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Occupy Hong Kong y el 15M: ¿algo en común?

China suspende por una semana los viajes turísticos en grupo a Hong Kong

Miguel A. Martínez

Profesor en el Department of Public Policy. City university of Hong Kong —

El pasado domingo 27 de septiembre acudí, junto a decenas de miles de personas, a las inmediaciones de la sede del gobierno de Hong Kong. La semana de huelga estudiantil había culminado con un intento de ocupar la plaza más próxima a las dependencias oficiales que estaba vallada. Ese intento provocó la primera carga policial y detenciones. El ambiente estaba caldeado después de una semana de movilizaciones.

Aunque mis estudiantes, en general, tenían una actitud ambivalente: acudían a las clases que consideraban más importantes u obligatorias y dedicaban algunas horas del día a sumarse a las concentraciones o asambleas. La mayoría de autoridades universitarias emitieron comunicados ambiguos en los que mostraban su apoyo al ejercicio libre de los derechos políticos de manifestación, pero aconsejaban que las actividades académicas siguieran su curso habitual. En la práctica, eso creó un ambiente favorable a la huelga y a los profesores nos otorgaba bastante flexibilidad para llegar a acuerdos con los estudiantes o, simplemente, hacer la vista gorda a sus ausencias.

Se trata de una lucha por la Democracia en mayúsculas y es difícil no sentirse interpelado de alguna manera. En mi caso, impartiendo materias de ciencia política actualmente, ya me había pasado el curso anterior debatiendo intensamente con ellos sobre estas materias y sospecho que los más comprometidos a menudo me vieron como un aliado en estas lides.

La reacción no se hizo esperar. Corrió como la pólvora la noticia de que la policía había usado gas pimienta, primero, y botes de humo lacrimógenos después, además de haber golpeado a los estudiantes en primera línea. Junto a la Federación de Estudiantes Universitarios (HKFS), el viernes se había sumado a la huelga el grupo Scholarism, activo en la enseñanza secundaria desde hace más de dos años, y también miembro de la coalición Occupy Central with Love and Peace (OCLP). Ese único día de huelga en centros educativos no universitarios había generado otra tormenta de debates y polémicas. ¿No son demasiado jóvenes para meterse en política? Me sorprendió la actitud de muchos directores escolares intentando coartar esa crucial educación política de los chavales con tales argumentos. Y más si tenemos en cuenta que hace tan sólo dos años fueron ellos, Scholarism y su cabeza más visible (Joshua Wong, 17 años de edad ahora), los que sacudieron a toda la sociedad con un extraordinario coraje enfrentándose al último envite lanzado desde Pekín: reformar el currículo escolar para introducir una nueva materia de educación nacional y patriótica.

Tras meses de protestas y una impresionante oleada de apoyos de toda la comunidad escolar y buena parte de la población adulta, consiguieron que el gobierno archivase temporalmente la reforma. Típico ejemplo de movimiento social victorioso con una indiscutida organización formal llevando las riendas y con un objetivo concreto. Los vi en directo en septiembre de 2012, la primera vez que aterricé en esta ciudad-Estado y quedé maravillado. Un ejemplo fabuloso de gestión de recursos durante las concentraciones, de unión (vestidos de negro riguroso todos los asistentes a las concentraciones) y de emoción al ver lo bien preparados que estaban. En efecto, eran demasiado jóvenes y estaban suficientemente preparados.

De aquella primera visita recuerdo que estaba todavía vigente, en paralelo, un Occupy Hong Kong debajo del edificio del HSBC (uno de los principales bancos) en Central, diseñado por Norman Foster y compañía (o a la inversa). Era un grupo de unas treinta personas que llevaban bastantes meses allí instalados con sus tiendas de campaña y otros tinglados al estilo de los Occupy en otras ciudades del mundo. Sin embargo, nunca consiguieron tener repercusión más allá de ese mínimo reducto y poco después, tras resolverse los litigios legales al respecto, fueron desalojados. OCLP surge posteriormente en 2013 utilizando la misma etiqueta internacional de Occupy, pero como un intento más elaborado de forzar la ansiada democratización de Hong Kong o, al menos, de frenar las ansias de Pekín por tomar el control absoluto de los mandos de la nave. (Algo que casi ha logrado ya en Macau, la ciudad-casino por antonomasia, paraíso del blanqueo de dinero de dudosa procedencia, donde los focos de resistencia pro-democracia se han reducido a su mínima expresión). Durante más de un año OCLP ha sido objeto de una atención mediática sin precedentes.

Para Pekín y sus acólitos se trata del mal. Estos días atrás el Partido Comunista Chino (PCC), a través de un editorial en el People´s Daily con muchas semejanzas al pronunciado días antes de la masacre de Tiananmen en 1989, ha vuelto a repetir su mantra: Occupy Central es ilegal, tiene intereses ocultos, está destruyendo los fundamentos de la sociedad de Hong Kong, amenaza la seguridad y la propiedad de la gente, etc. Llevan así más de un año y algunos de los personajes más ricos de la zona, como el gerifalte Li Ka-shing, les han bailado el agua y no han dejado de azuzar la hoguera. Les hubiera encantado ver fracasar a OCLP o que se hubieran inmolado en su sacrificial lucha por la democracia. Es curioso que los empresarios más ricos de Hong Kong y la federación de sindicatos (una de cuyas ramas, por cierto, se enfrentó en una larga e insólita huelga contra Li Ka-shing en 2013) estén habitualmente, al unísono, del lado de Pekín y del PCC. Alianzas interesadas, claro, por mantener sus sillones en la mitad “funcional” del Parlamento de Hong Kong, la que no es elegida por todos los residentes, y porque el capitalismo en China también se nutre de las inversiones de las grandes fortunas amasadas en Hong Kong.

