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The Guardian en español

Debemos luchar contra un acuerdo comercial con EEUU. Nuestras vidas dependen de ello

Pollo descartado en una explotación avícola /Igualdad Animal

George Monbiot

Parece un verdadero apocalipsis zombi. Bacterias que creíamos erradicadas han vuelto al ataque, sobreviviendo a todos nuestros intentos de matarlas. Han pasado los muros externos y han llegado a nuestras últimas líneas de defensa. La resistencia a los antibióticos es una de las mayores amenazas contra la salud humana.

Infecciones que alguna vez fueron fácilmente derrotadas ahora son una amenaza mortal. Los médicos advierten de que procedimientos de rutina como cesáreas, reemplazos de cadera y quimioterapia podrían convertirse en imposibles de realizar por el riesgo de exponer a los pacientes a una infección mortal. Solo en la Unión Europea, cada año mueren 25.000 personas a causa de las bacterias resistentes a los antibióticos.

Sin embargo, nuestras últimas defensas –medicamentos poco comunes a los que las bacterias aún no se han vuelto inmunes– están siendo peligrosamente mal utilizadas. Si bien la mayoría de los médicos receta estos medicamentos con criterio y precisión, algunas explotaciones ganaderas están literalmente arrojándolos por todos los lados. Se añaden al alimento y al agua que dan a las reses, los cerdos y las aves: no para tratar enfermedades, sino para prevenirlas.

O a veces ni siquiera para eso. En los años 50, los ganaderos descubrieron que pequeñas dosis de antibióticos ayudaban a los animales a crecer más rápido. Utilizar antibióticos como estimulantes del crecimiento –aplicando pequeñas dosis de forma regular– es la fórmula perfecta para generar resistencia a las bacterias.

Muchos países aún permiten esta práctica imprudente. La Administración Estadounidense de Alimentos y Medicamentos pide a las farmacéuticas que no etiqueten a los antibióticos como estimulantes del crecimiento, sugiriendo que les cambien el nombre por “nuevas indicaciones terapéuticas”.

Alrededor del 75% de los antibióticos que se utilizan en Estados Unidos son administrados a animales de granja. Nuestra ciudad está sitiada y estamos derribando nuestras propias defensas.

La UE y el Reino Unido tampoco son ejemplos a seguir. The Guardian ya ha revelado que tanto el cerdo como el pollo que se vende aquí está infectado por bacterias resistentes. Increíblemente, en Reino Unido todavía es legal dar a los pollos fluoroquinilonas, unos poderosos antibióticos que salvan vidas humanas: una práctica que incluso Estados Unidos ha prohibido.

Pero en otros aspectos, Estados Unidos –cuya producción corporativa de ganado se parece más a  la película La isla del Dr. Moreau que a algo parecido a nuestra concepción de una granja– hace que nuestros métodos parezcan virtuosos. La semana pasada, la Alianza para Salvar Nuestros Antibióticos reveló que Estados Unidos utiliza en promedio cinco veces más antibióticos por animal que el Reino Unido.

¿Por qué? Porque el sistema que utilizan los criaderos, que se puede resumir como “amontonarlos para venderlos barato”, no se sostiene sin medicación masiva. Los animales comienzan a comer sólidos tan jóvenes, son tan débiles y viven en condiciones tan espeluznantes, que tienen que utilizar métodos extremos para mantenerlos vivos y que crezcan. Y el impacto no se ve sólo en Estados Unidos: cuando Estados Unidos estornuda, todo el resto del mundo se contagia de salmonela resistente a los antibióticos.

Es urgentemente necesario que se prohíba a nivel mundial el uso masivo de antibióticos y el uso de antibióticos de último recurso en criaderos. Será duro para la supervivencia de las megagranjas, pero la vida humana es más importante.

Sin embargo, está sucediendo lo opuesto. El gobierno de Estados Unidos espera valerse de acuerdos comerciales para vencer la resistencia de otros países a estas prácticas. Y el Reino Unido está primero en la lista.

