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Opinión - Pedir perdón y que resulte sincero. Por Esther Palomera
Sobre este blog

Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

¿Qué pedían los internos del CIE?

Centro de Internamiento de Extranjeros de Aluche, Madrid. Foto: E. C.

Patricia Manrique

“Van a pasar”, sentenciaba en el documental 'Astral' Oscar Camps, fundador de Proactiva Open Arms. “Más vale que los ayudemos y que lo hagamos de manera humana”, remataba con esa seriedad que impone ver agonizar la humanidad. Creo que, a estas alturas, con todo lo que sabemos, bien debíamos plantearnos que las personas migrantes que huyen por graves motivos económicos -de supervivencia- sean denominadas, por ello, refugiadas económicas, y que sean incluidas en la legislación internacional como tal... si no fuera porque de nada sirve, porque esa legislación, el derecho de asilo y refugio, no se respeta en la Unión Europea. La otra opción es seguir machacando a seres humanos, y sembrar el camino al odio radical hacia Europa.  

Lo que, en cualquier caso, me gustaría que empezásemos a pensar es que el drama migratorio y el racismo institucional que estamos viviendo y consintiendo no es una anomalía -como no lo fue Auschwitz- sino la realidad descarnada, el extremo de nuestra noción de política: plantaciones coloniales, campos de concentración, centros de refugiados, centros de internamiento... Hay una línea de continuidad en la producción europea de espacios donde se encierra a sujetos cuya vida no vale nada, y sujetos, esto tampoco es casual, racializados. Europa es, y lo seguirá siendo a menos que actuemos, racista e inhumana, y está produciendo una situación peligrosa para la convivencia social a nivel mundial.

En la noche del martes, un grupo de personas se manifestaba desde el interior del Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de Aluche. El director general de la policía, Ignacio Cosidó, decía que sus reivindicaciones “no eran muy específicas”, pero eran muy claras: pedían “libertad” y pedían “dignidad”, justo lo que los CIE arrebatan. En esos espacios, que flotan en el estado de excepción, que nadie puede ver por dentro, envueltos de opacidad, personas que no han cometido más delito que hacer arriesgados viajes para buscar su supervivencia y la de los suyos se encuentran con el racismo capitalista europeo y su vana y perversa política de poner puertas al campo: son encerrados en espacios sin condiciones mínimas y que, aun en el caso de que las tengan, no dejan de ser cárceles sin garantías para personas inocentes.

No tienen dentro siquiera los derechos que a cualquier preso se le reconocen -otra cosa es que se cumplan-: viven en un limbo jurídico asediados por el fantasma de la deportación. Allí meten a tu vecina, a tu novio, al chico que te pone el café o a la señora que cuida de tu padre... si le pillan sin papeles, da un poco igual el motivo.

“El lugar está limpio, la comida es buena”, decía una trabajadora del centro. Curiosa observación con pretensiones tranquilizadoras. ¿Qué es un ser humano? ¿Es sólo alguien que vive bajo un techo y come? ¿Es acaso un ser humano igual que un animal? No, no lo es: sin que esto pretenda quitar un ápice de valor a los animales, eso que llamamos “humanidad” no es sino un modo -plural- de habitar el mundo caracterizado por no ser un mero sobrevivir. Se ha documentado profusamente que en los CIE no se respeta la intimidad, no se cumple la asistencia sanitaria permanente, no hay libertad de comunicaciones, ni asistencia jurídica efectiva. Un ser humano puede estar bien alimentado y tener asubio, pero sentir que se la he enajenado su humanidad por carecer de esos atributos que justamente nos definen como humanos, esos que los internos del CIE gritaban: libertad y dignidad.

Quienes vivimos escalofriadas de continuo por el trato que se está dando a las personas migrantes y refugiadas reivindicamos el derecho a la vida, a una vida que merezca la pena ser vivida, una vida humana, no una vida biológica sin más. Sin embargo, resulta que la política occidental se edifica sin complejos sobre un reparto perverso de quién merece o no que se proteja su vida, y migrantes y refugiados – y pobres, indigentes, enfermos mentales sin recursos...- son, en consecuencia, apartados y bestializados, tratados como animales. Son, para el poder, vida desnuda, seres sin atributos humanos, carentes de derechos, abandonados, incluidos sólo por exclusión en el sistema.

No van a dejar de llegar refugiados ni migrantes: hemos trabajado a conciencia para que así sea con unas políticas -incluida la de consumo- de explotación mundial que llevan tiempo estallándonos en las narices. O implementamos un nuevo modelo político de relaciones interiores y exteriores o nos acercamos a un abismo. Las comunidades identitarias con ínfulas supremacistas, los países cerrados sobre sí, y el Estado-nación que liga la pertenencia al nacimiento, condujeron ya en el siglo XX a los campos de detención y de concentración; hoy producen CIE y campos de refugiados. Para echarse a temblar.

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