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The Guardian en español

Las quejas contra Airbnb porque dificulta el acceso a la vivienda en San Francisco

Imagen de la web de Airbnb promocionando San Francisco como destino turístico.

Julia Carrie Wong

San Francisco —

Hace ya tiempo que un grupo de vecinos de San Francisco convirtió en personal el debate sobre viviendas asequibles y la batalla para impedir que ciertos barrios de la ciudad se vuelvan elitistas.

Durante el primer auge de las puntocom, cuando los miembros del “Proyecto para Erradicar a los Yuppies de la Misión” repartían folletos alentando a los residentes del ex barrio latino de clase trabajadora a que cometieran “actos vandálicos contra los autos de los yuppies”. Con el último boom de las empresas tecnológicas, y a medida que aumentaban los desalojos, algunos activistas empezaron a pintar en las aceras frente a los edficios stencils con dibujos de maletines y un texto: “Los inquilinos de este lugar fueron obligados a irse”.

Pero a lo largo de todo este período de agitación, el Barrio Chino de San Francisco –veinticuatro calles abarrotadas que durante años fueron el punto de entrada de generaciones de inmigrantes chinos con pocos recursos– se había mantenido, en su mayor parte, al margen de las hostilidades.

Hasta ahora.

En las últimas semanas, carteles de “Se busca” por todo el barrio hacen público el nombre y la fotografía de doce personas. ¿De qué se los acusa? De “vender por Airbnb nuestra comunidad” y de “destruir hogares asequibles para inmigrantes, minorías y familias de bajos ingresos”.

A diferencia del cartel que apareció hace poco en el distrito de La Misión, en el que las cabezas de ejecutivos de empresas tecnológicas aparecían clavadas en una estaca –entre ellas, la del director de Airbnb, Brian Chesky–, el folleto del Barrio Chino nombra y ataca particularmente a los anfitriones de Airbnb.

Según Aaron Peskin, concejal y representante del distrito al que pertenece el Barrio Chino, “los carteles reflejan una opinión cada vez más generalizada y el hecho de que los especuladores, y el resto de personas sin escrúpulos involucradas en el negocio inmobiliario, se están aprovechando de la comunidad”.

“No hay duda de que hay cada vez más alquileres ilegales a corto plazo en toda la ciudad y en el Barrio chino”, afirma Peskin. Hace solo dos semanas, vio a tres franceses a las 10 de la mañana saliendo con maletas de un edificio de apartamentos del Barrio Chino.

“Como una aldea”

El hecho de que sea sorprendente ver a un grupo de turistas en un edificio residencial –de la ciudad en la que se fundó Airbnb– es una muestra de lo aislado que estaba el Barrio Chino de las fuerzas del mercado que sacuden al resto de la ciudad.

Según Joyce Lam, de la Chinese Progressive Association –un grupo que organiza a los trabajadores y arrendatarios del barrio–, “en general, el Barrio Chino ha sido preservado y protegido de este proceso de gentrificación”.

Las estrictas leyes de urbanismo vigentes desde los años ochenta han garantizado hasta ahora la supervivencia de las single-room occupancies (residencias de habitaciones individuales en las que los inquilinos suelen compartir zonas comunes), utilizadas como viviendas de bajo coste para los inmigrantes recién llegados, así como para muchos ancianos estadounidenses de origen chino. En opinión de Lam, como la cocina y el baño de estas viviendas (SRO, por sus siglas en inglés) son compartidos, transmiten un sentimiento de “aldea” a las familias de varias generaciones que duermen amontonadas en una sola habitación.

Según Lam, habitaciones que antes sólo cambiaban de inquilino mediante el boca a boca o por carteles (escritos en chino) en las calles, ahora figuran listados en Craigslist, en Airbnb y en otras webs de alquileres a corto plazo: los propietarios se han dado cuenta de que pueden ganar más alquilándolos a titulados universitarios, a adultos solteros y a personas blancas.

Según Lam, “la esencia de las SRO cambió”. Especialmente porque a menudo los nuevos residentes no pueden comunicarse con los arrendatarios, que hablan cantonés. “Es una sensación muy diferente”.

De acuerdo con una encuesta del Centro de Desarrollo de la Comunidad del Barrio Chino, el valor promedio del alquiler de habitaciones SRO también ha aumentado: pasó de 610 dólares en 2013 a 970 dólares en 2015 (de 560 a 880 euros). En una ciudad donde, hasta junio, el alquiler promedio era de 3.907 dólares (unos 3620 euros), estos precios tan bajos son muy atractivos, aunque cada vez están más lejos del poder adquisitivo de muchas familias de inmigrantes.

“En contra de lo que dicen los carteles, nosotros no creemos que el problema sean los particulares que hacen negocio a través de Airbnb”, dijo Lam. Lo que su organización apoya es una reforma legislativa en la ciudad para fortalecer la regulación de los alquileres a corto plazo.

En Airbnb, y según uno de sus portavoces, quieren “tener un debate profundo acerca de los problemas de vivienda que sufre San Francisco desde hace ya tantos años, antes que responder a los ataques anónimos hacia algunos habitantes de la ciudad”.

La gente del cartel

En la página de Airbnb, se exalta el atractivo del Barrio Chino para los residentes no tradicionales. Varias publicaciones de la página incluyen fotografías de los sitios más famosos del barrio, como la famosa Puerta del Dragón y las lámparas de papel. “Apretado. Lleno de gente. Sórdido. Encantador”, se lee en el epígrafe de una foto del Barrio Chino en Airbnb.

Uno de los anfitriones del portal, con cuatro alojamientos en alquiler en el Barrio Chino, explica a the Guardian por qué prefiere turistas antes que inquilinos: “Debido a la legislación, preferimos que queden apartamentos vacíos antes que ponerlos en alquiler (…) Una vez que los inquilinos se mudan, son casi dueños de la propiedad… Tienen más derechos que el propio dueño”.

Este anfitrión en particular no aparecía en los carteles de “Se busca”. Ninguno de los que sí aparecieron y que aún tienen viviendas en Airbnb respondió a las consultas de the Guardian.

“Vi el cartel, informé de ello a Airbnb y lo voy a denunciar a la Policía; si logro encontrar al responsable del cartel, también le pondré una demanda por difamación, ya que es completamente falso”, asegura Justin Hobbs, uno de los que aparecen en el cartel, a the Guardian. Según explica, él vive en Nob Hill, no en el Barrio Chino, y no alquila su apartamento porque es su única vivienda.

Otra de las personas que aparecen en el cartel no quiere que su nombre se difunda pero dice sentir un gran descontento por la situación: ya no vive en San Francisco y había usado Airbnb sólo una vez y hace varios años. Desde entonces, ya no tiene cuenta en la página web. “No me parece que lo que hice haya sido un delito”, dijo. “Me fui de San Francisco porque se había vuelto una ciudad demasiado gentrificada y era imposible vivir como artista; que ahora se me culpe de ser partícipe de esa situación me parece simplemente una broma”.

Jeff Chen, otro de los que aparecen en los carteles, se lo toma con mejor humor. En mayo, se mudó a otra zona de la ciudad. Antes de eso, en el verano de 2015, había alquilado varias veces su apartamento a través de Airbnb, cuando salió de viaje por trabajo. “Realmente no me gusta nada el tema del cartel, pero entiendo por qué a los miembros de la comunidad les preocupa la situación de las viviendas”, dijo. “Leo historias sobre personas que utilizan Airbnb para hacer negocio, y entiendo cómo eso aumentaría los gastos… Me identifico con esas inquietudes”.

Traducción de Francisco de Zárate

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