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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Cómo funciona “fingir hasta que lo consigas” en nuestro cerebro

fingir hasta conseguirlo

Darío Pescador

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En inglés una frase ha ganado en popularidad en estos últimos años para animar a otras personas a superar un momento difícil o adaptarse a una nueva situación: “fake it till you make it”, o “finge hasta que lo consigas”. En principio, parece un buen consejo. Si somos tímidos y nos cuesta hablar en público, podemos intentar fingir que somos una persona extrovertida durante un rato. Si estamos tristes por una ruptura sentimental, podemos fingir que somos capaces de pasarlo bien durante un rato con nuestros amigos para no preocuparlos. Pero la idea es que, si fingimos durante suficiente tiempo, conseguiremos cambiar nuestro estado de ánimo, y nuestro cerebro se acostumbrará a la nueva situación o hábito. ¿De verdad funciona?

Aunque no hay pruebas científicas que respalden que fingir puede llevar a conseguir el éxito o la felicidad, hay algunas investigaciones que sugieren que nuestros pensamientos y comportamientos conscientes sí pueden influir en nuestro cerebro, y afectar a nuestras acciones y experiencias posteriores. Cuando adoptamos nuevos comportamientos o experiencias, nuestro cerebro forma nuevas conexiones y refuerza las existentes, lo que provoca cambios en su estructura y funcionamiento.

Por ejemplo, una reciente revisión de estudios ha demostrado que cuando nos obligamos a sonreír, incluso cuando no nos sentimos especialmente felices, estamos engañando a nuestro cerebro para que piense que somos felices. El efecto es pequeño en algunos casos, pero observable. Charles Darwin ya había observado que las expresiones faciales afectan directamente a la experiencia emocional, y más tarde su teoría se consolidó en algo que los psicólogos conocen como la hipótesis de la retroalimentación facial. Es decir, si nos sentimos tristes, pondremos una cara triste, pero si nos sentimos neutrales y ponemos una cara triste, terminaremos sintiéndonos tristes. Lo mismo ocurre al poner una cara alegre.

Un estudio clásico descubrió que se podía levantar el ánimo de los participantes simplemente pidiéndoles que sujetaran un bolígrafo entre los dientes, forzando así una ligera sonrisa. El estudio también descubrió que si se sujetaba el bolígrafo entre los labios, forzando un ligero ceño fruncido, el estado de ánimo de los participantes decaía rápidamente.

Finge con todo el cuerpo

No solo se trata de las expresiones de nuestra cara. El camino de abajo hacia arriba también funciona con nuestro cuerpo. La forma en que nos movemos y la postura que adoptamos afecta de forma similar a nuestro estado de ánimo. Se ha visto que las personas que sufren depresión caminan más encorvadas. Si nos encontramos alegres y confiados, nuestra forma de caminar cambia. Del mismo modo, si empezamos a caminar con brío, mejora nuestro estado de ánimo.

Este resultado se comprobó en un experimento en que el los científicos mostraron a los voluntarios una lista de palabras negativas y positivas, como miedo y ansiedad, o soleado y bonito. A continuación, los sujetos tenían que caminar sobre una cinta mientras observaban un indicador que se movía a izquierda o derecha. Si su postura indicaba un estado de ánimo decaído, como por ejemplo, caminar encorvados, el indicador se movía hacia la izquierda. Si caminaban de forma más optimista, por ejemplo, moviendo los brazos, el indicador se desplazaba hacia la derecha. Los voluntarios no sabían cuál era el significado del indicador, pero los investigadores les pidieron que ajustaran su forma de andar hasta que el indicador se moviera hacia la derecha, en un grupo, y a la izquierda, en el otro. Después se les pidió que escribieran las palabras que recordaran. Como era de esperar, quienes caminaban con garbo recordaban más palabras positivas, un indicador de un mejor estado de ánimo. 

Estas actitudes son contagiosas. Independientemente de cómo nos sintamos por dentro, entrar en una habitación con los hombros caídos, la cabeza inclinada y la voz lenta y baja no sólo nos hará sentirnos deprimidos, sino que también tendrá un efecto negativo en los presentes. Esto, a su vez, reforzará tus sentimientos negativos. Sin embargo, si entras en la misma habitación con los hombros y la cabeza alta y saludas con alegría, te sentirás más feliz y los ocupantes de la habitación responderán de la misma manera, creando un círculo virtuoso.

La psicóloga de Hardvard, Amy Cuddy, en sus ensayos hizo que los participantes adoptaran una postura expansiva (power pose, mirada al frente, pecho fuera, manos en las caderas) o una postura contractiva (encorvados, con las piernas cruzadas) durante un par de minutos antes de completar las tareas. Tras adoptar una postura expansiva, los participantes en el estudio se sentían más poderosos, asumían más riesgos en una tarea de juego y rendían mejor en un simulacro de entrevista de trabajo. 

Pero cuidado, porque fingir superioridad y mostrar un exceso de confianza puede hacer que nos salga el tiro por la culata. Si la gente no conoce el esfuerzo implicado en un logro, la gente interpreta las expresiones de triunfo como arrogancia. También se ha visto que las personas que fingen felicidad exagerada en medio de una situación difícil crean desconfianza en los demás.  

Aún así, cuando estamos solos y nos sentimos deprimidos, sonreír sin motivo y sacar pecho nos puede ayudar a remontar el día.

* Darío Pescador es editor y director de la revista Quo y autor del libro Tu mejor yo publicado por Oberon.

¿En qué se basa todo esto?

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