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¿Es el acoso escolar solo un problema de la escuela?

María José Díaz-Aguado

Catedrática de Psicología de la Educación —

Para contestar a esta pregunta conviene tener en cuenta que el acoso escolar es un tipo de violencia que se produce en una situación de desigualdad entre el acosador, el matón y el grupo que le apoya, y su víctima, que está indefensa y no puede salir por sí misma del acoso.

Lo que buscan los acosadores es ejercer el poder sometiendo a quien perciben en situación de vulnerabilidad. Si logran su objetivo, por la ignorancia y pasividad de quienes conviven con el acoso sin hacer nada para evitarlo, éste suele repetirse y agravarse, incluyendo: insultos, humillaciones, coacciones y agresiones físicas, que hoy suelen extenderse a través de las redes sociales y las nuevas tecnologías.

La impunidad se convierte en uno de los principales aliados del acoso, contribuyendo a que la víctima se sienta culpable y los agresores no, grave distorsión que es necesario corregir trasmitiendo con claridad a las víctimas el apoyo de toda la comunidad, necesario para paliar el daño sufrido, y ayuden a los agresores a asumir y reparar el daño provocado.

De acuerdo a la naturaleza del acoso, la principal característica de la víctima es que los acosadores la perciban indefensa: por ser diferente o no contar con apoyo pero sobre todo por percibir que no va a ser defendida por el resto de la comunidad. Así pueden explicarse los resultados del Estudio Estatal de la Convivencia Escolar (2010) con 23.100 adolescentes, al preguntar a víctimas y acosadores con qué características asocian la victimización.

La más frecuente es por “ser un chico que no se comporta como la mayoría de los chicos o una chica que no se comporta como la mayoría de las chicas”. Lo cual refleja que el acoso castiga al individuo que contraría los estereotipos sexistas.

“Ser envidiado” o “tener buenas notas” se relacionan con victimización sobre todo por quienes la sufren y también, pero menos, por quienes acosan. Esto refleja la relación del acoso con una estructura individualista-competitiva, según la cual el éxito de un individuo puede ser percibido como una amenaza por quienes no lo tienen.

El 16% de agresores atribuye la agresión a que la víctima proceda de otro país, porcentaje próximo al del 15% que responde estar en dicha situación. ¿Cabe entonces pensar que el acoso es solo un problema escolar?

En el estudio mencionado se pregunta al alumnado “¿cuál es el papel que sueles desempeñar cuando insultan o pegan a un compañero o a una compañera?”, y estas son las respuestas:

1) Interviene para detener la agresión o cree que debería hacerlo el 80,2%. La mayoría (el 68,1%) para detener la violencia, el 36,3% aunque la víctima no sea su amiga (la posición más opuesta a la violencia), y el 31,8% solo cuando existe vínculo. El 12,1% cree que debería intervenir pero no lo hace, probablemente debido al miedo a convertirse en víctima por falta de apoyo del grupo.

2) Indiferentes ante la violencia: el 13,9%, incluyendo el 10,9% de indiferentes claros (“no hago nada, no es mi problema”) y el 3% que justifica la violencia “no participo, pero tampoco me parece mal lo que hacen”.

3) Participan en la agresión el 6%, incluyendo a los líderes (“participo dirigiendo al grupo: 4,3%) y sus seguidores (”me meto con él o con ella lo mismo que el grupo“: 1,7%).

Los estudios realizados desde la Unidad de Psicología Preventiva de la Universidad Complutense reflejan que cuanto más próxima a la violencia es la postura adoptada en la adolescencia más condiciones de riesgo y menos de prevención han vivido en: la familia, modelos y consejos como el “si te pegan, pega”; 2) la escuela (fracaso, falta de protagonismo positivo, disrupción y hostilidad); 3) el ocio, integración en grupos con problemas parecidos, como “refugio” frente a exclusiones anteriores; 4) su relación con la cultura, identificación con la violencia e intolerancia (entre iguales, de género, racista…) y rechazo a los valores de una escuela y una sociedad que perciben les excluye.

Estos resultados vuelven a reflejar que el acoso escolar se produce por condiciones que van más allá de las puertas de la escuela y que para prevenirlo es imprescindible actuar desde todos los niveles anteriormente mencionados.

Porque el acoso escolar, como la violencia de género o el acoso en el trabajo, son expresiones extremas de un modelo ancestral de dominio y sumisión que sigue reproduciéndose a través de mecanismos fuertemente arraigados en la sociedad, que representan la antítesis de los valores democráticos de igualdad, tolerancia y paz, con los que hoy nos identificamos.

Por eso, la erradicación del acoso debe ser considerada como una tarea colectiva, imprescindible para hacer de la escuela el lugar en el se construye la sociedad que deseamos tener. Conviene no olvidar que para conseguirlo, la escuela necesita recursos y apoyo a la altura de tan ambicioso objetivo así como la colaboración de los principales contextos desde los que se reproduce o transforma la cultura.

María José Díaz-Aguado es Catedrática de Psicología de la Educación y Directora de la Unidad de Psicología Preventiva de la Universidad Complutense, desde donde dirigió el Estudio Estatal de la Convivencia Escolar para el Observatorio Estatal de la Convivencia.

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