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Opinión - Pedir perdón y que resulte sincero. Por Esther Palomera

El juez del ripio

Artículo satírico de la revista de la asociación de jueces Francisco de Vitoria.

Elisa Beni

Me quedé demudada. Era ya noche cerrada cuando mi AVE bajaba paralelo al Ebro y vi un tuit de Pablo Echenique en el que reproducía una página de la revista oficial de una asociación judicial. Desgraciadamente el texto, con apariencia de poema, que reproducía el político no era un fake sino una texto ripioso en el que se aludía a las relaciones personales de las diputadas electas Irene Moreno y Tania Sánchez con el líder de su partido Pablo Iglesias en una sátira machista. “La diputada Montero/ expareja del 'coleta'/ ya no está en el candelero/ por una inquieta bragueta/. Va con Tania al gallinero”. No era un fake sino una publicación realizada con seudónimo por un juez en una publicación oficial de una asociación judicial de nuestro país. He de reconocer que mis contactos inmediatos con miembros y cargos de esa asociación, mientras el tren seguía deslizándose hacia Atocha, sólo me devolvieron desconcierto, desolación y vergüenza. No esperaba menos. Los vitorinos, que así son conocidos en el mundo judicial los miembros de la Francisco de Vitoria, me han demostrado en muchas ocasiones ser una asociación sensata, centrada y nada carcundiosa en general. He conocido muy de cerca a muchos de sus miembros y hasta he trabajado durante seis años a las órdenes directas de uno de ellos. Tenía motivos para el pasmo.

La crítica política mediante versos satíricos no es un género ajeno a nuestro país. Desde el Siglo de Oro, pero también en el XIX, creció y se difundió en regímenes poco tolerantes gracias al gracejo del pueblo y de muchos ilustrados que se emboscaban en él. Una de las más afectadas fue probablemente la reina Isabel II a quien a su salida hacia París se le cantaba sobre la pérdida de la corona: “La perdiste por bribona/no se puede consentir/que además de una bribona/fueras tan puta, jolin. Conquistaste, campeona/ sin cañón y sin fusil/ en la cama comodona/ más hombres sola que El Cid.” Y otras lindezas sin par que estigmatizaban su libre sexualidad. De refilón diré que tenía más mérito literario el anónimo republicano del romance que el juez ripioso, pero también que les separan dos siglos, una democracia y, sobre todo, el papel social de cada uno de sus creadores.

El pasmo venía porque un juez en una revista de una asociación judicial, se dedicara a una crítica política a miembros de otro poder del Estado, utilizando además una visión inaceptablemente machista del papel de las mujeres en la política. Me produjo a la vez alipori e indignación. En primer lugar, porque quiere la efectiva separación de poderes que los miembros de los tres establecidos no se critiquen entre sí e igual que los miembros del legislativo y el ejecutivo deben guardarse de la crítica de las decisiones del judicial, entiendo que los del judicial deben alejarse de la crítica concreta a los miembros de los otros poderes. Sólo haría la salvedad de la crítica en función de las decisiones adoptadas en cuestiones que afecten directamente al ejercicio de su función judicial ( falta de medios, legislaciones relativas al ejercicio o al propio estatus de jueces y magistrados, etcétera). No era el caso. El vitorino usaba su escaso don para las letras para demostrarnos cual es su visión del papel de las mujeres y lo poco que le gusta Podemos. Nada más y nada menos. En segundo lugar, porque de un juez se espera una sensibilidad especial hacia los principios constitucionales y el de igualdad entre hombres y mujeres es uno de ellos.

