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Sale a la luz el piolet utilizado por el español que mató a León Trotski en 1940

Keith Melton, uno de los miembros fundadores del Museo Internacional del Espionaje, compró el objeto a la hija de una agente de policía mexicano.

Julian Borger / Jo Tuckman

Washington / Ciudad de México —

En la noche del 20 de agosto de 1940, un hombre llamado Frank Jacson llamó a la puerta de una gran casa en las afueras de Ciudad de México y explicó que quería ver al “viejo”, como todos llamaban al ilustre hombre que residía allí, León Trotski.

Unos minutos más tarde, la punta del piolet penetró en el cráneo de Trotski. El objeto se convirtió en una de las armas homicidas más famosas del mundo. Se mostró fugazmente en una rueda de prensa que tuvo lugar tras el asesinato, pero después desapareció durante sesenta años.

El año que viene, el Museo Internacional del Espionaje de Washington exhibirá esta reliquia manchada de sangre. El museo volverá a abrir las puertas en un nuevo edificio y mostrará en exposición miles de objetos más que también han salido del olvido.

La historia del piolet es enrevesada, como también lo es la historia extraordinaria y macabra del asesinato de Trotski. Tras la rueda de prensa de 1940, el piolet se guardó en un depósito de pruebas de Ciudad de México hasta que un agente de la policía secreta, Alfredo Salas, se lo llevó con el argumento de que quería guardarlo para la posteridad. Traspasó el objeto a su hija Ana Alicia, que lo guardó bajo la cama durante 40 años. En 2005 ella decidió ponerlo a la venta.

El nieto de Trotski, Esteban Volkov, se ofreció a donar sangre para que se pudiera hacer una prueba de ADN y confirmar que se trataba del arma asesina, pero puso como condición que Salas donara el piolet al museo sobre Trotski, situado en el que había sido el hogar familiar y que se ha mantenido tal y como estaba el día que el líder bolchevique fue asesinado. Salas no aceptó el trato.

Quiero obtener un beneficio económico”, reconoció a the Guardian en aquella ocasión. “Supongo que algo que tiene una relevancia histórica también debe tener un valor económico, ¿no?”.

Finalmente, un coleccionista privado de Estados Unidos, Keith Melton, compró el objeto. Melton es un escritor muy prolífico de libros sobre la historia del espionaje y uno de los miembros fundadores del Museo Internacional del Espionaje. Para este ávido coleccionista, que vive en Boca Raton, Florida, el piolet se había convertido en una obsesión.

“Lo busqué durante 40 años, durante los cuales me pasaron mucha información errónea y hablé con varios estafadores”, indica Melton. Tiró insistentemente del hilo de cualquier rumor sobre el paradero del arma –entre ellos, uno según el cual el presidente de México utilizaba el piolet como pisapapeles– hasta que al final apareció Salas.

Melton no ha querido decir qué cantidad pagó. The Guardian contactó con Salas este miércoles, que afirmó que no sabía nada de la venta. Por su parte, el nieto de Trotski, Volkov, asegura que ya no le preocupaba el destino del piolet.

“Sinceramente, no nos interesa”, dice. “Nunca llegué a hacer la prueba de ADN. No tenía ninguna intención de ayudar a esa mujer a hacer negocio”. 

“No tiene ninguna importancia, lo podrían haber matado con un cuchillo o con una pistola. El hecho de que fuera un pico no tiene ninguna importancia y además fue un acto torpe”, afirma. “¿Quién sabe si es el piolet real que mató a mi abuelo?”.

Melton afirma que ha comprobado la autenticidad del objeto de diferentes maneras. Un documento confirma que el piolet estaba en posesión de Salas. Además, tiene la marca del fabricante austriaco, Werkgen Fulpmes, un detalle que no había salido a la luz. También tiene las mismas medidas que constan en el informe de la policía y todavía conserva la marca de la huella digital ensangrentada del asesino, idéntica a la que aparece en la fotografía de la rueda de la rueda de prensa de 1940.

Melton cree haber resuelto una de las grandes incógnitas en torno al asesinato de Trotski. El asesino tenía una pistola automática y un puñal, ¿por qué utilizó un piolet? 

