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Opinión - El extraño regreso de unas manos muy sucias. Por Pere Rusiñol
Sobre este blog

En este blog se agrupan intelectuales, académic@s, científic@s, polític@s y activistas de base, que están convencid@s de que la crisis de régimen que vivimos no podrá superarse si al mismo tiempo no se supera la crisis ecológica.

Queremos que la sociedad, y especialmente los partidos de izquierda y los nuevos proyectos que hoy se están presentando en nuestro país, asuman alternativas socioeconómicas que armonicen el bienestar de la población con los límites ecológicos del crecimiento.

Coordinan este blog José Luis Fdez. Casadevante Kois, Yayo Herrero, Jorge Riechmann, María Eugenia Rodríguez Palop, Samuel Martín Sosa, Angel Calle, Nuria del Viso y Mariola Olcina, miembros del grupo impulsor del manifiesto Última Llamada.

He visto el futuro ¡Ganamos!

Future

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Hay un conocido mito griego que nos habla de un escultor llamado Pigmalión. Este se esforzó por hacer una hermosa escultura de una mujer, puso tanto empeño en materializar sus sueños que acabó enamorándose de ella. Una pasión que le llevaba a tratarla como si fuera una mujer real. Al ver este anómalo y sincero enamoramiento, Afrodita hizo que la escultura tomara vida. Así pudieron casarse y tener una hija.

Al tratar a la estatua como si estuviera viva esta llegó a cobrar vida. Un fenómeno que llevó a denominar como Efecto Pigmalión a unos sorprendentes descubrimientos en el campo de la psicología y la pedagogía. A finales de los años sesenta, el psicólogo Robert Rosenthal realizó un experimento, estudiando la capacidad de un grupo de personas para entrenar a unas ratas que debían completar un laberinto. A la mitad del grupo se le dijo que sus ratas eran extremadamente inteligentes, y a la otra mitad lo contrario, cuando ambas eran iguales. El resultado es que las ratas calificadas como inteligentes se desempeñaron mucho mejor que aquellas tipificadas como tontas.

Intrigado por los resultados, Rosenthal comenzó a colaborar con la pedagoga Lenore Jacobson para adaptar la investigación a un colegio. Al comienzo del curso a un grupo de maestros de primaria se le dijo que entre el nuevo alumnado había personas con un talento y un potencial extraordinarios. Esta información, completamente inventada, se proporcionó de manera aleatoria sobre el conjunto del alumnado. Al final de año, aquel alumnado que se había descrito como más talentoso aumentó significativamente su rendimiento en las pruebas de coeficiente intelectual, respecto al inicio de curso.

No era magia, sino el Efecto Pigmalión, demostrando la influencia que ejerce tener expectativas y creencias positivas sobre las potencialidades de una persona. Al esperar lo mejor de alguien ayudamos a que sea mejor; le tratamos en concordancia con las expectativas que tenemos, de forma inconsciente condicionamos su rendimiento, influimos en su motivación y estimulamos su voluntad. Aunque debemos ser conscientes de que este efecto también funciona en sentido contrario, las expectativas negativas tienden a que obtengamos peores resultados y nos desmotivemos. Robert Rosenthal concluye que «cuando esperamos ciertos comportamientos de otros es probable que actuemos de manera que haga que el comportamiento esperado sea más probable de ocurrir».

El ecologismo lleva décadas asumiendo la tarea de decir las verdades incómodas, comportándose como un molesto despertador que trata de espabilar a una sociedad que se hace la dormida. La mejor ciencia disponible dibuja escenarios de futuro aterradores (emergencia climática, Pico del Petróleo y materiales, pérdida de biodiversidad, contaminación, desigualdad social, erosión de las democracias…), que las imágenes de los periódicos y telediarios no hacen más que confirmar. Y sin embargo, sin renunciar a los diagnósticos rigurosos, considero que una de nuestras prioridades debería ser transmitir esperanza.

