Donald Trump ha vuelto a poner patas arriba el mundo con su política anticiencia. Esta vez con un asunto de salud tan transversal como el consumo de paracetamol. Desde que me dedico a este área en el periodismo no había visto nada semejante.
La administración estadounidense había sostenido un discurso errático sobre las vacunas para el sarampión mientras se morían niños en Estados Unidos por no estar inmunizados. Pero esta semana se ha producido una situación absolutamente lamentable que ha dejado en shock a los institutos de investigación, las universidades y las autoridades sanitarias europeas y españolas.
Estas últimas han tenido que emitir comunicados para explicar que las embarazadas pueden seguir tomando paracetamol. Aunque debe consumirse en la menor dosis y en el periodo más corto, es seguro. Ninguno de los estudios que han indagado en la relación entre las dos variables han hallado resultados sólidos.
A Trump le da todo igual: decir que “hay un rumor” de que en Cuba no tienen menos prevalencia de autismo porque no tienen paracetamol –lo entrecomillo porque lo dijo, tal cual, así– o anunciar que “habían encontrado una solución al autismo”, un trastorno que sigue siendo una incógnita para la ciencia por sus múltiples causas.
“Hay cientos de grupos de investigación que llevan años buscando las posibles causas de este trastorno del neurodesarrollo y desde luego no es algo que se pueda resolver de una tacada en un par de meses”, nos respondió el neurocientífico José Ramón Alonso, catedrático de la Universidad de Salamanca (USAL).
Hace justo dos semanas hablábamos con colegas de otros medios en un congreso muy guay que se celebra en Alcañiz (Teruel) de lo que todavía tenemos que aprender cuando informamos sobre salud. Reflexionábamos sobre cómo podemos hacerlo mejor en un campo en el que desinformar puede causar un problema de salud pública. Lo que no sabíamos es que nos íbamos a encontrar un caso de estudio tan rápido (aunque podíamos intuirlo, pistas sobraban).
Horas después del anuncio de Trump, la Sociedad Española de Farmacología Clínica nos envió lo siguiente: “La fiebre y el dolor maternos no tratados adecuadamente durante la gestación sí constituyen un riesgo demostrado que se ha asociado a defectos del tubo neural –una malformación congénita grave– y aumento de la tasa de cesáreas”. “La fiebre no tratada y el dolor intenso también conllevan riesgos”, apuntó la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS).
Estos son los efectos que sí están probados. Por no hablar del estado de culpa en que han podido entrar muchas madres –el Washington Post les dedicó un artículo– por haber consumido paracetamol durante el embarazo si sus hijos tienen un diagnóstico de autismo.
La comunidad científica ha empezado a documentar el horror de la ofensiva israelí sobre la población gazatí con un estudio basado en preguntar a 78 trabajadores en el terreno sobre qué lesiones encuentran con más frecuencia. El resultado se ha publicado en una revista tan prestigiosa como British Medical Journal (BMJ), un detalle que no es baladí porque, además de riguroso –todo el rigor que puede darte un conflicto brutal como este– tiene implicaciones políticas muy potentes contra el genocidio.
Las conclusiones dan escalofríos –traumatismos multiextremidades, fracturas craneales expuestas y lesiones extensas en órganos internos– y rebelan que las heridas no tienen precedentes en conflictos anteriores.
Esta semana lo dejamos aquí.
Un abrazo,
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