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Sobre este blog

Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

Charlie Hebdo: que el miedo no nos impida ver el bosque

Gonzalo Boye Tuset

Los recientes asesinatos cometidos contra destacados miembros de la redacción de Charlie Hebdo, y de un musulmán encargado de la seguridad de dicho medio de comunicación, hacen necesaria una reflexión profunda sobre lo sucedido, las causas -que no excusas- y la respuesta que hemos de dar como sociedades democráticas. Ni es admisible el “buenismo” de quienes consideran que un repudio rotundo a los asesinatos puede generar una corriente islamofóbica, ni tampoco el “histerismo” de quienes pretenden ampararse en estas muertes para atacar a una religión y, de paso, recortar nuestras libertades.

A efectos de análisis, lo primero que hay que establecer es que no se trata de un atentado islámico, sino de la acción criminal de unos determinados miembros de una concreta secta religiosa que nada tiene que ver con una de las grandes religiones reveladas.

Las razones que puedan esgrimir los asesinos no son relevantes. Nada justifica su actuación, sin perjuicio que en mucho hemos tenido que fallar para generar tanto odio hacia nuestra cultura y forma de vida en personas que han nacido o se han educado en “occidente”. En todo caso, es evidente que Charlie Hebdo es, afortunadamente, un medio molesto para los intolerantes y radicales -católicos, protestantes o musulmanes, como en este caso-, al igual como en España lo puede ser Revista Mongolia. Pero nada justifica esos asesinatos como nada explica las amenazas e insultos que hemos sufrido por parte de ultracatólicos en recientes presentaciones de “Mongolia el Musical”.

Lo sorprendente de la acción criminal es la alta preparación militar demostrada por el comando terrorista, el equipamiento empleado y, a pesar de lo informado por las autoridades francesas, la lentísima velocidad de reacción que tuvo la policía gala ante un ataque de estas características en plena capital.

Un atentado como el vivido el pasado miércoles en la redacción de Charlie Hebdo debe ser analizado en su justa dimensión. Debe tenerse claro que es una muestra de intolerancia, sectarismo y brutalidad contra el conjunto de la sociedad. Por lo tanto, la respuesta debe ser ciudadana y no contra los ciudadanos, es decir, que no podemos ampararnos en 12 asesinatos para intentar criminalizar a unos determinados ciudadanos (los musulmanes), ni para -aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid- recortar derechos en pos de nuestra seguridad.

Las sociedades democráticas maduras tienden a ser sociedades multirraciales, multiculturales y plurireligiosas. Es en esa diversidad, en esa mezcla y en esa confluencia, en la que se cimenta la grandeza de las misma. El futuro de Europa pasa por la integración en lugar de la segregación, de manera que no hay excusas -ni debemos crearlas- que valgan para adentrarnos en un fenómeno (el del racismo, la xenofobia o la islamofobia) que sólo nos llevará a etapas ya superadas de la historia europea.

Cosa muy distinta es el actual desafío al que nos enfrentamos: el terrorismo de corte yihadista. No es esta una problemática nueva ni reciente. España tiene, lamentablemente, una larga experiencia en ello a partir de los brutales atentados del 11M. Las lecciones aprendidas a partir del año 2004 no deben ser descartadas. Ha de actuarse con igual rigor, profundidad y seriedad dentro de un marco claro de respeto de los derechos fundamentales, lo que es la única garantía de éxito en la lucha antiterrorista.

La reciente historia de “occidente” nos demuestra que las reacciones histéricas ante atentados brutales no son el mejor de los caminos y que en la lucha contra el terrorismo no caben los atajos, ni hacerse trampas al solitario.

El mejor ejemplo de lo que estoy planteando es el surgido a partir de los atentados del 11S en Nueva York cuando los Estados Unidos -y parte fundamental de sus aliados, entre los que se encuentra España- se empeñaron en lo que el expresidente Bush denominó “la guerra contra el terror” (War on Terror), que nos llevó a la guerra de Irak, a la creación de centros ilegales de detención y torturala guerra contra el terrorWar on Terror, entre los cuales el más conocido es el de Guantánamo, y a la utilización de métodos impropios de cualquier sociedad democrática.la utilización de métodos impropios de cualquier sociedad democrática

Para luchar contra el terrorismo no es útil ni necesario acudir al secuestro, la tortura, los asesinatos selectivos, los juicios sumarísimos, las intervenciones masivas de las comunicaciones, ni a ningún tipo de procedimiento que atente contra las esencias de nuestros valores democráticos. La utilización de esos métodos deslegitima esa lucha, debilita nuestra democracia y llena de argumentos a los terroristas.

Lo que ahora se necesita es, y siempre dentro del más absoluto respeto por los derechos humanos, una respuesta eficaz, eficiente y contundente en contra de quienes han perpetrado estos atentados. Es decir, se trata de detener, enjuiciar y, si se prueba la culpabilidad, condenar a quienes los han cometido.

En paralelo, han de redoblarse los esfuerzos para impedir que nuevos atentados de estas características puedan ser cometidos. Para ello habrá que actuar en diversos planos como son la investigación policial, la educación y la erradicación de las desigualdades y de la marginalidad, porque es en estos últimos aspectos en los que, en muchas ocasiones, surgen los elementos que sirven de caldo de cultivo para que estos grupos radicales se nutran de personas dispuestas a matar y a morir.

Es un error pensar que la única respuesta al fenómeno del yihadismo es la policial y así se viene demostrando desde los atentados a las Torres Gemelas en 2001. La respuesta policial es necesaria, dentro de su ámbito de represión del delito, pero la misma no puede estar huérfana de un proceso más amplio de supresión de la etiología en la que se sustenta un fenómeno tan complejo como el que estamos analizando.

El mayor número de víctimas del terrorismo yihadista se ha producido en países musulmanes. Este es un hecho innegable, como también lo es que la mayor parte de los atentados cometidos por grupos yihadistas en “occidente” lo han sido por jóvenes que han nacido, han vivido o se han educado en “occidente”. Este último aspecto debería llevarnos a pensar que, seguramente, ese resentimiento, ese odio y ese desprecio hacia la vida y hacia nuestros valores han podido surgir de la desigualdad y la marginalidad.

Tampoco hemos de olvidar que, desde la ignorancia, bien hemos podido crear un ambiente propicio para que esas personas se sientan marginadas. La xenofobia es el mejor caldo de cultivo para fenómenos como el yihadismo. Por tanto, una de las principales tareas que hemos de acometer es la de educarnos en nuestros propios y alegados valores, entre los que han de estar la igualdad, libertad y fraternidad, para que todos se sientan integrados y carezcan de cualquier argumento, por irracional que sea, para lanzarse en espirales asesinas como las sufridas en la redacción de Charlie Hebdo.

En cualquier caso, quien mejor expresó como debemos posicionarnos ante la intolerancia, el fanatismo, el oscurantismo y la barbarie en nuestros tiempos fue el asesinado Stéphane Charbonnier cuando nos marcó el rumbo repitiendo la mítica frase del Che Guevara “prefiero morir de pie que vivir arrodillado”, porque si dejamos que nos atemoricen entonces ya habremos perdido. Actuar de otra forma sería traicionar la memoria de quienes han muerto por defender nuestras libertades.

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