Cocaína, la droga que siempre estuvo ahí
Óscar no recuerda el momento en que empezó a consumir cocaína a diario. Ocurrió como parte de una sucesión natural de las cosas. Llevaba varios años haciéndose rayas cuando salía de fiesta. “Todavía no termino de entender cómo se convirtió en una necesidad. Estaba en un mal momento. La persona que yo quería me trataba mal y me sentía una mierda. Al salir del trabajo venía un amigo a por mí y sacábamos juntos el perro. En un rato nos tomábamos un gramo entre los dos”, cuenta tres años después de apartarse de la sustancia. Cambió de ciudad y de país para conseguirlo.
España es el país europeo donde más personas han probado la cocaína, casi un 14% de la población, y ocupa el primer lugar en consumidores durante el último mes (1,4%), según el último informe europeo sobre drogas. Tomarla se ha naturalizado hasta el punto de que se ha dejado de hablar del tema, coinciden varios expertos.
“El problema es que cuando esto pasa la sensación de peligro disminuye”, señala Luis Sordo, especialista en salud pública y profesor de la Universidad Complutense de Madrid. La idea de que “si todos lo hacen, no debe ser malo –añade el médico– es lo que más preocupa en prevención de adicciones”. Pero el hecho de que “la preocupación se haya reducido, no significa que haya disminuido el consumo o que no exista igual o más problemática asociada”, advierte Josep Rovira, director del área de Drogas y Salud de la Asociación Bienestar y Desarrollo (ABD) y cofundador de la ONG Energy Control.
El consumo se ha mantenido más o menos estable en los últimos 15 años. No hay grandes picos ni valles; tampoco tendencias ascendentes o descendentes, ni siquiera suaves. Como su precio, estable: 10.000 pesetas el gramo antes de 2002, 60 euros hoy. Uno de los pocos productos, si no el único, que hizo el cambio de moneda 1 a 1 y que es ajeno a la inflación. En términos relativos la cocaína es cada vez más barata. “La única forma de lograr que algo no suba de precio es tener una afluencia extraordinaria”, sostiene Emilio Salgado, responsable de la unidad de toxicología clínica del área de Urgencias del Hospital Clínic de Barcelona, que ve cada día la dimensión del fenómeno. “La disponibilidad de esta droga sigue aumentando”, constata el informe 2025 de la Agencia Europea sobre Drogas.
La estadística dice que hace años que esta droga mantiene la posición de la segunda sustancia ilegal que más se toma, por detrás del cannabis. Y es muy asequible y disponible. Un 40,6% de la población considera que es fácil o muy fácil de obtener en 24 horas, según la encuesta EDADES del Ministerio de Sanidad. “El consumidor se ha hecho transversal por estos motivos”, dice Rovira.
El consumo de cocaína se ha mantenido estable en los últimos 15 años, como su precio: 10.000 pesetas el gramo antes de 2002, 60 euros hoy. Uno de los pocos productos que hizo el cambio de moneda 1 a 1 y que es ajeno a la inflación
Óscar sabía a qué puerta llamar para conseguirla sin dificultad. “Es fácil para un bolsillo pobre como el mío pillar 10 euros. Mi sensación es que está más callada porque la consumen personas de todas las clases sociales, también gente con dinero”, considera este chico de 30 años que agotaba prácticamente todo su salario en la primera mitad del mes. Cuanto más consumía, más quería. Y no era solo cocaína: la acompañaba de cannabis y alcohol.
No es una excepción. Es habitual que quien consume esta sustancia también se pase con las bebidas alcohólicas. La combinación, dicen los expertos, es peligrosa. “El organismo genera una molécula llamada coquetileno cuando no se consume, que tiene un efecto similar al de la cocaína pero más largo, con lo cual es mayor el riesgo desde el punto de vista de la salud”, explica Salgado.
Cocaína cotidiana
El punto de inflexión de la adicción suele marcarse allí donde empieza a suponer un problema para las actividades diarias: ir al trabajo, comer, dormir... “Pero la cocaína en su posición adictiva no hay que entenderla solo en el consumidor diario, también viene para el que hace tres días masivos de consumo, se arrepiente y vuelve al siguiente fin de semana”, avisa Rovira. Con el alcohol, este patrón de consumo se llama binge drinking.
Históricamente, la cocaína “estuvo muy tapada por la heroína por los enormes problemas que esta última provocó”. “Es verdad que no tiene la mala fama que tienen los opiáceos en nuestro ámbito”, coincide el doctor Salgado. “Los que vivimos los 80 con la heroína, las personas muertas por la calle, generamos un rechazo hacia los derivados del opio. Pero las nuevas generaciones no lo han vivido”, reflexiona.
En aquellos años también se consumía más, pero era invisible. Después se estabilizó en niveles altos bajo la inevitable comparación. “Si produce adicción es más lenta y al tomarse esnifada hay menos consecuencias para la salud que cuando se usan agujas. Además, no tiene los síndromes de abstinencia que tiene la heroína”, desgrana Sordo.
Esto explica algo importante en esta sustancia: se puede mantener una vida profesional bajo sus efectos. El periodista y escritor David López Canales, que ha escrito el ensayo ¿Una rayita? en el que analiza el uso de la droga en España, tiene claro que en cierta manera el modelo productivo incita al consumo para mantener el ritmo. “La cocaína está muy normalizada en el consumo diario para producir”, reflexiona. “No solo permite aguantar ese ritmo, sino que es la sustancia que mejor lo representa. Es la sustancia de los yuppies de Wall Street y el modelo nos ha convertido a todos en yuppies de Wall Street, pero sin pasta”. Y con cocaína.
