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Arrancar los pelos del corazón

Una de las operaciones de rescate de Proactiva Open Arms.

Yayo Herrero

Uno. El verano de 2012, miembros del Sindicato Andaluz de Trabajadores llevaban a cabo una acción de expropiación forzosa de alimentos destinados a comedores sociales. La acción fue calificada de robo y generó no pocas páginas de ridiculización, difamación y criminalización de los autores de la acción.

Dos. En 2013, la policía nacional detenía a dos personas, e identificaba a varias más, por intentar impedir el desahucio de una mujer de 87 años con Alzheimer, y de su hijo, de 51, en Triana (Sevilla). Las detenciones e identificaciones en acciones encaminadas a parar desahucios no son hechos aislados.

Tres. El verano de 2017, varios propietarios de fincas, con la complicidad de algún miembro de la guardia civil, tendían una trampa – bastante chapucera, por cierto - a Juan Clavero, compañero de Ecologistas en Acción de Andalucía que, entre otras muchas cosas, trabaja en contra de la apropiación del territorio público por parte de intereses privados. Trataron de desprestigiarle imputándole un delito de tráfico de drogas.

Cuatro. Un bombero, Ignacio Robles, fue acusado de desobediencia recientemente por negarse a participar en la supervisión del embarque de armamento vendido a Arabia Saudita. Estuvo a punto de ser suspendido de empleo y sueldo varios meses.

Cinco. Tres bomberos, Manuel Blanco, Julio Latorrey Quique Rodríguez, están pendientes de juicio en Grecia por participar en labores de rescate en Lesbos. Les acusan de tráfico ilegal de personas y les pueden caer diez años de prisión. El barco de Open Arms retenido en Sicilia –y liberado según escribo estas líneas-  y Helena Maleno, portavoz de la organización Caminando Fronteras, son perseguidos por colaborar en tareas de rescate o avisar a Salvamento Marítimo cuando hay embarcaciones en riesgo.

Seis. En los pasados meses, el sindicato ELA recibía una reclamación de la hacienda vasca sobre la caja de resistencia. ELA había aplicado los mismos criterios de los casi cuarenta años anteriores pero durante unos días pareció querer sembrarse la duda sobre el uso de uno de los instrumentos más importantes para la defensa de los derechos laborales, que sirvió, por ejemplo, para que las trabajadoras de las residencias de Bizkaia sostuviesen una huelga de 270 días.

Siete. En abril de 2018, se acusa de rebelión y terrorismo a varias personas pertenecientes a los Comités de Defensa del Referéndum. Habían llamado a la participación en actos de protesta y cortes de carreteras pacíficos. Son acciones frecuentemente realizadas por los movimientos sociales sin que, hasta el momento, se hubiesen catalogado de terrorismo.

El asunto a destacar en todos estos casos es que el objetivo central de la represión es desmantelar cualquier forma de solidaridad o apoyo mutuo entre las personas.

El mantenimiento de élites privilegiadas en un mundo en crisis exige acrecentar la desposesión de las mayorías y criminalizar la resistencia y construcción de planteamientos de vida en común alternativos, justo cuando más falta hace.

Se trata de mostrar públicamente que preocuparse por el otro, estar pendiente de sus condiciones de vida, se castiga y sale caro. Se trata de arrinconar la empatía y de que comportarse humanamente dé miedo. La criminalización ejemplarizante pretende advertir de los riesgos que se corren al estar pendientes, al cuidar de otros.

Los ataques a la solidaridad, el castigo a quienes se ocupan de otras, está en la base de la deshumanización. “Hija, tú no te signifiques”, te decían las abuelas que habían vivido el miedo de la dictadura y querían protegerte. El buen ciudadano es el que sospecha de cualquier disidencia, de las pobres, de los de fuera, de las mujeres libres; es el que mira mal al fracasado que no tiene méritos, o no los pudo comprar.

La desconfianza mutua dificulta hacer causa común. Desencadena mecanismos de lucha entre sometidos que les son enormemente funcionales al poder. Se alienta que quienes, dentro de su vulnerabilidad, están un poquito mejor que otros,  culpen a quienes están peor que ellos de sus males. El rechazo y miedo que suscita el diferente, terminan haciendo que atacar a quienes son más débiles que tú, sea más fácil que organizarte con ellos para frenar a los que viven a costa de los dos.

Mientras tanto, en las esferas de poder, sí que se construye un sistema sólido de autoprotección. Se decía en la última convención del PP, al hilo del escándalo de Cifuentes: “tenemos que defender lo nuestro y a los nuestros”. Lo malo es que “lo suyo”, es lo público, lo común, lo que es necesario para sostener la vida de todos y todas. Y “los suyos” son los que tratan de desmontar, por las buenas o por las malas, la resistencia y solidaridad hacia los nuestros.

Quienes hoy están en el poder, sí que saben establecer alianzas. Se infiltran en las universidades públicas para dorar las trayectorias personales de quienes luego son presentados, gracias a esos títulos, como eficientes gestores frente a recién llegados que “no saben gestionar”; se conchaban con parte del poder judicial, en alianzas que atraviesan varias generaciones y que van consiguiendo, con una estrategia bien cuidada - ríete de la política matrimonial de los Reyes Católicos-, ir colocando a las personas adecuadas en puestos clave para dejar los temas bien amarrados; tienen importantes conexiones con medios de comunicación y profesionales de la calumnia que, a través de la televisión y la radio, tienen la capacidad de meter una realidad inventada hasta el dormitorio de cualquier persona.

