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Las vacunas devuelven la vida a las residencias: “Estábamos esperándolo como agua de mayo”

Nando Ochando / Álvaro Rincón

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Después del parón temporal de la vacuna de AstraZeneca en varios países europeos y el cambio de tendencia en la curva descendente que la COVID-19 venía dibujando en España desde finales de enero, las previsiones de un repunte de la pandemia, se llame o no cuarta ola, son cada vez más sólidas. 

Sin embargo, hay todo un colectivo que, como si de pequeñas aldeas galas se trataran, permanece resistente al nuevo ataque del invasor. Son las residencias de ancianos, priorizadas en el plan de vacunación y cuyos trabajadores y residentes se encuentran ya prácticamente inmunizados. Desde entonces, los contagios en estos centros se han reducido considerablemente. Prueba de ello son los datos de la primera semana de marzo, cuando se registraron tan solo 60 casos en residencias españolas.

Uno de esos pequeños reductos es la Residencia de Mayores de Vista Alegre, una de las 25 residencias públicas que gestiona la Comunidad de Madrid a través de la Agencia Madrileña de Atención Social. El grupo de WhatsApp mediante el cual el centro mantiene informados a los familiares recibió a principios de febrero el mensaje que llevaban tiempo esperando. 

El día 3 se empezó a vacunar a los residentes y días después, se les administró la segunda dosis. Actualmente “están todos vacunados, tanto residentes como trabajadores”, cuenta Inmaculada, directora de la residencia. No duda en subrayar el optimismo ha despertado la llegada de la vacuna: “Estábamos esperando ansiosos que llegara este momento”, señala. 

Carmen, gobernanta del geriátrico, explica que, a pesar de todo, se siguen manteniendo los mismos protocolos de limpieza y seguridad. “Como si no estuviéramos vacunados, porque no hay que bajar la guardia”, explica. 

La pandemia ha alterado drásticamente la actividad cotidiana de este centro madrileño. Durante muchos meses, la movilidad interna de los residentes ha sido restringida, no han podido recibir visitas y no se les ha permitido salir. Pero ahora, con la llegada de la vacuna, se van levantando poco a poco algunas de las restricciones más severas. Aún así, hay actividades que siguen suspendidas, como el bingo o las excursiones. 

Manuel, de 88 años, tiene claro qué es lo que más echa de menos: “Teníamos baile todos los jueves, a ver cuándo nos dejan retomarlo”, sugiere, señalando a la directora del centro, presente en ese momento. A este extremeño, –que vino a Madrid a hacer el servicio militar en 1953 y lleva en la capital desde entonces– la crisis del coronavirus también le ha impedido cuidar del huerto de la residencia, situado a escasos metros del edificio principal. Sin embargo, Manuel se muestra optimista cuando le preguntan por la llegada de la vacuna: “Estábamos esperándola como agua de mayo”. Ahora que la situación es más tranquila, encuentra refugio en el jardín y en las visitas de sus dos hijas. 

“Hay que vacunarse, aunque no creas en ello”

Rosario, de 74 años y natural de Sanabria (Zamora), relata con entusiasmo lo que ha conllevado para ella la inmunización. “Estoy muy contenta porque puedo salir a la calle sola o ir a ver a mis hijos y mis nietos”. No los veía desde Navidad, periodo durante el cual la residencia permitió salidas, y ahora puede recibir visitas al menos tres veces a la semana. Antes, tenía que conformarse con verlos a través de la pantalla de su móvil. Por otro lado, entre las actividades que ha podido retomar recientemente se encuentran las que organiza la terapeuta ocupacional en el gimnasio o la asistencia a misa. 

Para Gregorio, un octogenario que lleva más de cuatro años residiendo en el centro, el encierro no ha sido fácil. Una fotografía que decora su mesita de noche muestra la estampa a la que ha acostumbrado su cotidianidad: él y sus amigos jugando a las cartas en el jardín de la residencia, con mascarilla y respetando la distancia social. Lo que más echa en falta es la vida social fuera: “Cuando se podía salir, tomaba el desayuno y a las diez me iba. Me juntaba con los amigos, echaba la partida fuera. Pero desde que empezó la pandemia ya no vamos”, cuenta. Al igual que Manuel, Gregorio ha encontrado cobijo en las zonas verdes del geriátrico, donde pasa la mayor parte del día. 

Tanto los residentes como las dos trabajadoras coinciden en recalcar la importancia de la vacuna. “Hay que vacunarse, da igual que no se crea en ello”, afirma rotundamente Carmen. “Aquí tenemos la muestra, ningún residente ha tenido reacciones adversas”, añade Inmaculada. Rosario, en un mensaje dirigido a aquellos más escépticos a vacunarse, les diría “que se la pusieran”. Manuel confía en el papel de la vacuna para retornar a la antigua normalidad y lanza un esperanzador “ya iremos mejorando”.

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