Un enorme error que fue rápidamente asumido y detectado por la Asociación Judicial Francisco de Vitoria que emitió por la mañana, cuando hacía pocas horas que mi tren había arribado a su destino, un comunicado que era un escrito de rectificación en el que mostraba públicamente su rechazo y se afirmaba que “nunca debió publicarse por ser objetivamente atentatorio contra la igualdad de género, por lo que asumimos el grave error de control previo de la edición que no volverá a repetirse” y pedían perdón a las dos diputadas “como legítimas representantes de sus electores y, sobre todo, como mujeres”. Esa misma mañana coincidí con el portavoz de la Asociación en un plató de A3, al que acudió para dar la cara y responder a las cuestiones sobre el tema. No puedo sino decir que la Comunicación de Crisis adoptada por el colectivo judicial fue rápida, adecuada y valiente y que esto no es común en el mundo jurídico. Hasta hay políticos que deberían aprender de ello. 

Lo cierto es que la cuestión no ha terminado ahí y que en las redes sociales y en algunos medios de comunicación se ha utilizado el episodio para intentar demonizar a toda la clase judicial como “machista, casposa y franquista” y esa actitud es tan injusta como la del magistrado embozado. Los jueces españoles no son sino un reflejo de nuestra sociedad puesto que salen de ella. No son en conjunto ni más machistas, ni más reaccionarios, ni más carcundiosos que otros colectivos como los de médicos, notarios, políticos,periodistas, taxistas o sexadores de pollos. Cualquier otra interpretación procede del desconocimiento. Ni son seres superiores dotados de una moralidad y una rectitud superior a la media ni son herederos de ningún régimen dictatorial ni proceden del nepotismo ni de la perpetuación de castas en la administración pública. También hay jueces machistas, como no, lo que no acepto es que se convierta en una deslegitimación del sistema por patriarcal. La Justicia es tan patriarcal como la literatura o la economía o el periodismo y en esa misma medida debe ser revisada. Los jueces son,y perdonen que insista, personas como usted y como yo que han accedido a formar parte de un poder del Estado tras un esfuerzo personal grande que nos asegura su conocimiento técnico. Como los médicos de la Seguridad Social.

El mito del juez angélico tiene en parte un origen social y en parte un origen constitucional. Desde el punto de vista social es tan importante la función y el poder que hemos delegado en ellos -decidir sobre nuestras vidas y haciendas y ser árbitros de nuestra vida social y personal- que nos gustaría pensar que se trata de personas adornadas de unos hábitos personales y morales por encima de los de la media. Es una percepción que he observado de cerca durante años por la cual el ciudadano medio tiende a proyectar una rectitud, una moralidad, una donosura y una credibilidad sobre el ser humano que ostenta la condición de juez que supera el análisis individual y se basa,sobre todo, en la función social que desempeña. En muchos casos tal apreciación es muy cierta y en otros, siento desengañarles, una patraña. Como les decía, entre los jueces hay de todo como hay de todo en la sociedad. Los hay adornados de virtudes personales que mueven a la admiración y los hay coronados de defectos que no podríamos sino criticar. Lo único que importa de todo esto es que como técnicos son en su mayoría capaces de aparcar sus grandezas y miserias personales para aplicar la ley.

La otra pata del juez angélico, que tiene mucha relación con lo que hablamos, tiene que ver con la instauración constitucional de un modelo de juez oficialmente apolítico, no ideológico y extrañamente ajeno a cualquier posicionamiento personal. Ganó el debate constitucional la tendencia conservadora que prefería este juez blanco y ajeno a todo frente a los que pretendían reconocer que ningún ser humano puede carecer de ideología o cosmovisión y que era mejor reconocerla y regularla. Durante la II República, los jueces podían militar en partidos políticos pero tenían absolutamente prohibido aceptar cargos de ningún tipo sin salir para siempre de la judicatura. Ese modelo de juez fue rechazado.

Yo soy partidaria de aceptar la realidad y regular sus efectos pero, dado que el legislador eligió otra cosa, no queda más remedio, creo, que aceptar que la libertad de expresión de los jueces está limitada en algunas cuestiones, por motivo de su ejercicio, como sucede de una u otra manera con los miembros de otras instituciones a las que se quiere neutrales.

Suum cuique. A cada uno lo suyo. Ser justos es también una virtud de todos los ciudadanos. 

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