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Un “terrorista incendiario” llamado cambio climático

Un hombre lucha contra las llamas en un incendio forestal declarado en Adica, Tondela (Portugal). EFE

Marta Peirano

“Terrorismo incendiario”. Esta ha sido la expresión más popular entre los vecinos de Galicia durante las últimas 24 horas. Se la han copiado a los políticos: el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, ha hablado de “actividade incendiaria homicida” y ha lanzado a los vecinos a la búsqueda del criminal. “Ante cualquier persona sospechosa de producir fuegos como los de esta madrugada, con más de 28 focos en horas nocturnas, es preciso llamar a la Policía, la Guardia Civil o la Xunta”.

El nivel de reconocimiento contra los incendiarios viles es máximo. Circulan vídeos de gente tirando piñas encendidas, se habla de motoristas vestidos de negro con mecheros y retardadores. Se explican los focos múltiples y en paralelo a la carretera con intención criminal y regueros de gasolina.

También se habla de montes sin desbrozar y de condiciones meteorológicas extremas, pero más del cárteles y mafias y de recalificación de suelo, de Ley de montes y de simple maldad. De lo que no se habla, extrañamente, es de lo que más sabemos: que la mano que ha sembrado de incendios no solo Galicia sino también Portugal, Asturias y en el resto de la cuenca mediterránea ha sido un enjambre de síntomas, reacciones y consecuencias claramente identificados como los efectos del cambio climático.

Mucho más que un motorista con mechero

Este año, en Europa se han registrado el triple de fuegos forestales que la media de anual de la última década. La tendencia se repite a lo largo de todo el planeta, desde la costa oeste de los EEUU al sur de África o el oeste de Canadá. Según la Organización Meteorológica Mundial de las Naciones Unidas, este año las temperaturas han sido extremas en el sur de Europa, Oriente Medio, el Norte de África y el suroeste de los EEUU. La temperatura de los océanos ha batido records. España, Italia, Francia y Portugal han tenido 30% menos precipitaciones que en años anteriores.

El consenso de la comunidad científica es que son las consecuencias de un aumento global de un grado de temperatura, un proceso que empezó en la Revolución Industrial, con nuestra producción masiva de gases de efecto invernadero, principalmente como consecuencia de la quema de combustibles fósiles y de la ganadería de producción intensiva.

Un gran consorcio a nivel planetario acordó reducir las emisiones en París el pasado 2015 para no superar la línea de no retorno, que los expertos han señalado en los dos grados centígrados. Pero falta voluntad política para hacer que se cumpla. Los políticos que hoy piden ayuda a la comunidad para “cazar” a los incendiarios han tenido tiempo, recursos y datos para intentar frenar al incendiario principal, pero han tenido otras prioridades. Y los científicos que llevan años advirtiendo que cada vez habrá más incendios y que serían cada vez más devastadores llevan años teniendo razón.

Víctimas de un fuego repetidamente anunciado

Galicia estaba en alerta por sequía. La Oficina Técnica de la Sequía (integrada por Augas de Galicia, la Consellería de Medio Rural, la Axencia Galega de Emerxencias y MeteoGalicia) había propuesto declarar la alerta seca en seis de los 19 sistemas de la cuenca hidrográfica Galicia-Costa. La alerta significaría restricciones en el uso del agua, con ahorros y limitaciones del consumo de grandes sistemas de suministro.

Ya dieron la prealerta el año pasado, pro primera vez desde la creación de la oficina. Y sin embargo, Galicia consumió ese año 615 metros cúbicos per cápita, más de la mitad de la media europea. La alta burocracia no sirvió: en las últimas 48 horas, Galicia ha ardido con la fuerza de 125 incendios, la mayoría de los cuales siguen activos, 15 de ellos de nivel dos. Y no hay agua suficiente para pararlos.

Según uno de los principales estudios sobre los fuegos forestales, el 95% de esos incendios están causados por el humanos. Esto no es lo relevante. El motorista del mechero, la chispa de un ferrocarril y el cigarrillo mal apagado han existido siempre. Pero las olas de calor y las sequías brutales son hijos del calentamiento global. Como lo son la humedad del 20%, la desertización, la alta temperatura de los océanos y unos vientos huracanados idóneos para distribuir el fuego de manera rápida y efectiva.

