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Ni lentos ni torpes: los perezosos gigantes cavaban cuevas, nadaban en el mar y sobrevivieron glaciaciones antes de extinguirse

oso perezoso

Héctor Farrés

30 de mayo de 2025 11:01 h

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La fuerza gravitatoria no funciona igual en todas partes. En el ecuador terrestre, por ejemplo, pesa menos una persona que en los polos, debido al achatamiento del planeta y a la velocidad de rotación. Esa misma diferencia, que modifica el peso de los cuerpos según el lugar que ocupan, también actúa sobre los animales.

No todos soportan igual el entorno. Un árbol frondoso puede sostener a un mono de cinco kilos, pero se quiebra bajo una carga de tonelada y media. En la evolución, esa línea entre lo posible y lo inviable ha sido decisiva. Así fue como los perezosos se dividieron en dos mundos opuestos.

Mientras los actuales apenas alcanzan los 14 kilos y viven entre ramas, hubo otros que llegaron a pesar cuatro toneladas y recorrían el suelo. La diferencia entre unos y otros tiene más que ver con el entorno que con la genética.

Las condiciones determinaron cómo crecía cada especie

El nuevo estudio publicado en Science, con participación del Museo de Historia Natural de Florida, ha reconstruido la evolución de estos animales desde hace más de 35 millones de años, combinando análisis de ADN, datos morfológicos y el hábitat de cada especie. La clave estaba en cómo y dónde vivían.

La primera pista la ofreció un patrón claro: los perezosos arbóreos, tanto los actuales como los que ya se extinguieron, mantenían un tamaño reducido y proporciones similares. Solo aquellos que se aventuraban a pisar tierra firme crecieron sin límite.

La razón era mecánica. Las ramas no toleran cuerpos pesados. Una caída de 30 metros, frecuente en los bosques del Amazonas, puede ser mortal si el animal pesa demasiado. Por eso, quienes permanecieron en la copa de los árboles evolucionaron hacia un cuerpo ligero y alargado, más adaptado al equilibrio que a la fuerza.

En cambio, en tierra no había esas limitaciones. El Megatherium, por ejemplo, alcanzó la envergadura de un elefante asiático. Con lengua prensil y garras inmensas, arrancaba hojas de las copas como si imitara a las jirafas.

En tierra, especies como el Megatherium desarrollaron garras enormes y cuerpos robustos

Otros, como el perezoso terrestre de Shasta, se movían por zonas áridas del suroeste de Norteamérica. Algunos de estos animales llegaron a excavar sus propias cuevas, dejando en ellas marcas que aún pueden verse hoy en paredes de roca. En el caso de la Cueva Rampart, junto al lago Mead, se hallaron en 1936 restos de excrementos fosilizados que superaban los seis metros de grosor.

El estudio identificó más de 400 fósiles procedentes de 17 museos de historia natural. La responsable de Paleontología de Vertebrados del Museo de Florida, Rachel Narducci, explicó que sus mediciones ayudaron a reconstruir la masa corporal de muchas especies ya extintas. Según detalló, “tenemos la mayor colección de perezosos de Norteamérica y el Caribe”. Al analizar los huesos largos de más de un centenar de ejemplares, el equipo pudo trazar una línea evolutiva precisa.

El clima también jugó un papel clave en los cambios de tamaño

Las diferencias de tamaño no se explican solo por el azar. También influyeron la temperatura y la disponibilidad de recursos. Durante el Mioceno medio, hace unos 15 millones de años, una erupción masiva en el noroeste del continente americano provocó un aumento global de las temperaturas.

La lava formó columnas hexagonales que aún se conservan en la cuenca del Columbia. El clima cambió, los bosques se expandieron y los perezosos redujeron su tamaño. Adaptarse fue cuestión de supervivencia.

Los perezosos arbóreos mantuvieron un cuerpo pequeño y ágil para sobrevivir a caídas frecuentes

A medida que el planeta volvió a enfriarse, muchos se hicieron de nuevo más grandes. Algunos incluso desarrollaron placas óseas bajo la piel, como sus parientes armadillos, que los protegían de ataques. Esta estrategia resultaba útil en llanuras abiertas y secas, donde la única defensa era el volumen.

En el extremo, algunas especies como Thalassocnus se adaptaron al medio marino. Vivieron entre las costas del Pacífico y los Andes, comiendo hierbas marinas con un hocico alargado y costillas densas que les daban flotabilidad.

El final de los gigantes llegó hace unos 15.000 años, justo cuando los humanos se expandían por América. Mientras los perezosos arborícolas se mantenían en las alturas, sus parientes terrestres fueron eliminados con rapidez.

La gran mayoría no sobrevivió. Algunos de los últimos resistieron en el Caribe hasta hace 4.500 años. En ese momento, la llegada de los humanos coincidió con la desaparición definitiva del grupo.

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