia, que es una más de la familia”, dice su hijo Juan Carlos en referencia a la asistenta hondureña, que tampoco tiene parientes en España.
La pandemia ha pasado factura a Rita y Santiago, ya que la primera fue ingresada por neumonía en septiembre y, mientras estaba allí, Santiago tuvo una hemorragia cerebral y estuvo más de una semana hospitalizado. A raíz de esto “se ha quedado muy apagado, no participa y cada vez habla peor”, explica su hijo. En cuanto a su madre, le ha dicho que “la Navidad no le hace ilusión”, ya que es la única que sigue viva de sus 11 hermanos y “se pone nostálgica”. Como no se mantienen despiertos hasta medianoche, han decidido adelantar las uvas telemáticamente a las diez u once de la noche y así “al menos brindar con ellos anticipadamente”.
De restricciones en el hogar conoce muy bien Antonio. Tanto sus dos padres como él son sanitarios y conviven desde hace años con el abuelo Antonio. “Tenemos muchísimo cuidado y hemos instaurado una zona de desinfección en el rellano, además de ir directos a ducharnos al llegar del hospital”, explica. Respecto a las navidades, normalmente se reunían unas 12 personas, pero este año las pasarán los cuatro solos. Todas estas restricciones han afectado psicológicamente a Antonio: “Ha sido un jarro de agua fría y le ha hecho percatarse aún más de su condición de persona ”frágil“ y anciana que quizá antes no asumía tanto”, opina su nieto.
Como médico, recomienda que si los mayores de las familias viven solos, “la semana anterior a las cenas se limiten los contactos sociales para reducir los riesgos”. “Ademas de eso quizá sería bueno poner una mesa para jóvenes y otra para adultos y personas más mayores”, a las que se les presupone menos exposición, “o turnarse para ir a sus residencias con una prueba negativa de hace dos días”, pero siempre como medida adicional y no como garantía de inmunidad.
En la familia de David, la balanza se inclina claramente al temor a la soledad por encima del temor al virus. “Durante los meses de cuarentena forzosa se sufrió bastante y creo que a eso responden las ganas de estar juntos, más que el miedo al contagio”, explica este joven de 28 años. En estas navidades, el único “intruso” será él, que vive fuera del núcleo familiar y que aún tiembla por estar sentado en una mesa con su abuela Nati, de 87 años, y su tía abuela Nines, un poco mayor. “Tomo precauciones como llevar mascarilla todo el tiempo, la máxima distancia posible y sobre todo cero contacto físico con las abuelas, qué remedio”, se resigna.
En su caso, las que no terminan de asimilarlo del todo son ellas. “Sus miedos son muy relativos, porque no se atreven a salir a la calle pero no temen en venir a darle un beso a su nieto”, dice, lo que convierte el distanciamiento en algo doblemente difícil. “Su estado físico es bueno para su edad, aunque este año ha decaído bastante por estar encerrada en casa sin apenas moverse, lo mismo que su estado mental, aunque sigue siendo una persona totalmente independiente y lúcida”, celebra en referencia a Nati.
Los expertos recomiendan a los “intrusos” reunirse al aire libre o ventilando la estancia. Es importante que sean encuentros breves, lavarse las manos regularmente y mantener la distancia de seguridad entre los comensales. La mascarilla solo debemos quitárnosla a la hora de comer y es importante que solo una de las personas se encargue de servir, se evite picar del mismo plato y se reduzca el tono de voz. Hay personas que se plantean hacerse una prueba antes de viajar o ver a su familia, como Almudena, pero no es algo infalible. A ella, además, le toca viajar para que su abuela no pase las navidades sola en León.
“Psicológicamente lo está pasando regular, pues aunque vive sola es una persona bastante dependiente y le ha costado mucho pasar de ver todos los días a su familia a no ver a absolutamente nadie”, dice Almudena de su abuela Covadonga, de 86 años. Lo que sí reconoce es que nunca se han planteado no viajar hasta León, de donde proceden, para reunirse con ella. “Me imagino que si no tuviera contacto con nadie en estas fiestas el riesgo se reduciría a cero”, piensa, “pero vamos a hacerlo todo de la forma más segura posible”, asegura.
“Lo que sí está claro es que le preocupa muchísimo más pasar sola el día de Navidad y Nochebuena que el de Nochevieja y Año Nuevo”, dice en referencia al arraigo cultural que tienen las personas de cierta edad hacia las dos primeras fechas. “Así que quiero pensar que no estamos exponiéndola al virus más de lo que se expone al salir un día normal a dar un paseo”.
Lo mismo piensa Teresa, cuyo núcleo familiar de tres personas se dirigirá estas navidades a su pueblo, en A Coruña, donde vive Maruja, de 76 años. “Lleva sola todo este tiempo con la única compañía de su perro”, explica. “Todos nosotros hemos pasado el coronavirus y nos hemos hecho varias PCR”, dice admitiendo que no es óbice para extremar el cuidado. Al igual que otras de las consultadas, en verano Maruja tenía “más miedo”. Al menos, ella se maneja fenomenal con las tecnologías, “nos llama por teléfono todo el rato para contarnos cualquier cosa, como que ha visto en la tablet una receta nueva o qué ha recogido en la huerta”, cuenta su nieta.
No obstante, reconoce que todos sus planes eran previos a las últimas decisiones del Consejo Interterritorial, que posiblemente les obligue a reestructurar la Navidad. “Claro que nos hemos planteado no ir, porque como en Galicia tienen otras restricciones y es raro que coincidan con las de Madrid, donde abren, cierran, abren, cierran...pero no nos quedaríamos tranquilos si vuelve a quedarse sola”, termina reconociendo. “Son fechas muy especiales, no se puede comparar con ningún momento de este año”, concluye.
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