Ellos sí que establecen una espesa trama de relaciones. Es verdad que son relaciones basadas en el pago, la corrupción, la amenaza y las lealtades villanas. Una especie de retrato de Dorian Grey de la solidaridad y el apoyo mutuo, pero que funciona y les proporciona una enorme cohesión que deslumbra a personas agobiadas por la incertidumbre y el miedo a la precariedad, personas que perciben que no hay nada que hacer frente a ese despliegue de poder y que más vale estar debajo de su “manto protector”.

La contrapartida de esta falsa protección – tú, en el fondo, no les importas nada- es considerar adversarios a los enemigos que señala el poder… El buen ciudadano es el que se ocupa solo de lo suyo, el que obtiene lo que necesita como debe ser, de forma honrada, pagándolo.

Mi bisabuela murió cuando yo tenía 16 años. Utilizaba expresiones que yo no he vuelto a escuchar jamás. Cuando quería describir a alguien duro, a alguien que no se ocupaba de nadie, que no sufría, ni se conmovía ante el dolor, decía que esa persona tenía pelos en el corazón. Buscando, después, el origen de la expresión, parece que fue utilizada por Plinio, el Viejo. Se la aplicaba a un tal Aristómenes Mesenio, un griego que de una sentada había matado, uno detrás de otro, a trescientos espartanos y se había quedado tan fresco. Mesenio fue finalmente capturado y al abrirle el pecho encontraron que su corazón estaba lleno de pelos.

El silencio o la inacción ante la injusticia hacen brotar pelos en el corazón.

No soy independentista pero la represión de los CDR me parece un disparate; odio las peleas nocturnas en bares pero acusar de terrorismo a los chicos de Altsasu me parece un despropósito; perseguir a Helena Maleno, a los bomberos o a Open Arms por empeñarse en que no se ahogue gente en el Estrecho me parece una atrocidad; escandalizarse porque haya gente que saque comida de una gran superficie para alimentar a quienes malcomen, me resulta incomprensible; sembrar la duda sobre un sindicato que usa la caja de resistencia para defender a las trabajadoras que contribuyen a que exista esa caja de resistencia, me parece mezquino; mirar peor a quienes expropian los alimentos que a quienes especulan con ellos, me parece peligroso…

Permitir el desmantelamiento de lo común, dejar que se castigue la solidaridad, nos puede salir muy caro. Ante la que está cayendo, necesitamos muchas PAH’s, muchas cajas de resistencia, mucha economía solidaria, mucha gente haciendo boicot a la guerra, muchas personas acogiendo y pendientes de quienes no pueden pagar el recibo de la luz...

Solas no podemos pero con otras sí. La única forma de acumular poder para hacer frente a lo que Naomi Klein llama la doctrina del shock, es la solidaridad, la construcción de redes dentro y fuera de las instituciones, la creación de un movimiento fuerte de personas que se autoprotejan, sin dejar a nadie fuera, sin hacerlo a costa de quienes son más débiles.  El gran reto en este momento es aprender a construir lo colectivo. Es aprender a ser comunidad, no sólo en lo virtual, sino en lo más material.

No es una apuesta sencilla, porque, para construir movimientos sólidos y duraderos hace falta establecer formas de organizarse y participar que se basen en la construcción colectiva, en la diversidad, en liderazgos compartidos, en la horizontalidad, en la gestión del conflicto, en la desactivación de la sospecha y de la excesiva pureza...

Muchos movimientos y partidos no saben hacerlo. Tienen mucha experiencia en construir cosas hermosas, pero son negados y torpes para mantenerlas. Aquí, como en las casas, cuesta más y es menos visible el trabajo de Sísifo de mantener y reproducir.

Tenemos que conseguir que la crítica o la pelea contra quienes tenemos más cerca deje de ser la vía más fácil y cómoda de existir políticamente. No puede ser que los lugares desde los que pretendemos construir alternativas democráticas que pongan la vida en el centro, se parezcan tanto al Pantano del Hedor Eterno y estén dominados por pasiones que salen de corazones temporalmente peludos. Las capacidades de articularse y de generar movimiento parecen estar, en ocasiones, bastante oxidadas y roñosas, y, sin embargo, para revertir el régimen de guerra contra la vida, su puesta a punto y engrase es crucial.

La buena noticia es que esa capacidad se puede aprender, se puede educar. Movimientos como la PAH, la Red de Solidaridad Popular o el feminista nos lo han enseñado. Muchas como yo hemos aprendido en los 20 años de trayectoria de Ecologistas en Acción a sumar la diversidad sin aplastar la diferencia, a invertir tiempo en llevarnos bien, en ser compañeras. La clave es identificar la amenaza a la que hay que responder, mirar sin miedo los problemas a encarar, no despistar la mirada. Si decimos que hay un enemigo a batir pero desconfiamos más de las personas de nuestros colectivos que de quien nos reprime, vamos muy, muy mal.

Para crear espacios de resistencia y reconstrucción sanos, en los que nos guste estar, es imprescindible reconocer y sentir que estamos en esto porque amamos la vida y la gente, porque no nos da igual lo que les pase a los que sufren, porque nada nos es indiferente, tampoco nuestros compañeros.  Silvio Rodríguez lo dice de una forma que a mí me pone las pilas:

“solo el amor alumbra lo que perdura/ solo el amor convierte en milagro el barro/ debes amar el tiempo de los intentos/ solo el amor consigue encender lo muerto/ y si no, no la emprendas, que será en vano”

Son tiempos de vacunarnos de amor para evitar que los corazones se nos llenen de pelos y, casi sin darnos cuenta,  seamos, al final, igual que ellos.

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