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The Guardian en español

Desde ETA hasta el IRA, lograr la paz implica hablar con el enemigo

Pintada en Hernani al día siguiente del anuncio de desarme: "Siempre con el pueblo. Gracias. Gora ETA"

Jonathan Powell / Jonathan Powell

Jefe británico de las negociaciones en Irlanda del Norte desde 1997 a 2007 —

Hace tres semanas, celebramos en Belfast el 20º aniversario del acuerdo de Viernes Santo, que puso fin a la violencia política en Irlanda del Norte para siempre. Ahora, en el pequeño pueblo de Cambo-les-Bains, en la zona vasca de Francia, algunos de los que estuvimos involucrados en el proceso de paz en Irlanda del Norte hemos participado en una reunión internacional para marcar el fin definitivo de ETA.

Esta semana, ETA emitió un comunicado declarando el fin definitivo de la organización tras más de 40 años de violencia, durante los cuales se perdieron cientos de vidas y miles de personas resultaron heridas.

Es difícil ahora recordar lo sangrientas que fueron las campañas terroristas en Irlanda del Norte y en el País Vasco, con noticias de nuevas muertes y personas heridas todas las semanas y a veces cada día.

El comunicado de ETA es digno de celebrar. Marca el fin del último conflicto violento en Europa y el último grupo armado. Pero también debería ser una ocasión para sacar conclusiones. Hay muchos otros conflictos violentos en el mundo y no deberíamos confiarnos en que esa violencia no pueda regresar a Europa a menos que hagamos lo correcto por prevenirlo.

El Gobierno español puede decir que se puso fin al conflicto gracias solamente a medidas de seguridad. Nadie duda en que eso sea en parte cierto. En el País Vasco, igual que en Irlanda del Norte, el éxito de la policía, el ejército y los servicios de inteligencia desde luego tuvieron un papel esencial. Pero es igual de importante comprender que esta no es toda la historia. Si estos grupos tienen apoyo político, es muy poco probable que se les pueda derrotar solamente con medidas militares. Si el núcleo del conflicto es político, la solución debe ser política y requiere diálogo.

Si John Major no hubiera estado dispuesto a mantener correspondencia secreta con Martin McGuinness incluso cuando la campaña de bombas del IRA continuaba en Irlanda del Norte y en territorios británicos, no habría habido paz. Y si los sucesivos gobiernos españoles no hubieran dialogado con ETA, mientras públicamente negaban estarlo haciendo, entonces no se habría podido desmantelar a ETA.

En 2004, el Gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero mantuvo un diálogo secreto con ETA. Lamentablemente, los acuerdos a los que llegaron en 2005 y 2006 quedaron borrados cuando ambas partes incumplieron sus compromisos. Pero, igual que en Irlanda del Norte, el eventual éxito se construyó sobre una serie de fracasos.

El trabajo paciente, especialmente por parte de los líderes políticos de la izquierda independentista del País Vasco, ayudó a lograr la declaración de Aiete en 2011. En respuesta a una petición de un grupo de figuras internacionales, encabezadas por el ex secretario general de la ONU Kofi Annan, ETA anunció que podría fin a su campaña armada. Desde entonces, las armas han permanecido en silencio.

Ese mismo año, la elección en España de un Gobierno conservador puso fin al compromiso y ha hecho mucho más difícil lidiar con las cuestiones pendientes del conflicto –incluyendo las armas, los presos, los exiliados y sobre todo la necesidad de reconciliación. Incluso desde la oposición, el PP ya había intentado complicar lo máximo que pudo las negociaciones de Zapatero, montando una campaña de crispación o “tensión” en torno al proceso de paz, y ya en el Gobierno, el líder del PP, Mariano Rajoy, puso fin a los contactos con ETA.

Nosotros en Reino Unido lo tuvimos más fácil a la hora de negociar porque hubo un acuerdo bipartidista entre el laborismo y los conservadores que apoyó los esfuerzos de cada uno para alcanzar la paz.

Sin embargo, incluso con la oposición del gobierno del PP, el año pasado fue posible decomisar todas las armas de ETA –más de tres toneladas y media– con la ayuda de observadores internacionales. Y hace unas semanas, el grupo emitió un comunicado en el que se acercó a una petición de disculpas a las víctimas de la violencia, mucho más de lo que lo ha hecho cualquier organización de este tipo, incluso si no fue suficiente para satisfacer a algunas víctimas.

Hoy presenciamos la página final del capítulo final de la violencia política en el País Vasco. Desde mi punto de vista, la lección que debemos aprender de este largo proceso es que a menos que se combine la presión efectiva de fuerzas de seguridad y servicios de inteligencia con diálogo, es muy improbable llegar a solucionar el conflicto.

Y esto lo podemos aplicar a los conflictos que están comenzando. El riesgo que corre el gobierno español con su enfoque del conflicto en Cataluña es que podría llevarnos a otro período de violencia política igual que el vasco que está finalizando. Hasta ahora afortunadamente, el problema se ha mantenido llamativamente de forma pacífica. Pero si las herramientas políticas que se utilizan son solo el encarcelamiento, las políticas de mano dura e imponer el control directo desde Madrid, el riesgo permanece. Y sin intentos de abrir el diálogo político con los independentistas de allí, no habrá solución política.

El dilema de Rajoy es difícil. A él lo supera Ciudadanos, un partido aún más radical, y el ala de derecha de su propio partido, que se oponen absolutamente a una negociación. Pero a veces hace falta coraje político para evitar un conflicto. En Irlanda del Norte, podría haber habido un acuerdo en 1973 en Sunningdale, si se hubiera incluido a los unionistas y al Sinn Féin. Pero no los incluyeron, y sufrimos 30 años más de derramamiento de sangre en nuestras calles hasta que alcanzamos el acuerdo de Viernes Santo, un pacto que Seamus Mallon –el católico moderado del SDLP, viceprimer ministro (del Ulster) en aquel momento– describió como “Sunningdale para los que tardan en aprender”.

Espero que los acontecimientos de Cambo-les-Bains sirvan de lección para los líderes políticos de Europa y el resto del mundo. Hay una forma de acabar con los conflictos armados. Requiere un fuerte liderazgo, paciencia y la voluntad de hablar con tus enemigos.

Traducido por Lucía Balducci

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