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Sobre la patria y las patrias

Moneda española antigua peseta

José Jerónimo Rodríguez Carrasco, profesor de Historia en Secundaria

Aquí, en esta tierra de Iberia, resulta siempre complicado hablar de patria. Por estos lares, donde Machado situaba la sombra errante de Caín, la patria ha sido permanentemente un concepto polémico y correoso como ningún otro y dado, tanto a agrias polémicas como a absurdas disquisiciones sobre las supuestas esencias patrias, al estilo de buscar el sexo de los ángeles.

En aquellos que nos criamos y fuimos aleccionados en el discurso, que luego descubrimos falso, el de la España imperial con un destino histórico marcado desde lo alto, tan en boga en las postrimerías del franquismo, ya de adultos, con buenos libros de Historia en la mano, (Mater Dolorosa. La idea de España en el siglo XIX. José Álvarez Junco) comprendimos que todas las patrias, incluyendo la española, no dejan de ser construcciones ideológicas creadas en un momento concreto por unas determinadas élites con el propósito de unir a la gente en torno a nuevos signos de identidad colectiva. La nación a partir del siglo XIX, con el liberalismo y otras corrientes de pensamiento, se convirtió en una de las nuevas religiones laicas, edificada más a partir mitos que de realidades históricas, y que fue sustituyendo, poco a poco, a esos antiguos lazos de unión colectiva en torno al trono o al altar (Dioses útiles. Naciones y nacionalismos. José Álvarez Junco).

Por otra parte, volviendo, de nuevo al presente, hay que asumir que estamos inmersos en este mundo líquido (Zygmunt Bauman) de la cuarta revolución industrial en el que los sólidos anclajes emocionales e ideológicos del pasado parecen haber sido barridos por el huracán del cambio económico y tecnológico de las últimas décadas, vemos como resurge el ideal de la patria como signo de identidad personal y colectiva ante los elementos disolventes de este mundo globalizado en el que los rasgos diferenciadores de grupos, etnias, territorios, países…tienden a fundirse y diluirse dentro del magma indefinido del macrocentro comercial en el que las grandes corporaciones están tratando de reducir –si no nos oponemos- al planeta. En este mecanismo los individuos no dejamos de ser nada más que un mero engranaje despersonalizado y automatizado de productores y consumidores. Este es el guión que nos tienen asignado y que no da para más. En él no caben ni las patrias, ni las identidades ni las particularidades.

Ante esta falta de referentes y con una sensación de alienación muchas personas tratan de agarrarse como una tabla de salvación a esas patrias prefabricadas de sentimientos histriónicos, de bilis, con cierto aderezo de culpas al otro, de odios y rencores y, sobre todo, mucha irracionalidad… de la que ahora se llenan la boca tanto, de una parte, esos telepredicadores y oportunistas “salvapatrias” como, de otro lado, esos autoproclamados “padres de la patria”, para nada ejemplares como guías de ninguna nación. Todos utilizan la patria como arma arrojadiza para taparse sus propias vergüenzas (incompetencia, falta de proyecto y, en especial, esa corrupción sin límites que todo lo pudre). De lo uno y de lo otro tenemos claros ejemplos durante los últimos años, por un lado, en el clan político de los Gürtel, Púnica, Lezo… y Cía. y, por otro, ese “procés” liderado por los sucesores de la mordida del tres por ciento y sus ciegos acólitos. La patria siempre como excusa, coartada o cortina de humo. “El patriotismo como último refugio de los canallas”. Nunca debemos olvidar y dejar de repetir la siempre clarividente sentencia de Samuel Johnson.

Tras la parafernalia mediática, con tanta verborrea y esas montañas de palabras no hay, en mi opinión, más que discursos huecos de contenido. Se trata de la gran ceremonia de la confusión a la que asistimos cotidianamente: “la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles”, “nación de naciones”, “nacionalidades y regiones”, “nacionalidades históricas”, España, país reducido simplemente a la categoría de “Estado”... Ante tanto lío terminológico habría que precisar qué entendemos por patria.

