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Los niños soldados que dejaron los fusiles por las aulas

Uno de los 250 niños liberados el pasado 21 de febrero mira a cámara mostrando su número en el ejército, tras la ceremonia de entrega de armas. / FOTO: Claire McKeever (Unicef).

Laura Olías

Un niño está de pie, delante de un centenar de menores que, como él, visten traje militar. El pequeño deja el fusil que porta y se quita el uniforme. Se acabó. “Estáis liberados para volver a ser niños y volver a ser civiles”. Mediante este ritual la Facción Cobra del Ejército Democrático de Sudán del Sur (SSDA), opositor al Gobierno del presidente Salva Kiir, ha dejado en libertad a cerca de 4.000 menores durante los últimos meses gracias a las negociaciones de paz con las autoridades, en las que participa Unicef, que aún continúan.

Ticiana García-Tapia, especialista de educación en Unicef en Sudán del Sur, cuenta cómo se desarrolló una de estas ceremonias en la que estuvo presente, en la región de Pibor, donde 108 niños quedaron en libertad el pasado 7 de marzo. “Ver a niños soldados en Sudán de Sur, aunque es horrible, por desgracia no choca tanto en este país. Lo que más me impactó fue verlos al lado de los soldados adultos, el contraste hacía evidente que el ejército no es lugar para un niño”, relata en una conversación telefónica con eldiario.es. Muchos menores apenas podían con las armas que fueron depositando en el suelo como último lastre de una vida ligada a la violencia.

“Lo primero que me dijeron fue '¿cuándo vamos al colegio?”, cuenta García-Tapia con satisfacción. La especialista forma parte del equipo de Unicef que se hace cargo de los menores tras la liberación, a través de centros de cuidados temporales en los que prestan asistencia psicológica a los menores y, cuando están preparados, los incorporan a las aulas. “Hay niños que nunca han ido al colegio, otros que sí. No es un grupo nada homogéneo”.

Mientras, inician la tarea de reunificación familiar y el trabajo con las comunidades que los recibirán. “Muchas los tienen miedo y no quieren que vuelvan a sus localidades; hay que hacer entender que son víctimas”.

En una de las últimas liberaciones, el pasado 21 de marzo, entre los 250 menores que soltaron las armas en el remoto pueblo de Lekuangole se encontraban cuatro niñas. “Nos contaron que sobre todo hicieron labores domésticas, pero todavía es pronto para saber”, dice la especialista española. La organización destaca la invisibilidad de las niñas “cuando se trata esta lacra” y recuerda que los abusos a los que se ven expuestas son muy duros.

A algunos niños, “no les sacas una palabra”, explica García-Tapia. Otros en cambio, a los dos días están jugando al balón. El proceso de rehabilitación es lento y sus necesidades, muy distintas: hay menores que han servido en el frente mientras que otros solo han cubierto tareas de apoyo, como limpiar armas, cocinar y limpiar, por ejemplo. “Aunque se pueda pensar que estos casos son menos graves, los niños han estado expuestos a situaciones de alto riesgo y violencia, lejos de sus familias”.

James John (nombre ficticio), de 13 años, se unió a la Facción Cobra voluntariamente. “Nuestros enemigos asesinaron a mi hermana, mi tío y a otros miembros de la familia. Entonces, me uní a los Cobra. Pero la vida con ellos no es buena. Caminamos mucho, algunas veces durante tres o cuatro días, cargando con equipos muy pesados”, explica a los equipos de la ONU.

Cerca de 12.000 niños soldados

La extrema pobreza y la violencia, que asola el país desde hace décadas, explican por qué algunos padres pueden ver el reclutamiento como una oportunidad de que sus hijos estén alimentados y protegidos. “Para este país unirte al ejército se ve como algo bastante normal. Habla también de una falta de oportunidades, hay zonas en Pibor donde no han tenido un colegio en su vida, algunos no veían otras posibilidades”, explica Ticiana García-Tapia.

Según los cálculos del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), “hay unos 12.000 niños soldados en Sudán del Sur”, estima la especialista. El país más joven del mundo, que alcanzó la independencia en 2011, fue señalado por el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, el pasado 25 de marzo como uno de los puntos negros del reclutamiento de menores en los conflictos armados que golpean el mundo. “Desde el noreste de Nigeria hasta Irak, Sudán del Sur o Siria hemos sido testigos de una ola de secuestros utilizados para aterrorizar y humillar a comunidades enteras”, afirmó el secretario general de la ONU.

Tras más de dos décadas de conflicto, el Acuerdo General de Paz de 2005 (CPA) sentó las bases para el fin de las hostilidades entre el SPLA (Ejército de Liberación del Pueblo de Sudán) y el Gobierno de Sudán. A pesar de constituir un delito a nivel internacional, ambos bandos habían incorporado menores a sus filas de manera activa durante la guerra y, en los diálogos de paz, se acordó su liberación progresiva a través de la NDDRC (Comisión Nacional de Desarme, Desmovilización y Reintegración) y el apoyo de UNICEF. A finales de 2012, la agencia de la ONU calculaba que unos 4.000 niños habían sido liberados y devueltos a sus familias.

Pero la calma se disipó pronto. En diciembre de 2013, el enfrentamiento entre los que un día fueron aliados para alcanzar la autonomía del país, el presidente Salva Kiir y el vicepresidente Riek Machar, sumieron al país de nuevo en la violencia. A pesar de los acuerdos previos, varios grupos armados volvieron a recurrir a los niños para engrosar sus ejércitos. En la actualidad, en el marco de unas conversaciones de paz que todavía no llega, Unicef colabora con la NDDRC en la liberación de menores como James John, para ofrecerles una alternativa a la guerra, que pase por la educación.

Los mejores alumnos de Pibor

De la falta de oportunidades habla ya Paul Steven (nombre ficticio) a sus 12 años. “Me uní a la Facción de los Cobra hace tres años. No había nada para nosotros en Pibor: ni carreteras, ni hospitales, ni escuelas. Algunas veces había comida”. El 70% de los menores de 15 años en el país son analfabetos, según el informe anual de 2013 del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.

Pero cuando los menores se ven a salvo, dan señales de que la vida que quieren es otra. “La vida en la Facción no es buena. No hay descanso. Los comandantes siempre nos piden ir a las misiones. Nos movemos todo el tiempo. Incluso cuando los niños se cansan, no hay descanso. Ahora quiero ir a la escuela, nunca he ido”, dice Paul. James John, que pudo asistir a la escuela, lo que ansía es volver a sentarse frente a un maestro: “Tengo muchas ganas de ir a la escuela y acabar mis estudios. Quiero ayudar a mi comunidad para que tengan comida. Si algún día tengo hijos, nunca permitiré que sean soldados”.

Ticiana García-Tapia repite esa frase como un rayo de esperanza. “Hay niños que dicen que no quieren que sus hijos pasen por lo que han vivido ellos. Trabajamos para que pueden hacer una vida como civiles, que tengan una opción fuera del ejército”. La especialista señala que, aunque hay excepciones, los niños han regresado “con aspiraciones muy grandes”. Algunos enseñaron a sus compañeros a leer mientras estaban en el ejército y otros deben empezar casi de cero, pero lo hacen con ganas, dice. “Me decía un profesor el otro día que nunca había tenido unos alumnos con tanto interés”.

El principal reto de Unicef es aumentar la cifra de menores rescatados y que estos niños no vuelvan a ver el ejército y la violencia como su única salida. “Con el apoyo que necesitan pueden salir adelante”, concluye con optimismo García-Tapia.

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