Puede parecer frívolo reivindicar un impulso utópico mientras nos asolan olas de calor, estallan guerras, se profundizan hasta la obscenidad las desigualdades sociales y la extrema derecha emerge a nivel planetario. No se trata de ingenuidad sino de la certeza de que debemos comportarnos como ese profesorado influenciado por el Efecto Pigmalion, que apuesta a lo mejor de la gente, muestra convicción en las potencialidades de las embrionarias alternativas existentes, especula con el despliegue de políticas públicas que todavía no tienen programa electoral, infunde coraje y moviliza a la ciudadanía.

La neurociencia lleva tiempo hablándonos de la importancia de las narrativas, evidenciado los procedimientos mediante los cuales analizamos la información y solemos aceptar nuevas ideas, confirmando que para lograr cambios significativos no es suficiente con disponer de una gran cantidad de información, argumentos sólidos y evidencias empíricas; por desgracia tener razón no resulta del todo persuasivo. Los relatos encarnados en biografías y anclados en experiencias colectivas son la mejor forma de activar aquellas partes del cerebro que permiten a un oyente convertir la historia en una experiencia propia; haciendo que la información compartida resulte memorable.

En estos tiempos de incertidumbre y demanda de certezas no parece creíble que la gente vaya a involucrarse en procesos de cambio sin que les ofrezcamos algunos esbozos de cómo sería el mundo por el que estamos luchando. El esfuerzo de imaginar horizontes de futuro deseables y compartirlos en formatos seductores deviene un imperativo urgente.

Necesitamos relatos esperanzadores que sean fruto de la confianza en nuestras propias ideas y no meros ejercicios de voluntarismo impostado. No resulta posible transmitir credibilidad sin creer que nuestras propuestas son creíbles. No resulta posible ilusionar a nadie sin transmitir ilusión por lo qué hacemos y decimos.

Un utopismo que asuma el realismo ecológico y trate activamente de provocar un Efecto Pigmalión sobre la sociedad, contrarrestando la inflación de futuros apocalípticos. ¿Y si el monocultivo cultural de distopía que consumimos fuera una forma de proyectar expectativas negativas sobre nuestras cabezas? ¿Y si la distopía sembrase impotencia y desconfianza en las capacidades de la sociedad para hacerse cargo políticamente del desafío que supone la crisis ecosocial? ¿Y si la sombra del colapso es demasiado alargada y eclipsa el posible despliegue de nuestras alternativas? ¿No es un síntoma de nuestros tiempos que el Ministerio de Agenda 2030 lance una campaña institucional contra la distopía, como si hubieran leído el interesante ensayo de Francisco Martorell publicado en La Caja Books?

Hace unas meses 100 personas cogidas al azar, como una muestra representativa de la sociedad española, conformaban la Asamblea Climática encargada de ofrecer propuestas que orienten la toma de decisiones del gobierno. Tras un proceso de deliberación y reflexión junto a personas expertas en la materia han elaborado un interesante documento de propuestas. Un programa de transformación social sin partido que lo asuma. Un síntoma esperanzador que podría funcionar como el inicio factible para una ficción climática sobre cómo logramos hacer una transición ecosocial exitosa, que nos ahorrase las consecuencias más dramáticas de la crisis que empezamos a transitar.

Hay una camiseta del movimiento Black Lives Matter que me fascina. Un fondo negro con unas grandes letras en blanco que afirman: He visto el futuro y ganamos. La determinación y la esperanza son indispensables, y lo que es más importante, son contagiosas.

Sobre este blog

En este blog se agrupan intelectuales, académic@s, científic@s, polític@s y activistas de base, que están convencid@s de que la crisis de régimen que vivimos no podrá superarse si al mismo tiempo no se supera la crisis ecológica.

Queremos que la sociedad, y especialmente los partidos de izquierda y los nuevos proyectos que hoy se están presentando en nuestro país, asuman alternativas socioeconómicas que armonicen el bienestar de la población con los límites ecológicos del crecimiento.

Coordinan este blog José Luis Fdez. Casadevante Kois, Yayo Herrero, Jorge Riechmann, María Eugenia Rodríguez Palop, Samuel Martín Sosa, Angel Calle, Nuria del Viso y Mariola Olcina, miembros del grupo impulsor del manifiesto Última Llamada.

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