La UE prohibió la importación de carne producida con métodos repugnantes desarrollados en Estados Unidos, como la inyección de hormonas que estimulan el crecimiento, la alimentación de cerdos con ractopamina (una droga que eleva el peso pero puede romperles los huesos y degenerar las funciones motoras), y lavar pollos muertos con cloro.

Esto significa que se excluye a las carnes más baratas y desagradables, cuya producción depende mayormente de la medicación masiva con antibióticos, lo cual les brinda a los agricultores locales cierta protección. Si se vieran expuestos a una competencia abierta con el modelo estadounidense, tendrían que elegir entre copiar sus excesos o cerrar el negocio.

¿Alguien confía en que el gobierno de Reino Unido mantendrá los estándares de la UE una vez nos separemos de ella? Yo no. Parece que el gobierno de Estados Unidos nos considera su avanzadilla europea. En noviembre, el secretario de Comercio de Trump, Wilbur Ross, anunció que eliminar las reglas de importación alimentaria de la UE que se aplican actualmente sería “un componente esencial de cualquier discusión comercial” con Reino Unido.

En enero, el representante del sector agrícola de Estados Unidos, Ted McKinney, dijo en la Conferencia Agrícola de Oxford que está “ya harto” de las quejas del Reino Unido respecto de los estándares de producción estadounidense. Esto no es una sorpresa: hasta 2014, McKinney fue el director de asuntos corporativos globales de la empresa de medicación ganadera Elanco Animal Health. En ese puesto, trabajó para empeorar los estándares en relación a la administración de ractopamina a cerdos, ya que su empresa fabricaba esa droga.

¿Quién se enfrentará a ellos? Nuestro secretario de Comercio, Liam Fox, tuvo que dimitir de su puesto anterior por conflicto de intereses. Él ya se ha jactado de que “ofrecemos un marco con pocas normativas y pocos impuestos, lo cual solo puede mejorar cuando salgamos de la UE”. Su cartera ha insistido en que cualquier acuerdo comercial con Estados Unidos se hará en secreto, sin escrutinio público ni aprobación parlamentaria. No nos imaginemos por qué.

A la hora de negociar con Estados Unidos, el gobierno de Reino Unido, que está desesperado por llegar a un acuerdo comercial, no tiene ni pericia ni ventaja alguna. En las negociaciones de principio del año pasado, Reino Unido fue incapaz de presentar ni un negociador comercial con experiencia, mientras que Estados Unidos tenía veinte.

Dentro del país, una red de grupos de presión conservadores lucha por la desregulación de la producción agrícola. Nuestro sistema político, igual que el de Estados Unidos, está dominado por las grandes corporaciones. Desde el punto de vista de los millonarios que financiaron la campaña del Brexit, el propósito de separarnos de la UE era justamente evadir las protecciones públicas que ofrece la UE.

Por tanto, ¿qué esperanza tenemos de poder defendernos de las prácticas agrícolas de Estados Unidos y su impacto en la vida humana, incluido el resurgimiento zombi de bacterias ya erradicadas?

Pues, como siempre, la única esperanza somos nosotros. Gracias a la resistencia masiva, liderada por los activistas británicos, los europeos lograron derrotar la nociva Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (TTIP), a pesar de los recursos desplegados por Estados Unidos, la Comisión Europea y el gobierno del Reino Unido.

Debemos luchar contra la agenda comercial del gobierno británico con la misma determinación. Cuando la gente votó a favor del Brexit, las ganas de recuperar el control de nuestro país eran genuinas y calaron hondo. Por eso, no permitamos que ni Estados Unidos ni las corporaciones británicas ni sus esbirros del gobierno nos controlen.

No importa si estás a favor o en contra del Brexit: todos debemos exigir que los acuerdos comerciales sean aprobados por el pueblo y por el Parlamento, en vez de ser negociados en privado por repugnantes grupos de presión. Nuestras vidas pueden depender de ello.

Traducido por Lucía Balducci

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