Hay otros catalizadores para las llamas, como el monocultivo de especies pirófitas, o un monte repartido en minifundios entre una población envejecida y grandes parches sin desbrozar. Hay una legislación que ha cambiado la gestión productiva por un sistema de sanciones imposible de implementar, la guinda en la receta perfecta para un desastre de proporciones incalculables. Todo eso fue lo que vimos de nuevo este fin de semana en Galicia y en Portugal. Y lo que volveremos a ver.

Galicia seremos todos, más pronto que tarde

Lo volveremos a ver, pero en muchos más sitios, mucho más a menudo y cada vez será mucho peor. Es otra predicción segura, como la de los eclipses, porque estos son los estragos del grado que ya hemos subido, pero con suerte nos queda otro medio. Solo puede ir a peor. Según el último estudio de la Comisión Europea, si superamos los dos grados fatídicos, la temporada de incendios será el doble de larga antes de que acabe el siglo. El área quemada será un 200% más grande de lo que es ahora. El impacto será especialmente duro sobre la cuenca del Mediterráneo, que está encajado en una zona especialmente árida, especialmente seca.

Según otro estudio publicado en la revista Nature Climate Change, antes de que acabe el siglo dos tercios de la población mundial estarán expuestos a olas de calor potencialmente mortales. De momento, la temperatura sube a gran velocidad, y no hay un plan Marshall para la tierra que la reconduzca.

Solo en este verano, un bloque de hielo del tamaño de Luxemburgo se desprendió de la Antártica y se perdió en el océano, donde se ha ido fundiendo como un cubito en un whiskey con soda, aumentando la temperatura planetaria. Le siguieron tres semanas de huracanes, incendios, sequías y devastación sin precedentes. Sin precedentes pero no sin preaviso: la comunidad de científicos lleva advirtiéndonos desde que James Hansen habló en el congreso norteamericano en 1988.

Gestión de la masa forestal: propuestas

“Quedarnos en el 1.5º que acordamos en Paris no es imposible— explicaba hace poco Richard Millar, especialista en clima de la Universidad de Oxford — es solo muy, muy, muy difícil”. Probablemente demasiado para esperar que España lo acometa sola, y mucho menos una sola región, o dos. Pero los expertos forestales aseguran que el gobierno autonómico tiene maneras efectivas de reducir los incendios en la zona sin invertir en tecnologías futuristas o firmar acuerdos con países exóticos. Y que gestionar la masa forestal de manera preventiva y a largo plazo es más efectivo y más barato que gestionar el fuego cuando ya llegó.

Como explicaba este verano Juan Picos, profesor de Ingeniería Forestal en Pontevedra y uno de los mayores expertos en el monte gallego, “el problema viene desde hace décadas y hay que revertirlo con un trabajo muy de fondo en el rural que implica también evitar la despoblación”. Otros proponen ganadería extensiva para el control de los montes, “una acción ancestral del terreno que, junto a actividades como la trashumancia, han constituido una herramienta clave y muy valiosa para la lucha y prevención de incendios forestales”. La gestión hidrográfica es otra medida urgente que requiere menos legislación y más vigilancia. Al menos antes de que la Unión Europea nos lleve a los tribunales.

Se necesitan planes a largo plazo, decisiones políticas que se ajusten a la gravedad del problema. Una alianza con la ciencia, con el resto de las fuerzas políticas y con un futuro más humano, para nuestra especie y para todas las demás. Pero es más fácil azuzar a los ciudadanos contra los pequeños terroristas incendiarios, para no afrontar esas decisiones, que requieren otra madera política y verdadera voluntad de gestión. El Calentamiento Global sigue su curso con precisión y sin perder el tiempo, tal como estaba anunciado, tanto si nos lo creemos como si no.

Actualización: Una versión anterior de este artículo decía que el bloque de hielo del tamaño de Luxemburgo que se desprendió de la Antártica y se perdió en el océano habría causado un aumento en el nivel del mar. Esta información no era correcta. Como explica Nancy Bertler, investigadora del Antartic Research Center en Wellington, “el desprendimiento de estas barreras heladas del Ártico no aumentan el nivel del mar” sino que son condicionantes de ese aumento. “Cuando se desprenden, las placas de hielo dañado que quedan atrás aceleran su caída hacia el océano, aumentando globalmente los niveles del mar”.

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