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El viaje de María Luisa tras la 'amnesia' del coronavirus

María Luisa García y Juan Velasco recuerdan los complicados meses que pasaron a causa del coronavirus. Marta Maroto

Marta Maroto

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Nunca se había puesto enferma. Ni un catarro siquiera. “Y siete hijos que he tenido, que parece que no pero… hay que cuidarles”, cuenta María Luisa García, arandina de 86 años recién cumplidos, “y aquí me ves, con salud”. Salud devuelta, porque pasó su aniversario en una residencia recuperándose de un mes de dura batalla contra la COVID-19.

El virus la llevó al borde de la muerte hasta en dos ocasiones, cuentan sus familiares, que se temieron lo peor. Ahora, en el salón de una de sus hijos y lejos de todo aquello, Juan Velasco, de 85 años y marido de María Luisa, interrumpe la conversación. “Yo no sabía nada de eso, yo pensaba que estaba bien”, apunta. Recuerda estos dos meses de soledad y confinamiento –uno que Luisa pasó ingresada, y otro recuperándose– como los peores de su vida, “nunca lo había pasado tan mal”, confiesa.

“A la que yo respiraba, ella respiraba dos veces”, recuerda Juan. El encierro y la incertidumbre entristecieron a su mujer, que dejó de comer y a los pocos días de que se decretara el estado de alarma comenzó a tiritar. Una ambulancia de la Cruz Roja se la llevó aturdida al hospital y el resto, cuenta María Luisa, lo ha olvidado. “Recuerdo muy poco… y no quiero recordar”, explica acompañando su negación con las manos. 

La debilidad física provocada por la enfermedad, que la tuvo días con apenas un hilo de vida pendiente de un respirador, han hecho que María Luisa borre de su cabeza aquellos días en el hospital. Hacía meses que mostraba una incipiente senilidad y ya en la residencia, aunque más despierta, siguió perdida y desorientada. Repetía las mismas preguntas a cada rato y que dónde estaba su marido. 

Sí recuerdan ambos con cariño la primera vez que se volvieron a ver. Fue a través de la valla de la residencia, con mascarilla los dos y en silla de ruedas ella. Habían hablado por teléfono, él la llamaba varias veces al día para animarla y animarse, tanto tiempo encerrado en soledad aguardando la mejoría de la mujer con la que ha compartido casi 70 años de vida, dan para echar de menos.

Los días pasaron lentos y aburridos, relata Juan. Se le acabaron los libros de sudokus y hasta la tinta del bolígrafo. Subía y bajaba escaleras, aprendió a cocinar gracias a la guía de sus hijos por videollamada, se despertaba por las noches preocupado por si se había movido mucho y estorbaba a su compañera. “Cuando me quedaba dormido en el sofá me venía la cabeza que estaba a mi lado”, relata. Todo esto 

En cuanto ella se sintió mejor, ya habiendo dado los dos negativo y desarrollado los anticuerpos de que no volverían a pasar la enfermedad ni contagiar, sus hijos pidieron un permiso para poder ir a buscarla a Benidorm, donde vive actualmente la pareja, y traerla a Madrid. Sin embargo, Juan dice que quiere regresar pronto a la playa, donde tienen su vida y amigos, “a ver si sale del atolladero la jefa, y volveremos”. 

Lo que más echan de menos, cuentan, es bailar. Él cojea de una rodilla y usa bastón, y ella, que ha perdido más de 15 kilos tras la enfermedad, tiene que moverse con un andador. Pero esto no parece preocuparles, la vida sigue y entre los dos se ayudan. 

Después de estos dos meses de impás solo quieren que las cosas vuelvan a la normalidad cuanto antes y, aunque sea con mascarilla, volver a sus largos paseos por la mañana, a tomarse unos vinos con amigos, y a sus clases de baile todos los sábados. Lo demás es como un viaje que ella no recuerda y él prefiere olvidar. 

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