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No está claro si dan risa o miedo: perfiles semanales con mala leche de los que nos mandan (tan mal) y de algunos que pretenden llegar al Gobierno, en España y en el resto del mundo.

Papa Francisco, el hombre que ya no pone la otra mejilla

El papa Francisco. / Efe

Ramón Lobo

Hasta ahora me han gustado tres papas: Juan XXIII, Anthony Quinn y Francisco. No está nada mal para un ateo. Ser pontífice es un trabajo de equilibristas: un pie en lo divino, otro en lo mundano. También me caía bien Albino Luciani, Il Papa del Sorriso, que eligió ser Juan Pablo I. No hubo tiempo para decidir si estaba en el bando de los santos o de los demonios porque murió de un infarto (versión oficial) a los 33 días del Cónclave. Tenía 65 años, una vida por delante.

Me atraía su normalidad, el sentirle incómodo entre tanto boato y simulación divina; también que hubiera sido patriarca de Venecia como Juan XXIII, el venerado cardenal Roncalli, quien llegó al trono de Pedro con sello de conservador y acabó montando un cristo (con perdón) liberal con el Concilio Vaticano II. El papa Luciani tenía el sello de los inconformistas, casi un revolucionario para lo que se estila en la muy conservadora Santa Sede, como lo tiene el tipo inquietante de esta semana.

Jorge Mario Bergoglio (Buenos Aires, 1936) es contradictorio, complejo, tiene aristas; un hombre con don de gentes que gusta más a los ateos que a la extrema derecha de dios padre, es decir, al público del ya santo Karol Wojtila, lo que es bastante inquietante.

Si pregunto a Leila Guerriero y Martin Caparrós, tan o más argentinos que él, sostienen que tiene más de impostor que de innovador. Eran los primeros días de papado, allá en la primavera de 2013, y no sé si han mudado de opinión con el paso de los meses.

En sus años de cura, obispo y cardenal, Bergoglio era un tipo contrario al divorcio, al aborto, al preservativo (lo que en la intimidad llamamos condón), a los homosexuales y a todas esas cosas que consideramos normales. Era, y posiblemente lo es, un hombre próximo a la derecha peronista. Por eso no es un fan de Cristina Fernández de Kirchner.

Los tiempos de la dictadura

Tras su elección papal el 13 de marzo de 2013, surgieron informaciones en Argentina que le relacionaban de alguna manera con la dictadura militar, en concreto con el secuestro de Orlando Yorio y Francisco Jalics, ambos jesuitas como Bergoglio. El segundo le acusó en un libro llamado Ejercicios de meditación, publicado en 1995, de ser de extrema derecha y de no haber intervenido como le pidió para evitar su secuestro. Los militares los capturaron en 1976 por supuestos vínculos guerrilleros (trabajaban en barriadas pobres consideradas de izquierda por la Junta) y los mantuvieron presos cinco meses en la Escuela Mecánica de la Armada, el principal centro de torturas.

Jalics matizó después sus acusaciones, dijo que Bergoglio no les había entregado a los milicos y que trabajó para lograr que aparecieran con vida. Emergieron otros casos de mediación sigilosa. El actual papa no fue un ariete público contra la dictadura, tampoco se le conocen declaraciones rotundas de condena en los tiempos más duros, pero no se puede decir que fue un colaborador.

Estela de Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, y uno de los grandes iconos de la lucha civil contra la dictadura, las desapariciones forzadas, el robo de niños (como el caso de su nieto recientemente recuperado) y la barbarie, representa el contenido del párrafo anterior.

Después de la elección de Francisco, Estela de Carlotto dijo: “Bergoglio representa a esa Iglesia que oscureció la historia en nuestro país”. Dijo que la jerarquía argentina, en la que incluía a Bergoglio, eran “partícipes y cómplices” de la dictadura. Un año y medio después, en noviembre de 2014, tras reunirse con él en Roma, dijo que fue un error vincularle con la dictadura. “Como cristiana una si se equivoca tiene que reconocerlo, y si es necesario pedir perdón, también”.

En las dictaduras como la española suceden estas cosas, surgen los Tarancones que desempeñan papeles de valor entre bambalinas, que hacen un trabajo menos visible, y están los obispos valientes, los que dan la cara y se juegan la vida como Óscar Arnulfo Romero (un conservador indignado con la injusticia en El Salvador) o el guatemalteco Juan Gerardi; también están los símbolos de lo que debería ser la Iglesia, como el brasileño Helder Cámara, quien dejó mucho ejemplo de virtud y una extraordinaria frase que aún me conmueve: “Quien vive cerca de la miseria acaba preñado de ella”.

