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“Deberían hacerse públicas ciertas reputaciones de escritores que van como perrillos en celo”

Patricio Pron durante la entrevista con eldiario.es

Mónica Zas Marcos

Patricio Pron (Rosario, 1975) habla despacio, bajito y, según él, cambia de opinión en cuanto cambia de sitio. De la silla al sofá. Sentado o de pie. Lo avisa porque el arte de ofrecer entrevistas es peliagudo, y él lo sabe bien. Por eso escribe de ello en su nueva antología de relatos Lo que está y no se usa nos fulminará (Editorial Random House), que toma el título de un estribillo de Luis Alberto Spinetta.

Además del oficio de escritor, de las agotadoras promociones y de la imagen difusa que recibe el lector a través de un texto, Pron aborda temas universales como la nostalgia, la pérdida del amor y las segundas oportunidades. En la entrevista no vacila al abordar un asunto que entronca precisamente con todo lo que él escribe: ¿debemos separar al autor de su obra? En el caso del argentino, desde luego, es imposible. 

Incluye cuentos en forma de formularios de inmigración, listas con números desordenados, personajes de distintos países y edades, y diferentes estilos de escritura.

Sin embargo, hay un hilo invisible que los conecta. ¿Qué es y cómo lo encontró? 

En general, no escribo libros de cuentos persiguiendo una intención programática. Sin embargo, es evidente que hay temas que conectan estos relatos: las segundas oportunidades, una relación conflictiva o nula con la paternidad, o personajes que se ven asaltados por dobles o figuras que no constituyen más que un reflejo de lo que ellos son.

Creo que todos habitan una especie de territorio, que como dicen mis editores, no sabías que existía y del cual no deseas regresar. Esa república invisible, usando el término de Greil Marcus, es posiblemente el hilo conductor de los relatos y de la vida de los personajes.

Algunos consideran el cuento como un género menor frente a otros como la novela. Siendo conocedor de ambos, ¿qué respondería a los prejuiciosos?

Mis novelas presentan la dificultad de que son más extensas y, en segundo lugar, de que a menudo abordan asuntos que requieren una documentación extensiva por mi parte. En este caso, los relatos suponen el compromiso de concebir once comienzos, once nudos y once desenlaces. Si lo vemos en términos de esfuerzo, uno podía decir que el relato le gana once a uno a la novela.

No creo que los cuentos sean menos dificultosos que las novelas. De hecho, requieren un esfuerzo de síntesis que no se presenta necesariamente en las novelas. En cuanto a la concepción de que son un género menor, de hecho, hay un esfuerzo deliberado por mi parte en este libro por manifestar que el cuento puede ser también un ámbito muy exigente. Y que el cuento contemporáneo español no es lo que se nos ha dicho.

Dedica muchos de ellos a la profesión del autor y a la relación, a veces complicada, que se establece con los lectores. En concreto el primer relato, Salon des refusés, recuerda al caso de Elena Ferrante. ¿Se ha convertido en obligación para una figura pública dar a conocer los detalles de su vida?Salon des refusésrecuerda al caso de Elena Ferrante

Debido a la presencia de los escritores en las redes sociales, resulta casi imposible aproximarse a un libro sin saber algún detalle de la vida de su autor. En el hipotético caso de que lleguemos a ese libro como un lector ingenuo, habrá una solapa llena de datos que condicionarán nuestra lectura en un sentido u otro.

Además, y de eso va el cuento que mencionas, lo que denominamos “el autor” es, a menudo, una serie de prejuicios que tenemos sobre la obra de ese autor y que se adhieren a su figura como una sombra. Algunos tenemos enormes dificultades al desprender nuestra obra de lo que somos, así que procuramos que sean las obras las que nos representen. 

Me sentí identificado con el caso de Elena Ferrante porque, si bien yo soy una persona pública y cometí el error de no escoger un seudónimo al comienzo de mi carrera (lo que me habría resuelto muchos problemas), comparto su deseo de privacidad.

Ese deseo aparece en el relato Este es el futuro que tanto temías en el pasado. En él, Patricio Pron contrata a un actor para hacer de Patricio Pron en las promociones. Pero, igual que Ferrante optó por el seudónimo, ¿no podría haber usted optado, como Thomas Pynchon, por no hacer la gira editorial?Este es el futuro que tanto temías en el pasado

Sería una coquetería. Lo que un gesto así provocaría es que, idealmente al menos, me quedase congelado en una especie de juventud. Por otra parte, creo que sería improcedente hacerlo por todas aquellas personas que tan generosamente vienen a conversar conmigo. Del mismo modo que yo me quedaría sin la posibilidad de tener conversaciones enriquecedoras.

No es frecuente que uno tenga la oportunidad de pensar en voz alta sobre su trabajo. Cosa que yo evito excepto en circunstancias como esta. Se requiere cierto grado de desconocimiento acerca de lo que uno hace. Que se va reduciendo en la medida en que en las entrevistas explicas tu trabajo. 

Pero es una coquetería, cosas con las que uno fantasea a menudo: ¡no voy a dar más entrevistas, me tienen harto! Pero no me planteo hacerlo. Lo que sí creo es que hay que mantener la privacidad en cosas que carecen de total relevancia: qué he comido hoy, dónde veraneo o si he llevado al veterinario a mis gatos.

En otro de sus cuentos, La bondad de los extraños, habla de la cara B del “gran poeta chileno”, de un ser despiadado, salvaje y borracho. Esto entronca con un debate muy actual: ¿debemos separar al autor de su obra?La bondad de los extraños

La discusión es magnífica. Debemos agradecer a esas mujeres, que reconocieron haber sido víctimas de agresión sexual, la posibilidad de que podamos discutir las estructuras sociales que legitiman los abusos. Incluso nuestra propia relación con la noción de abuso. Es algo a lo que me gustaría contribuir de la manera posible. 