Nada nuevo, por otra parte. “Cocaína para trabajar, porque mi curro me lo exige”, canta Reincidentes desde 1994 en su canción Vicio (y todo el que haya ido desde entonces a una fiesta de pueblo con orquesta). Óscar lo ve muy real: “El 90% de la gente que está enganchada consume trabajando. Es como necesitar fumarse un cigarrillo”. El dato no es científico, solo responde a su percepción personal, pero da una idea de lo extendido del consumo fuera del circuito del ocio.
Toda esta supuesta inocuidad se rompe en mil pedazos cuando se ve que pese a ser la segunda droga ilegalizada más consumida es la que más ingresos hospitalarios y tratamientos de desintoxicación provoca. De largo. O que está presente en dos de cada tres muertes, según relata Salgado, que lleva años analizando el fenómeno en el Clínic. “En el hospital vemos un incremento de los casos de abuso desde hace tiempo”, sostiene. “En siete años el porcentaje de la cocaína como agente causal de la intoxicación ha pasado del 20% al 25%”. El problema, cuenta el doctor, es que “el consumidor de cocaína es lo más democrático que hay. Está tan normalizada que no se puede saber quién es, no hay un perfil específico”.
El lapso entre la primera vez que se consume cocaína y el inicio de un tratamiento para salir de la adicción es de unos 13 años, según el último informe de la Agencia de la Unión Europea Drogas (EUDA). “En España tenemos 22.000 nuevos admitidos a tratamientos por consumo de cocaína y se estima que hay más de 100.000 personas con una ingesta problemática. Relacionarlo solo con el modelo productivo es simplificar, pero desde luego que son dos cosas que conviven”, apunta Sordo.
Preparar los sistemas de salud
Las 21.818 personas que comenzaron una terapia para desengancharse en 2022 superan por mucho a quienes necesitaron ayuda para dejar de consumir cannabis (12.574, pese a que esta droga se consume más), heroína (7.585) o hipnosedantes (1.079). La curva en el caso de la cocaína descendió entre 2008 y 2016, pero ha vuelto a repuntar. No obstante, el alcohol sigue a la cabeza con más de 27.000 consumidores tratando de abandonar la sustancia.
“Como parece que no estamos muy preocupados, no invertimos tanto en el sistema de atención a las drogas. La capacidad de atención de tiempos pasados se ha relajado y más gente recurre a tratamientos privados, lo que no universaliza los abordajes”, subraya Rovira.
Algo parecido pasa con las campañas. Si bien hacer mensajes generales puede quedar lejos a mucha parte de la población, “debería hacerse un esfuerzo orientado a poblaciones-objetivo”, según el trabajador social. Todo el mundo recuerda aquella famosa campaña del gusano de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción que tiene casi 25 años. “Hay desde luego otros temas de salud que repercuten en más gente, pero sí me gustaría que se hablara más de ello, pero también de los hipnosedantes, de las adicciones sin sustancia o del chemsex”, resume Sordo.
La EUDA, que monitoriza el consumo por países, alerta de que la disponibilidad de esta sustancia está aumentando en el continente y eso podría tener un efecto en la demanda de tratamientos en los próximos años. Los sistemas de salud deben “evaluar urgentemente la capacidad de reacción en previsión a esto”, dice el informe.
Medir si es más o menos accesible no es fácil, pero hay un dato que puede dar pistas. La presencia de cocaína en aguas residuales municipales aumentaron en más de la mitad de las 72 ciudades europeas que cuentan con datos. Su consumo es transversal no solo en lo social, sino también en lo geográfico. La urbe con más miligramos detectados por cada mil personas por día es Amberes, en Bélgica, seguido por Tarragona. Otro elemento que da información son las incautaciones. España es uno de los tres países, junto a Bélgica y Países Bajos, con mayor volumen de sustancia requisada debido, probablemente, a que es un punto de entrada a Europa.
Aunque la cocaína es la sustancia que siempre estuvo ahí, las formas de consumirla también van cambiando. En el Clínic, por ejemplo, cada vez hay más urgencias relacionadas con el crack, la forma cristalizada de la cocaína. “Empecé a ver casos de complicaciones que nunca había visto, solo en los libros. En el laboratorio la forma que tenemos de asegurar que una persona ha consumido crack es porque en la pirólisis, cuando se quema la piedra, se genera una molécula que luego detectamos en la orina y uno de cada diez positivos de cocaína atendidos el año pasado era de crack. En 2017 era un 1%”, desarrolla Salgado. Aquí sí, el perfil es más concreto: mucho más vulnerable que quien toma cocaína en polvo.
“Estaba en un bucle muy malo: no tenía ganas de levantarme ni de ir a trabajar. Pensaba que la vida era una mierda. Tuve la suerte de poder irme, literalmente. A vivir a otro lugar y cortar. Creo que lo tengo bajo control”, asegura Óscar, que dice que no ha sentido ganas compulsivas de volver a consumir como antes, aunque admite que a veces le resulta difícil decir que no a una raya de fiesta.
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