La conversión

Hay un momento en la vida de Jorge Mario Bergoglio en que se produce una especie de conversión, un fogonazo parecido al de Pablo de Tarso, y surge el hombre diferente, el que vemos y escuchamos ahora embutido en la autoridad infalible del papa. No es algo infrecuente, le pasó a Juan XXIII, con quien a menudo se le compara.

Los que conocen a Francisco dicen que ese cambio, esa iluminación, se produjo en el cónclave de 2005, en el que disputó la elección al poderoso Joseph Ratzinger, el guardián de las esencias doctrinales con Wojtila, y que acabó convertido en Benedicto XVI, primero, y papa dimisionario y emérito después. En aquel 2005, Bergoglio era el candidato de Carlo María Martini, cardenal, también jesuita y biblista, a quien se consideraba jefe del llamado sector progresista. ¿Se había producido la conversión antes de esa fecha? ¿Qué vio Martini en un cardenal con fama de derechista y limitado teológicamente?

En el Vaticano conviven dos partidos, por llamarlos de alguna manera: el de los teólogos, que suelen ser conservadores, y el de los biblistas, bastante más abiertos. Los demás, es decir, la mayoría, se pega al poder que reside en la Curia, la burocracia vaticana. Ésta sí que es cerrada, no solo en lo ideológico sino en la defensa numantina de su poder y de sus privilegios, que son muchos. La elección de Bergoglio en 2013, aupado por el sector anglosajón, tenía como objetivo acabar con la corrupción vaticana, la mafia de la Curia, y dar la salida a los escándalos de pederastia. Y en eso está.

Bergoglio gustó mucho en el conclave de 2005, donde se presentó en el centro de poder. Le pasó como a Barack Obama cuando habló en la convención demócrata de 2004, y pasó en un instante de ser un desconocido a una estrella del firmamento político de EEUU. En los cónclaves no entran las televisiones globales, pero entra el Espíritu Santo (la célebre paloma), que debe tener su punto.

Gustaron entonces sus intervenciones, su ortodoxia en la doctrina, su cálida simpatía y una sencillez nada impostada (como cardenal de Buenos Aires se movía en transporte público). Para los que no sepan cómo es un cónclave que vean a Anthony Quinn en Las sandalias del pescador. Hay más pasillo que en una multinacional.

La habilidad del jesuita

Francisco tiene la capacidad de decir lo que la gente desea escuchar, de resultar creíble y hacerse entender con un lenguaje sencillo y directo. No es Ratzinger, un intelectual, al que no se le entendía casi nada, voz aflautada aparte. Wojtila y Francisco son los únicos papas recientes que no surgen de la Curia, son outsiders. El primero se dejó devorar por el sistema vaticano que lo lanzó al mundo como una estrella de rock que llenaba los estadios y las plazas mientras que se vaciaban las iglesias. El segundo ha declarado la guerra a la mafia curial, pero lo hace con las habilidades del jesuita.

Los que defienden que la conversión se produjo en el cónclave de 2005 sostienen que Bergoglio se escandalizó con el estilo de vida de sus compañeros, como el poderosísimo cardenal Tarcisio Bertone, número dos con Benedicto XVI. En Bertone, y Rouco Varela, otro ultramontano pero menos dado al lujo que el italiano, encontramos otra posible división: los cardenales que creen en dios y los que solo creen en el poder. Bergoglio es de los que creen en dios. Al argentino le escandalizó también el trato que se daba desde el Vaticano a los casos de pederastia.

Él, que pidió perdón por el papel de la iglesia en Argentina durante la dictadura, también ha pedido perdón a las víctimas de los abusos sacerdotales.

La elección del nombre de Francisco era un poderoso mensaje. También lo fue la cruz de hierro que cuelga de su pecho tras desechar la de oro. Al principio fue un papado de gestos menores y muchas palabras sin hechos detrás. Algunos sacerdotes que le conocen dicen que es un hombre en evolución, que está creciendo como papa.

Él está obligado a respetar la doctrina tradicional, en la que cree. No se pueden esperar milagros en este campo. Su actuación en el caso de los abusos de Granada y las diatribas contra la Curia demuestran que ahora hay algo más que gestos. Está en campaña. Otra cosa es que lo consiga. Decía Toño Fraguas en un tuit que la profesión más peligrosa del mundo era, en estos momentos, probador de comida del papa.