Sin embargo, esto vino acompañado del surgimiento de un moralismo que no afecta solo a la vida de los creadores, sino también a su misma producción. Desde luego es deseable -y es la forma en la que yo leo- hacer abstracción de la vida privada de los autores. Lo hago con el conocimiento de que la literatura, si proviene de un autor de moralidad dudosa, será menos rica.

Pero si despreciásemos a Cèline o si acusásemos a Nabokov de pederasta (ignorando además que muchas veces el narrador es una figura construida dentro del relato), nos perderíamos magníficos textos. Habría que seguir una lógica fundamental de que no estamos leyendo autores, sino textos. 

Pero, ¿no está una obra de arte impregnada de la subjetividad y la ideología de su autor?

El reclamo de ejemplaridad en el ámbito de la vida privada de los autores constituye novedades respecto a discursos excluyentes del pasado. No tengo ningún interés en compartir una discusión sobre mujeres con Woody Allen, aunque pocos autores del siglo XX han sabido narrarlas como él en su cine. 

Estas contradicciones pueden no serlo en el interior de un sujeto tan complejo. Muy posiblemente si uno se dedica a hurgar en los textos, literarios o del cine, encuentre elementos contrarios a la ideología del autor. En la obra de Woody Allen existen las mujeres empoderadas, de una forma sofisticada y retorcida, y que posiblemente él ni comprenda ni comparta. 

Volviendo al tema de la literatura, no deberíamos exigir una ejemplaridad a los artistas. Por una parte porque, si lo exigimos, es muy posible que nos quedemos sin arte, y por la otra, porque es bastante factible que tengamos que demostrarnos a nosotros mismos.

¿A qué se refiere?

Recuerdo haber sido testigo de unos momentos bastante desagradables en mi vida, pero no recuerdo haberlos provocado. Al margen de lo cual, es posible que todas las prácticas de seducción y de ligue de aquellos que tenemos más de 40 años caigan en un momento u otro del lado de lo políticamente incorrecto.

Me pregunto cuántas de las personas que señalan las conductas indecentes e inapropiadas de Kevin Spacey, pueden decir públicamente, y sin que los contradigan, que ellos mismos no incurrieron en ese tipo de prácticas o actos semejantes. De todas formas, deberían hacerse públicas algunas reputaciones en el ámbito de la literatura.

Eso es muy interesante, porque muchos sectores están reivindicando que solo se hace eco de la situación del cine. ¿Qué tipo de reputaciones?

Escritores priápicos que van cual perrillos en celo en todas las fiestas y ferias. He vivido situaciones muy incómodas con colegas míos. Y, aunque desde luego han supuesto para mí una necesidad de tomar distancia, de momento no han suscitado un debate en el ámbito que nos movemos.

Quizá porque se asocia a meros rasgos de carácter, incluso a cierta gracia que tiene el autor que acosa o que maltrata a su contraparte, que generalmente es femenina. Pero creo que deberíamos hablar sobre ello también, porque si no vamos a exigir una ejemplaridad únicamente a un ámbito de por sí aparentemente ejemplar, como es el de Hollywood. 

Pero esto, respecto a lo que decía de la ejemplaridad, ¿cree de verdad que no afectaría al trabajo del autor en los tiempos que corren?

Me parece imprescindible no hacer daño. Si tú adhieres esta convicción, que no es una convicción muy específica, ni requiere mucho esfuerzo por tu parte, estás ya del lado del que tienes que estar. Todos sabemos más o menos cómo actuar, ni siquiera creo que deba existir un estándar de prácticas. 

Se discute mucho en la literatura la escasa presencia de las mujeres en el negocio editorial, en los catálogos editoriales. Es un problema que nos debe preocupar, pero quizá lo está haciendo en exceso comparado con otros, como la imposibilidad de las mujeres de clase baja de marcharse de su hogar o llevarse a sus hijos, o el hecho de que sean asesinadas en España por violencia machista.

Pero no son luchas excluyentes, ¿no cree? 

Son independientes, claro. Pero en la escena cultural en la que nos movemos es más frecuente escuchar hablar de la disparidad en los catálogos editoriales que oir hablar de las otras cuestiones. En ese sentido, en mi opinión, el feminismo no puede separarse de una visión de clases, sino a condición de que se convierta, precisamente, en un esfuerzo por librar una batalla que tan solo concierne a unos pocos. 

Sin embargo, acaba de apostar por abrir el melón en el ámbito de la literatura. ¿Cómo aportaría usted a ese debate pendiente?

Al margen de todos estos balbuceos cuando trato de responder una pregunta muy dificultosa, está claro que tenemos un debate pendiente en el ámbito de la literatura respecto a este tipo de abusos o desigualdades. No para establecer un estándar de prácticas, sino más bien para pensar en qué instituciones están constriñendo nuestro margen de acción. 

Yo, por ejemplo, no sé cuáles son las elecciones de género de las autoras que leo. Solo sé que, haciendo números para mí mismo, leo a más mujeres que a hombres. Esto, en mi opinión, debería ocupar una posición menos relevante en la discusión. Lo que deberíamos cuestionar no son las cuotas, que incluso podrían devaluar la producción de estas mujeres, sino ese dispositivo llamado heteropatriarcado en el que confluyen una serie de ideas y de circunstancias que constriñen a la sociedad. Y, eso, aunque no se hable, también ocurre en el mundo editorial. 

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