En fin, que OCLP amenazó desde su constitución con una sentada de no menos de 10.000 personas en el distrito financiero si no se garantizaba un sufragio universal pleno en las próximas elecciones de 2017, tras haber sido aplazado una y otra vez en las anteriores, por mucho que sea una promesa incluida en la mini-constitución local vigente desde 1997 (año de la transferencia de soberanía del Reino Unido a China). La verdad es que yo estaba encantado ante tal promesa, pero habiendo vivido con pasión el 15M en Madrid, me sabía a poco y pensé que sería uno más de estos actos de masas que tan bien resultan aquí pero que no les mutan las arrugas a los que llevan el timón. Hoy ya sabemos que OCLP ha sido desbordado por el ala estudiantil y, simplemente, se han subido a la ola de lo que ha sucedido desde el domingo.

La cuestión que desde las antípodas me están haciendo es evidente: ¿qué tiene esto en común con el 15M o, al menos, con las ocupaciones de las plazas en 2011? Voy a intentar ser conciso y poco académico. En primer lugar, se han ocupado calles de elevada circulación de vehículos, no plazas. Y no una, sino 4 hasta hoy (Mong Kok, Tsim Sha Tsui, Admiralty y Causeway Bay). Pero ocupaciones del espacio público, en definitiva. La auto-organización ha sido ejemplar, con pocas tensiones y con gran abundancia de provisiones, agua y equipos médicos a disposición de todos los asistentes. Una explosión de mensajes en las paredes, vallas, tendales improvisados y autobuses atrapados dentro de las barricadas.

La multiplicación de conversaciones, la gente sentada y los paseantes curiosos, la sorpresa de la política cruda, en su básica expresión deliberativa, al alcance de cualquiera, los símbolos identificadores (paraguas, camisetas negras y lazos amarillos), la ausencia en general de banderas de partidos políticos (aunque los miembros del fragmentado “campo pan-democrático” se han sumado con entusiasmo), el afán de resistencia día y noche mientras el cuerpo aguante, los micrófonos abiertos y los aplausos fáciles ante los eslóganes fáciles. Concentrarse frente a edificios gubernamentales, pero también conquistar otros espacios urbanos, suspender las rutinas habituales y dejar paso a otro ritmo de vivir, caminar y estar en la ciudad. La autogestión de la seguridad interna, de los conflictos y de los residuos generados. La hibridación de los espacios físicos y electrónicos y la extenuación de quienes seguimos todas las fuentes posibles de noticias, en alerta continuada ante el nuevo evento que pueda ser determinante en la evolución de la revuelta.

Dormir en la calle, salir del trabajo y unirse unas horas a los chicos y chicas que siguen ahí sin perder el aliento. La justificación de la desobediencia civil para reunirse y debatir en el espacio público sin solicitar los permisos pertinentes. Todo eso, sin duda, es homólogo a lo que viví en la Puerta del Sol. Una inmensa generosidad, la preocupación por los asuntos públicos, la politización de muchos que eran indiferentes y, como señalaba una de las noticias que leía hoy mismo, el nacimiento de un orden dentro del desorden que ha supuesto toda esta explosión de descontento y de esperanza a la vez. No se me ocurren momentos políticos de más radical belleza y me alegra mucho bucear en ellos, aunque mi participación aquí es mucho más limitada pues el idioma cantonés predomina sobre el inglés.

¿Y lo diferente?

El contexto aquí no es de crisis económica tan brutal como el que hemos arrastrado en los últimos años en España. Hay pobreza, precariedad laboral, especulación inmobiliaria salvaje y una terrible desigualdad socioeconómica, pero el casi pleno empleo amortigua mucho las insatisfacciones en este rubro. Lo que sí se asemeja es la frustración ante la pérdida progresiva de derechos y libertades bajo la sombra represora y la censura implacable del PCC. O, lo que es lo mismo, se percibe una constante des-democratización y por eso también se demanda una “democracia real ya” en la que el sufragio universal se entiende como un primer paso imprescindible, lejos de ser la panacea que resuelva el resto de problemas.

Aquí es más evidente el liderazgo y la persistencia de la gente más joven y diría, a trazo grueso, que es menos transversal en cuanto a clase social (son más de clase media no muy tambaleada por las turbulencias económicas). La gestión policial en Hong Kong está siendo suave, a pesar del efecto llamada que tuvo la represión inicial. Apenas han estado presentes en las ocupaciones durante cinco días, aunque esta mañana han despejado una de ellas (Causeway Bay) sin mucha oposición, pues casi no se quedó gente a dormir y, por lo tanto, a defenderla.

Y, por último, señalaría que la interacción directa y buscada con las autoridades en Hong Kong presenta una orientación mucho más institucional: anoche salió el presidente a manifestar que no dimitirá pero que está dispuesto a que su mano derecha, la Secretaria Ejecutiva, entable negociaciones con los líderes del movimiento. Esa intervención oportuna rebajó las tensiones y mueve ligeramente las fichas del tablero. Eso sí, nadie lo tiene fácil, es un escenario complicado y las élites dominantes están tan cohesionadas como estaban en España en 2011.

Subyace también en esta coyuntura movilizadora una euforia colectiva por preservar una imaginaria identidad de Hong Kong (siempre intentando distinguirse del resto de China continental) basada en su excepción como heredera de algunos legados coloniales que consideran positivos, entre los que se hallan derechos y garantías democráticas ausentes bajo el régimen del partido único. Y esta combinación de circunstancias hace que el pulso pueda prolongarse más de lo que podamos predecir comparando casos en apariencia semejantes.

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