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A pie, en bici o en velero: seis grandes viajeros que recorren el mundo sin dejar huella

Dani Ku con su bici en Islandia.

Roberto Ruiz

Hay maneras de viajar, y maneras de viajar. El común de los mortales emplea aviones, trenes, autobuses, barcos, autocaravanas, coches o motos, pero todos esos transportes, en diferentes medidas, dejan una huella de carbono a su paso. Ya sea por los combustibles que consumen o por la energía eléctrica de la que se abastecen, ninguno de ellos es 100% sostenible. Sin embargo, hay otros viajeros, pocos, que sí se han propuesto recorrer el mundo sin dejar huella. 

Caminar es sostenible, como también lo es desplazarse en bicicleta o en un barco propulsado a vela. Y no hablamos de viajecitos, sino de viajes de muchos y muchos meses, e incluso años. Grandes Viajes, con mayúsculas. No es fácil seguir su ejemplo pero poder, se puede. Y así es como lo hacen ellos.

Dani Ku: nueve años recorriendo el mundo en bicicleta

“No he encontrado otra forma más intensa de viajar”, dice Dani Ku. Un día de febrero de 2014, este informático de 31 años decidió coger su sencilla mountain bike y comenzar a recorrer España. Algo ya le decía que esta forma de viajar le podía enamorar y se dirigió a Marruecos. Después llegó a América, donde estuvo cinco años recorriendo el continente. En Patagonia conoció a su pareja, Judit, una catalana que también viajaba en bicicleta, y juntos dieron el salto a Asia. La pandemia les hizo volver a España, aunque les detuvo lo justo porque durante casi dos años recorrieron todos los Pirineos, las Islas Canarias, Islandia y todo el sur de Europa, llegando a mediados de 2022 hasta Turquía.

“Yo siempre había pensado que viajar por el mundo era muy caro, pero la bicicleta apareció por casualidad para demostrarme que no tiene por qué ser así. La bicicleta tiene ventajas como la empatía que genera en la gente, todo el mundo quiere ayudarte, el deporte y la satisfacción que da el esfuerzo físico, y además es un medio que no contamina. Te permite llevar bastante carga y recorrer unas distancias muy considerables, siempre en contacto con la naturaleza y con la gente. Al que le llame la atención yo le animaría a probar y a ponerse una fecha para lanzarse, que siempre ayuda a dar el paso”, comenta Dani.

Amaia y Cynthia: América en barcostop

Cynthia Rodríguez y Amaia Zuriarrain estaban en Ushuaia, Argentina, cuando descubrieron el barcostop. Querían ir un poco más allá, a Puerto Williams (Chile) para hacer un trekking, y les hablaron de la posibilidad de embarcarse en un velero haciendo barcostop, y así lo hicieron. Allí, a 600 km de la Antártida, les pilló la pandemia. Cuando más de dos meses después la isla se abrió se unieron a otro capitán que buscaba ayudantes de navegación y durante dos meses recorrieron las aguas prístinas de la Patagonia. La experiencia les gustó tanto que siguieron navegando por otros puntos de América, e incluso pasaron seis meses por el Caribe entre Santa Lucía, Martinica, San Vicente y las Granadinas, San Martin y Antigua. También cruzaron el Atlántico desde el Caribe hasta Europa. A esas alturas ya sabían que para ellas esto no era un viaje, sino una nueva forma de vida.

“Todo empezó por casualidad, porque ni siquiera sabíamos que se podía viajar en un velero sin tener formación. Pero pronto vimos que los propietarios de los barcos te ofrecía participar como tripulación a bordo, y eso nos animó. Además, justo llegó la COVID-19 y de pronto movernos en barco resultó una forma sostenible de hacerlo, sanitariamente hablando también”, recuerda Cynthia. “La navegación y el barcostop es una forma totalmente distinta de ver el mundo, por lo que animamos a probarlo aunque es cierto que navegar no es para todo el mundo. Si te apasaiona el mar y quieres probar algo diferente, es lo tuyo. Y además es altamente recomendable para aquellos que quieran conocerse a sí mismos y ponerse en situaciones un poco límite”, anima Cynthia.

