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Casi la mitad de los ríos españoles, en mal estado por las presas, el cambio climático y las especies invasoras

Presa en el río Lozoya (Comunidad de Madrid).

Raúl Rejón

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Casi la mitad de los ríos españoles está en mal estado. Con sus cursos fragmentados por miles de construcciones, llenos de especies invasoras y privados de su bosque de ribera, el 45% de estas masas de agua está deteriorado, según admite el borrador de la Estrategia Nacional de Recuperación de Ríos.

De los 4.000 cursos revisados, más de 1.800 presentan un estado global negativo. “A pesar de la mejoría, no se han alcanzado los objetivos ambientales” que deberían haberse completado ya en 2021, reconoce el documento del Ministerio de Transición Ecológica.

El mapa fluvial de España muestra que, entre las cuencas que atraviesan varias comunidades autónomas, las que peores datos tienen son la del Duero –con 483 cursos en mal estado por 163 buenos–, la del Guadiana –170 por 71– y la del Júcar –178 por 135.



De las cuencas que solo se extienden por una comunidad, el distrito de la cuenca fluvial de Catalunya tiene 154 cursos en mal estado contra 96 en buen estado. En Andalucía, la cuenca de Tinto-Odiel-Piedras presenta 25 masas malas y 23 buenas.

“Es bueno que haya una estrategia, es mejor que no tenerla, pero nos parece insuficiente porque los ríos en España están muy tocados. Están muy mal”, opina Santiago Martín Barajas, de Ecologistas en Acción. “Es un salto bastante importante en comparación con lo que había antes”, analiza Octavio Infante, de SEO-Birdlife.

Cuando se le pregunta por ejemplos, Martín Barajas dispara un listado casi sin tregua: “Está el Siurana, que es un río torturado, el Genil a su paso por Granada, el Guadalmedina en Málaga, el Zapardiel cuando llega a Medina del Campo... no se acaban: el río Vinalopó en Elche...”, sigue. “Hay 100.000 kilómetros de ríos en España y no están nada bien”.

La restauración fluvial consiste en restablecer que los ríos sean ríos: recuperar su integridad ecológica y sus servicios ecosistémicos. Y eso “requiere la eliminación, modificación o gestión de todas las presiones que lo alteran y desvían de su estado original”, establece la estrategia. “La sociedad demanda la restauración fluvial y no tolera actuaciones de degradación”, afirma.

¿Pero qué está dañando los ríos españoles? “A nivel nacional los cambios que se producen en los usos del suelo, la modificación de los flujos y la proliferación de especies invasoras”.

Además, Infante también llama la atención sobre “lo invisible”, como es la contaminación difusa diluida en las aguas. “No es sencilla de abordar, pero es muy importante” y toca a sectores “como el agrícola y el farmacéutico”. Infante explica que “la nicotina y la cafeína son dos indicadores de hasta dónde llegan los humanos y es increíble la cantidad de estos compuestos que se detectan en los ríos”.

1. Miles de presas y muros

La gran cantidad de construcciones que cortan los ríos es una de las agresiones más importantes que causa la actividad humana, especifica el borrador. El análisis del Ministerio lo llama “alteración de la continuidad longitudinal fluvial”. Hay todavía 18.500 barreras –“obras trasversales”– en forma de presas, azudes y tubos.

A eso hay que añadirle otros 14.000 obstáculos laterales que suelen ser muros, motas o escolleras construidas con la idea de impedir la avenida del agua o estabilizar las orillas.

Un estudio de WWF para toda Europa concluyó que podrían liberarse unos 50.000 kilómetros de cursos de ríos en el continente, 17.000 de ellos en España, si se quitaran estos obstáculos que llamaba “basura permanente”.

¿Qué provoca?

Fragmentar los ríos con estas barreras supone fragmentar los hábitats “con efectos muy negativos sobre los peces migradores”, pero también provoca “desequilibrios en el transporte sedimentario”. Para entender esto, basta con mirar al delta del Ebro, que se ha quedado indefenso ante los embates del mar porque no le llegan esos sedimentos.