El español que asesinó a Trotski

Trotski y Joseph Stalin, ambos herederos de la revolución rusa de 1917, tenían una rivalidad que, si atendemos a la naturaleza de ambos, solo podía terminar con la muerte de uno de ellos.

En 1939, Stalin aprobó una trama para asesinar a Trotski. Preveía dos acciones paralelas. La primera era un ataque frontal que debía ser llevado a cabo por David Alfaro Siqueiros, el muralista mexicano que trabajaba como agente de los servicios secretos de Stalin, el NKVD.

El 24 de mayo de 1940, Siqueiros y un equipo de sicarios, vestidos como policías y soldados, atacaron la casa de Trotski y dispararon unas 200 balas. Tanto Trotski como su esposa Natalia consiguieron salir ilesos.

Parecía un milagro. Sin embargo, solo fue un indulto temporal. Se había activado un segundo plan. Dos años antes, en el congreso de la IV Internacional, celebrado en París, una solitaria y ardiente neoyorquina trotskista, Sylvia Ageloff, conoció a un atractivo joven de 25 años llamado Jacques Mornard, supuestamente hijo de un diplomático belga. Realmente se llamaba Ramón Mercader y era un comunista español cuya madre, una estalinista incondicional, le encargó la misión de asesinar a Trotski.

Mercader convenció a Ageloff para que se trasladara a Ciudad de México y trabajara para la familia de Trotski. Mercader le explicó que para vivir con ella tenía que adoptar una identidad falsa ya que, de lo contrario, tendría que hacer el servicio militar. Le asignaron el nombre de Frank Jacson (los falsificadores del NKVD escribieron mal Jackson en el pasaporte).

Ageloff no dudó de la versión de su novio y el entorno de Trotski se acostumbró a verlo, ya que acompañaba a Ageloff todas las mañanas. El 20 de agosto de 1940 Mercader entró en la casa. Se trataba de su décima visita.

Explicó a los guardas que quería publicar un artículo en una revista y quería que Trotski leyera el borrador. Sin embargo, desde el ataque de mayo habían incrementado las medidas de seguridad. Ahora había una segunda puerta y solo la podía abrir un guarda que se encontraba en una torre de vigilancia. Si Mercader quería escapar tras matar a Trotski necesitaba que los guardas volvieran a abrir esa puerta.

“Lo único que podía hacer era matarlo en silencio y salir de la casa antes de que nadie encontrara el cuerpo”, indica Melton.

La pistola no era una opción y con la daga podría haberlo herido, pero no matado. El NKVD le recomendó que propinara a Trotski un fuerte golpe en la cabeza. Mercader robó el piolet al hijo de su casero.

El piolet es uno de los 5.000 objetos de la colección de Melton que se podrán ver en el Museo Internacional del Espionaje. Destaca también un submarino británico con capacidad para un solo hombre que se utilizó durante la segunda guerra mundial y una placa utilizada por los nazis para falsificar libras esterlinas. Pero Melton considera que ninguno de sus otros tesoros tiene el magnetismo del misterioso piolet.

Trotski invitó a Mercader a su despacho y cuando se sentó para leer el artículo, el asesino lo atacó. Trotski chilló y luchó con su asesino hasta que llegaron los guardianes. “Todavía recuerdo que la puerta estaba abierta y vi a mi abuelo tendido en el suelo y con la cabeza cubierta de sangre. Le dijo a alguien que me sacaran de allí, que yo no debía ver aquello”, recuerda Volkov. “Siempre pensé que esto muestra su humanidad. Incluso en un momento así se preocupó de mi bienestar”.

Trotski murió en el hospital unas 24 horas después. Mercader fue juzgado y condenado a 20 años de cárcel. Sus contactos soviéticos hicieron todo lo posible para que estuviera cómodo en la cárcel. Le mandaban dinero todas las semanas e incluso le buscaron novia; una mexicana aspirante a actriz que se llamaba Roquella, que más tarde se convirtió en su esposa y le acompañó a Moscú tras su liberación.

En 1978, Mercader murió de cáncer en Cuba y Roquella lo acompañó hasta el final. Se dice que sus últimas palabras fueron: “Siempre lo oigo, oigo su chillido. Sé que me está esperando en el más allá”.

Traducido por Emma Reverter

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