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Las tres edades del cine adolescente

Cara Delevingne y Nat Wolff haciendo diabluras

Pedro Moral Martín

Ciudades de Papel es la adaptación del libro de John Green y comienza hablando de milagros, de que a cada quién le corresponde el suyo. El del chico protagonista, Quentin, es que Margo Roth Spiegelman viva en la puerta de enfrente de su casa. O sea, que Quentin está enamorado hasta los huesos de Margo, que además corresponde con ese tipo de chica inalcanzable, misteriosa y de la que se cuentan todo tipo de historias de instituto. Imposible no enamorarse de Margo, tanto en las páginas escritas por Green como en el momento en el que el personaje comienza a vivir a través del bonito rostro de Cara Delevingne. Que alguien como Margo sea tu vecina es un milagro, o mejor, una (maravillosa) casualidad. Como la que servía a Paul Auster de maquinaria en el personal universo de Mr. Vértigo o como la que se convertía en el verdadero motor de la existencia en las historias de amor de Eric Rohmer que Pedro Vallín desgrana en este artículo sobre el azar.

Las casualidades abundan sobre todo en la pubescencia dominada por la aleatoriedad de ese tiempo en el que uno posee todas las opciones de vida todavía inactivas. Cuando todas las alternativas son plausibles. “Es el momento en el que puede pasar cualquier cosa. Es la época de las primeras experiencias, que tienen una intensidad tan increíble que pueden resultan sobrecogedoras ”, nos comentaba el propio John Green en su paso por Madrid. El autor es un gurú de la literatura juvenil, en 2014 Time lo incluyó entre las 100 personas más influyentes del mundo por culpa en gran medida de su novela más conocida, también con adaptación cinematográfica, titulada Bajo la misma estrella.

El éxito de sus libros y también el de sus adaptaciones al cine radica en la sutileza y la gracia con las que sustituye el cinismo por la esperanza y por el optimismo. El cine de adolescentes se tuvo que inventar después de que el propio término naciera en los 50, cuando la sociedad salía de un periodo donde dos guerras mundiales privaron a los jóvenes de esta confusa edad en la que hay vía libre para cometer disparates, para fallar, para no tomar decisiones. Y por ello el primer cine adolescente tenía cierto carácter de ‘asusta padres’ y una clara desvergüenza en la forma de alabar la tragedia. Y si no, pensad en James Dean.

Quiero ser como James Dean

En una viñeta de Forges sobre la juventud de los 60’ un joven se apoyaba en el marco de una puerta en medio de la playa, en esos años todos querían ser como Dean. Nicholas Ray (Johnny Guitar) fue el culpable, él dirigió Rebelde sin causa, película en la que su personaje principal, Jim Stark, compartía los problemas de los adolescentes. Los jóvenes espectadores se sentían identificados en los conflictos de este James Dean borracho, con chupa de cuero y cuello subido, con un Marlboro siempre en la boca que aspira a bocanadas mientras alterna las carreras de coches con los conflictos familiares. Y aunque como ya escribió el crítico de cine Noel Ceballos la adolescencia siempre tendrá “una esencia contestataria, anticonformista y medularmente lúdica”, los días de vivir con la certeza de que no hay futuro han terminado.

En La última película Peter Bogdanovich tampoco se augura un buen futuro para los adolescentes, pero al menos el director procuró ser muy sincero cuando hablaba del doloroso (primer) amor que Timothy Bottoms (y él mismo) sentían por Cybill Shepherd. Esa admiración casi sublime por el personaje femenino es también parte de Ciudades de papel y ya puestos con todo el cine de Rohmer. Cara Delevingne es la Cybill Shepherd de la que se enamoró Bogdanovich, igual de misteriosa, compleja, arrebatadora pero menos corrupta, menos envenenada, menos mala.

La fascinación por el personaje de Cara no nos deja el mismo sabor amargo que el de Shepherd en La última película. Ciudades de Papel termina con una inteligente perspectiva (la que da el tiempo) de todo el asunto adolescente. Él mismo John Green nos contó: “Durante mi vida he idealizado, mucho, muchísimo a las mujeres que he admirado, para mí son más que un ser humano. Pero ese sentimiento es muy destructivo, tanto para ellas como para mí”.

Colegas y juergas

Desde el filme de Bogdanovich pasaron los años y el cine de adolescentes se encorsetó entre distintos géneros hasta que Larry Clark y Harmony Korine filmaron una especie de película dogma donde todo era demasiado explícito. Aunque su Kids es una obra única, no se la hizo mucho caso. Hubo que esperar a American Pie para la siguiente revolución del género. El filme de la tarta de manzana, las experiencias sexuales frente a una webcam, las últimas fiestas de instituto y los campamentos musicales fue un hito en la historia del cine adolescente. De hecho Ciudades de papel también tiene su propia fiesta descontrolada, que además funciona como escenario para uno de los grandes giros de la película.

Las películas sobre juergas, despedidas y primeras experiencias sexuales invadieron la taquilla durante la década de los 2000. Los padres dejaron de temer las carreras de coches y empezaron a preocuparse por el sexo descontrolado. Pero al menos, los personajes de este tipo de comedias gamberras tenían un futuro. Y entonces llegó un título que lo cambió todo en el subgénero de comedias adolescentes… En 2007 llegó Supersalidos y aunque el argumento seguía dando vueltas sobre el sexo, el alcohol y las fiestas de instituto el epílogo de esta película colocó un nudo en la garganta a todos los espectadores no adolescentes. La melancolía irrumpió en el género juvenil para quedarse.

Somos infinitos

Fue entonces cuando apareció un cine adolescente complejo, uno con más reflexiones vitales. El tono ácido, divertido y casi adulto invadió los títulos adolescentes. Nacieron películas tan mordaces como Juno o tan nostálgicas como Las ventajas de ser un marginado. En la actualidad el cine protagonizado por quinceañeros cuestiona estigmas sociales, habla de la tragedia con inteligencia y sin demasiada solemnidad -como en el caso de Bajo la misma estrella-y sobre todo remarca esa aleatoriedad propia de la edad, ese momento del tiempo en el que como los protagonistas de Las ventajas de ser un marginado, uno puede sacar el rostro por la ventanilla y gritar “¡Somos infinitos!” mientras suena Heroes de David Bowie. Nada ha ocurrido, todo está por llegar. Aun se puede ser cualquier cosa.

En esta línea Ciudades de papel entabla un inteligente diálogo con el espectador. Quentin está perdidamente enamorado de Margo Roth Spiegelman y la admira por encima de sus posibilidades. Pero en la adolescencia todo es demasiado importante y demasiado superfluo al mismo tiempo. Y al final uno se da cuenta de que solo consiste en tener la libertad de cometer errores. Quizá por eso, en nuestras vidas de adultos, queramos volver una y otra vez a ese mismo punto. Pascal Mercier lo explicó perfectamente en Tren Nocturno a Lisboa:

“Ahora, por fin, creo saber lo que me obliga siempre, una y otra vez, a emprender ese viaje hasta las afueras para visitar la escuela: deseo regresar a esos minutos en el patio escolar, en los que nos habíamos despojado del pasado sin que todavía hubiese empezado el futuro. El tiempo se interrumpía y contenía el aliento de un modo como no lo hizo después jamás. ¿Acaso es a la rodilla morena de María Joao y a su aroma de jabón en su claro vestido a lo que deseó regresar? ¿O se trata del deseo –ese deseo patético, parecido al sueño- de estar otra vez en aquel punto de mi vida y de poder emprender un rumbo completamente diferente del que ha hecho de mi lo que ahora soy?”

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