Los tapones laterales impiden que el caudal se mueva por los lados, lo que modifica el curso, hace imposible que el agua llegue a los ecosistemas de las riberas o las llanuras de inundación (la marisma de Doñana es una marisma de inundación a la que no le llega agua de los ríos, solo de la lluvia).

2. Especies invasoras

Los ríos –y embalses– de España discurren cuajados de especies exóticas invasoras. Tanto vegetales como animales. “La introducción de especies invasoras constituye una amenaza para los ecosistemas fluviales”, describe la estrategia.

Existen casos tan famosos como el mejillón cebra “en expansión” que llega a afectar a la red de suministro de agua o la planta de camalote que ha obligado a invertir más de 50 millones de euros solo en un plan de choque para el Guadiana.

Además, de las 18 especies de peces de río catalogadas como “invasoras”, 15 son variedades relacionadas con la pesca deportiva (ya sea porque se introdujeron como trofeos o porque se liberan para que sirvan de alimento a las primeras). Una modificación legal aprobada por el PP, PNV, Ciudadanos y PDeCAT en 2018 permite mantener todas estas especies allí donde estuvieran presentes antes de 2007, a pesar del daño ecológico, a veces “devastador”, que siguen causando.

¿Qué provocan?

Cada especie tiene sus propios efectos, pero en general “causan pérdidas muy importantes tanto económicas como en la biodiversidad”.

Los trofeos de pesca, por ejemplo, suelen ser especies depredadoras que han provocado, según sus fichas del catálogo español de invasoras, “extinciones locales” de las poblaciones que depredan. Por eso, los pescadores han recurrido a variedades “pasto” liberadas en los ríos para que coman sus trofeos. Algunas de ellas, también, son especies invasoras.

El jacinto de agua es tan tupido que impide que penetre la luz del Sol y disminuye el oxígeno disuelto en el agua con resultados “nefastos” para la vida acuática. También “reduce el agua disponible para riego y consumo humano” y favorece la proliferación de mosquitos.

3. Cambio climático y bosque de ribera

El contexto de crisis climática tiene una incidencia directa en los ríos españoles. Las precipitaciones más escasas, más torrenciales y acumuladas en menos tiempo harán que los ríos cambien “su régimen de temporalidad, pasando de permanentes a estacionales y de estacionales a efímeros”. Y eso no es un proceso inocuo, explica este documento, sino que causará “un cambio en los ciclos biogeoquímicos y una pérdida de biodiversidad asociada”.

Ante el cambio climático, la vegetación de ribera ofrece una primera línea de defensa, pero está siendo agredida por “las captaciones de agua, la regulación de caudales, el uso ganadero y agrícola y la presencia de especies exóticas invasoras”.

¿Qué provoca?

Su declive, o desaparición, impide que amortigüe el efecto de las riadas y reduzca la pérdida de suelo por efecto de la erosión. Sin estos bosques y arbustos, se desestabilizan las orillas y los sedimentos pasan de largo. Además, la vegetación de ribera consigue modificar las condiciones microclimáticas del entorno, atrapar carbono atmosférico y mitigar la propagación de incendios forestales. Pero si no están, esas funciones se evaporan.

Para que la sociedad acceda a los beneficios que proporcionan los ríos, es preciso que los cursos estén “en buen estado de conservación”, recuerda la estrategia. Y remacha que no cualquier obra que se acometa en ellos puede llamarse restauración. “Una actuación no podrá considerarse como restauración si el objetivo que persigue es la modificación del sistema fluvial para el aprovechamiento humano sin mejorar su estado de conservación”.

Preguntado por cómo ampliaría la acción de la estrategia, Martín Barajas elige una medida: “Doblar el presupuesto de 75 millones para renaturalizar tramos urbanos de los ríos”. El ecologista explica: “No solo aporta un beneficio natural sino, además, social. Las ciudades y las personas lo necesitan”.

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