Bego García: la vuelta al mundo en bici durante 5 años

Bego y su pareja Hugo recorrieron en bicicleta 70.000 km por cuatro continentes durante cinco años. Ambos son de Donosti y apasionados de los viajes. Tanto, que después de viajar mucho y por muchos sitios un día decidieron empezar a hacerlo en bici. Cruzaron Europa, pasaron por Rumanía, Turquía, Chipre, Irán, y Asia Central hasta llegar al subcontinente indio. Tras Birmania llegó la meseta tibetana y toda China de sur a norte hasta Mongolia. Después llegaría Corea, Japón, Filipinas, Indonesia, Timor Oriental y dieron el salto a Canadá. Desde allí a México y después Centroamérica para poner el broche final a un viaje inolvidable. 

“Siempre se habla de la sensación de libertad al viajar en bicicleta, sin prisas, escogiendo la ruta que quieres, de una manera sostenible y amistosa con el medio ambiente, cercana a la gente… Y es que realmente es todo eso y mucho más. Es el contacto con la naturaleza, es la desconexión de las redes sociales, es sentirse vivo, es reaprender a vivir con poco, disfrutar de la sencillez y de la austeridad”, nos cuenta Bego. “Viajar en bici con la tienda y el hornillo en las alforjas es muy económico y gratificante. Realmente sufrimos más en nuestra cabeza anticipándonos a problemas y dolencias que en la realidad y lo cierto es que, una vez en marcha, es todo mucho más sencillo de lo que nos lo imaginamos”.

Guadalupe Muñoz: a pie hasta Montenegro

Guadalupe, cuando tenía 23 años, se puso a caminar, atravesó los Pirineos y después los Alpes, y llegó hasta Montenegro. Fue una experiencia tan bella como dura. Y, por si el caminar sola, con dolores y durante meses, no fuera reto suficiente, se puso un requisito: pasar por las zonas más naturales y montañosas que encontrara a su paso. Aprendió a agradecer todas esas veces que le daban de comer, que alguien le sonreía porque sí o que podía caminar bajo el sol. E incluso cuando caminaba días enteros bajo la lluvia sonreía por el mero hecho de poder estar haciendo aquello que quería hacer.

“Para mí esto fue una necesidad de econtrarme conmigo misma. Tenemos tantas distracciones en el día a día que muchas veces nos olvidamos de nosotros mismos, de qué queremos, de quiénes somos o de por qué hacemos lo que hacemos. Caminar es un ritmo natural y te permite volver a ti, ir más lento y mirar las cosas con más detenimiento. Por lo que para mí, caminar fue volver a conocerme”, detalla Guadalupe. “Caminar se diferencia por su lentitud y prestas una especial atención a tus sentimientos y tus emociones, lo que es interesante pero también duro porque ves cosas que no te gustan de ti. Lo bueno es que tienes la oportunidad de trabajarlas, de tener mayor claridad sobre tu vida y de encontrarte contigo misma”.

Atlán: 19 meses a pie por Canarias

Con 21 años Atlán comenzó un viaje a pie por el archipiélago canario en busca de la sencillez. Abandonó todo y comenzó a vivir de la manera más esencial posible y tras 19 meses había recorrido 3.000 km caminando por todo el archipiélago, por la costa y el interior de cada isla. A cada paso se iba asilvestrando y descubriendo aún más Canarias, la verdadera protagonista de esta historia. Sin embargo, descubrió otra realidad, la de la basura, y motivado por un sentimiento de rabia y dolor, su aventura se tornó por necesidad en un proyecto educativo y en una crítica social. Atlán comenzó a recoger toda la basura que encontraba a su paso y en total recopiló 9 toneladas.

“Caminar es el medio de transporte original, el primigenio. Y así se puede experimentar una vida desnuda, inmaterial y esencial. Camino porque no hay necesidad de ir más rápido, porque la comodidad, la velocidad y la tecnología son artifices que ensucian la experiencia y le restan nitidez”, explica Atlán. “Nunca las palabras sirvieron para cambiar a nadie, solo los gestos. Y ser caminante es un modo de existir”, concluye.

Dani, Amaia, Cynthia, Bego, Guadalupe y Atlán tienen en común una forma de viajar que les permite recorrer el mundo sin dejar huella. Pero hay más, porque todos ellos, junto a otros grandes viajeros, participan como ponentes en las Jornadas IATI de los Grandes Viajes, un evento que desde hace 10 años reúne a los amantes de los viajes para compartir vivencias, experiencias y una misma pasión. Un encuentro en el que se contagia ese espíritu viajero que les motivó a ellos a ponerse en marcha y del que, como en cada edición, nuevos viajeros saldrán dándole vueltas a una única idea: Si ellos pueden ¿por qué yo no?'.

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