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Sobre este blog

Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

Las lecciones de Pasolini

Gabriel Moreno González

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Sobre este blog

Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

Ante la orfandad que padecemos de referentes intelectuales, podemos buscar y encontrarlos en el pasado reciente, en aquellos cuyas reflexiones fueron tan válidas para su presente como lo son hoy para el nuestro. Una de las figuras que supo ver con clarividencia y una extraña fuerza profética los problemas estructurales y sistémicos del mundo actual fue, sin duda, el gran Pier Paolo Pasolini, el último renacentista y “el creador de izquierdas más polifacético que ha dado Europa”, como lo ha definido Miguel Dalmau en su monumental biografía del genio italiano.

Cineasta, productor, poeta, escritor, filósofo, periodista, pintor, músico, erudito y, sobre todo, profeta para un mundo que comenzaba a difuminarse en sus antiguas líneas de certeza por la acción del individualismo, de la sociedad de consumo y del desaforado sistema económico deshumanizador. Pasolini lo vio primero, quizá el primero: el capitalismo, en sus tendencias de concentración y urbanización de la vida, implica una homogeneización que termina laminando y eliminando toda diferencia, todo valor propio, único. La escala humana, la de las pequeñas cosas y las relaciones no mercantilizadas, comenzaría a perderse en medio del crecimiento sin límites de las ciudades de ladrillo y hormigón, de la razón instrumental y el falso desarrollismo. Por eso siempre distinguió entre “desarrollo”, económico y basado en términos brutos de crecimiento cuantitativo, y el “progreso”, esto es, el avance de la humanidad y de sus comunidades de copertenencia en todos los ámbitos del actuar y de la cultura con criterios de justicia, equidad y libertad. La “modernización” que el poeta contemplaba extenderse por las ciudades de Italia, arrasando con los entornos naturales, creando guetos y barrios horrorosos, imponía una uniformidad gris alienante y reducía todo objetivo vital a la competitividad y a la adoración fetichista de las mercancías. Él lo sabía bien, pues lo vivía en las “borgate”, en las barriadas y bajos fondos por los que se movía y donde disfrutaba jugando al fútbol y conviviendo con sus gentes, con esos “ragazzi de vita” desarraigados, de rostro campesino trasplantados a la máquina impersonal de la ciudad de masas. Por ello combatiría siempre lo que, en sus propias palabras, era “la desaparición de todas las formas que hasta ahora han protegido la historia y la tradición”, denunciando en la prensa, en sus obras y en el activismo, el giro deshumanizador que estaba cobrando un siglo XX que a él ya le había infligido profundos surcos y daños: la pérdida de su hermano, asesinado en las luchas internas de la resistencia comunista; el dolor de la guerra en Italia, con un padre fascista y renegado; el rechazo social a su condición de homosexual, que le lastraría hasta el final y se grabaría profundamente en su psicología.

El miedo a perder el mundo de certezas que se derrumbaba, las formas antiguas de la gente y las identidades arraigadas en una tradición que comenzaba ya a empaquetarse como producto turístico, le llevó a grabar y producir su “trilogía de la vida” y una serie de documentales y reportajes en los que retrataba y recogía, para posteridad, las vetustas costumbres del campo italiano o del mundo rural de la India. Como dice Dalmau, en su etapa de madurez intelectual, Pasolini estuvo imbuido de una “fiebre maníaca que le impulsó a preservar todo aquello que intuía en vías de extinción”.