Patria en su origen etimológico es la tierra de los padres o la tierra de los antepasados. No obstante, de todos los posibles significados que demos a “patria”, una definición un tanto personal es la de definirla como ese territorio en el que vivimos, ese lugar común de convivencia y respeto en el que tienen cabida todas las personas que lo habitan en sus semejanzas y diferencias. No es el añorado paraíso mítico de los “nuestros” del que deban ser excluidos los “otros/ellos” propio de la gresca de cualquier nacionalismo. Esta concepción está magistralmente recreada refiriéndose al conflicto vasco y al terrorismo de ETA por Fernando Aramburu en su monumental novela Patria, una obra conmovedora, llena de humanidad (en la que retrata lo mejor y lo peor de la condición humana) y que te sacude por dentro.

Al pensar en un icono que represente a la patria, de repente, me viene a la mente esa bonita imagen de las primeras pesetas, las de 1869 y 1870, con esa matrona acogedora y generosa que con un ramo de olivo en la mano se extendía recostada plácidamente desde los Pirineos hasta el estrecho de Gibraltar. Sin embargo, debido a la deriva de nuestra Historia lo que hemos tenido en repetidas ocasiones fue esa madrastra, terrible y desdeñosa, que ha arrojado cíclicamente a sus hijos de su seno (judíos, moriscos, liberales decimonónicos, partidarios de la República durante la Guerra Civil española…) por aquellos que querían hacer patrias puras (en lo religioso, en lo político…) al estilo de esa delirante “nación de rubios y ojos azules…, y dictador moreno” denunciada con un inteligente humor en la preciosa sátira contra todos los totalitarismos que es El Gran Dictador de Charles Chaplin.

Esencias etéreas e imaginarias que no existen más allá de las mentes calenturientas de sus creadores, sueños seductores para llenar alienantes vacios existenciales que tanto daño han hecho al crear identidades exclusivas y excluyentes en las que el que es distinto no tiene cabida (el de otra ideología, el de otra religión, el de otra lengua, el de otra cultura…) Debemos acostumbrarnos a las identidades múltiples, diversas y complementarias tal como defendía el escritor e intelectual Amin Maalouf en el libro Identidades Asesinas.

Para terminar, España en todo esto, por cierto, esta caricatura de país donde nos ha tocado vivir, no dejará de ser a día de hoy, como hace siglos, “un problema para los españoles” (Aventuras ibéricas, Ian Gibson), un proyecto a medio hacer o por hacer, una ilusión o un deseo de algo que pudo haber sido y no fue. Parafraseando al gran hispanista irlandés que cita a Américo Castro, España es esa patria en la que “los españoles viven desviviéndose porque ninguno cree que vaya haber un futuro” (“Tinta Libre”, nº 48, España vista por Ian Gibson, Javier Valenzuela). Sin embargo, con estos mimbres que nos han tocado -y no hemos elegido- tenemos que hacer el cesto.

De todas las posibles patrias me quedo siempre con la que para mí es la verdadera patria, “la patria de mis zapatos” (El Último de la Fila) y la de la añoranza de la infancia, la del tiempo que ha sido y ya no será, la de la inocencia perdida, a la que canta el excelso poeta Rilke en sus vibrantes versos: “Mi casa se halla entre el día y el sueño. Allí donde los niños duermen, de perseguirse ardorosos, allí donde los viejos se sientan al anochecer y los hogares se encienden y su espacio alumbran…”.

…Y también, a modo de epílogo, una vacuna en forma de consejo –para mis alumnos- contra esas patrias idealizadas y de “reserva del derecho de admisión” que nos deja, una vez más, el genial Aramburu por boca de una de las protagonistas de Patria: “Tú lee todo lo que puedas. Reune cultura. Cuanta más mejor. Para que no te caigas al agujero en el que están cayendo muchos en este país”.

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