Cuidado con el vaso de leche

Francisco tampoco debe fiarse mucho del entorno y desde el primer momento decidió quedarse en el Santa Marta, un convento para visitantes dentro del complejo vaticano. Es el lugar donde se hospedan los cardenales que eligen papa. Prefirió seguir ahí que caer en la soledad de los aposentos vaticanos privados, bajo el control de la Curia y con unas monjas que sirven sospechosos vasos de leche por las noches. Siempre se dijo que en uno de esos vasos le llegó la muerte a Juan Pablo I. Francisco supo que podría correr la misma suerte y puso remedio. En Santa Marta está rodeado y puede conversar con los religiosos de paso, enterarse de lo que sucede en su Iglesia sin depender del punto de vista oficial y sesgado de la Curia.

Aunque dicen que es la paloma la que elige el papa, los cardenales no se quedan con los brazos cruzados: celebran reuniones secretas, tratan alianzas y conspiraciones, y tratan de imponer sus candidatos. Los que le eligieron están contentos porque ha empezado la limpia en la Curia, que es su misión, además de volver a salir al mundo para estar entre los fieles. Su viaje a Filipinas de estos días es la prueba de lo bien que funciona un papa empático, lejos del severo Ratzinger. En eso es casi como Wojtyla.

Francisco no pertenece al grupo de poder creado por Juan Pablo II-Benedicto XVI. Es un jesuita cuya orden perdió presencia con Wojtila tras la destitución de Pedro Arrupe, el papa negro. El pontífice polaco benefició a las organizaciones más ultraconservadores como el Opus Dei, los Neocatecumenales de Kiko Argüello, Focolares y Comunión y Liberación, cuya cabeza visible en España es el obispo de Granada, Francisco Javier Martínez. Puede que este papa no sea un revolucionario como Helder Cámara pero al menos ha apartado del poder a todos esos grupos ultras. En España le odian por igual Opus, kikos y Comunión y Liberación. Que la santificación de Álvaro Portillo, sucesor de Escrivá de Balaguer al frente del Opus Dei, fuera en Madrid y no en Roma es una señal, una prueba de que las cosas están cambiando.

Un hombre de 78 años, delicado de corazón y con un pulmón, es el encargado de conducir la Iglesia en un mundo nuevo, en el que mandan la inmediatez de las nuevas tecnologías y la pujanza de las iglesias protestantes en América Latina y África, y un yihadismo rampante que está acabando con la presencia de cristianos en Oriente Próximo. En Europa se enfrenta al laicismo que tanto criticaba Ratzinger, cuando es la mejor fórmula para permitir la convivencia entre religiones, agnósticos y ateos. No está en la tradición de la Santa Madre Iglesia la tolerancia con los discrepantes.

El papa entró de lleno en el debate de Charlie Hebdo al decir que la libertad de expresión debe tener límites, que no se puede insultar a las creencias de los demás. Fue un mal momento para hablar de este asunto con 17 muertos encima de la mesa. La libertad de expresión también ampara a los vendedores de humo.

Ese respeto que reclama Francisco debería ser recíproco, que los representantes de esos dioses inventados por el hombre a su imagen y semejanza para superar el miedo a la nada, respeten nuestro derecho a no obedecerlos, a criticar sus excesos o a destacar su ausencia manifiesta en el mundo que dicen haber creado en siete días a destajo, que son el sueño y la envidia del FMI. No solo es la pregunta inocente de Gyzelle Palomar, la niña filipina de 12 años que inquirió a Francisco “por qué dios permite la prostitución de las niñas”. Podríamos añadir el hambre, la injusticia, la guerra, la corrupción, la pederastia, la mentira. Todo es una gran simulación. Tenemos el derecho a gritar que su dios está desnudo. Nos lo hemos ganado después de siglos de imposición y hoguera.

Y después está lo del puñetazo papal si alguien le menta a la madre. ¿No era Jesucristo quien dijo, supuestamente, aquello de poner la otra mejilla? ¿Es el nuevo dios un émulo de Mohamed Ali, Carlos Monzón o Ringo Bonavena? A este papa tan campechano le ha podido más el ramalazo de hincha del San Lorenzo de Almagro que lleva dentro que el de pastor que predica la caridad. Después de todo, santos, santos no hay tantos.

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