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The Guardian en español

Los que dieron alas a Milo Yiannopoulos se merecen nuestro desprecio

Owen Jones

A ellos ya les iba bien su intolerancia, su agresividad y su manifiesta transfobia, islamofobia y misogonia. No fue hasta que defendió las relaciones entre “hombres mayores” y “chicos jóvenes” que se les removieron las tripas. El caso de Milo Yiannopoulos es una parábola del momento actual. ¿A quién me refiero cuando hablo de “ellos”? A los que piensan como él, sus compinches, pero también a los que, piensen o no como él, le han dado cancha porque su discurso era bueno para su negocio.

Los movimientos racistas y neofascistas en alza son sus compinches. Yiannopoulos les ha servido para presentar como alternativo, moderno y genial un mensaje de odio hacia ciertos grupos. Lo podríamos llamar fascismo teatral. Es por este motivo que se consideran la derecha alternativa (alt-right). Al fin y al cabo no se presentan como el resultado de una nueva ola de los mismos movimientos fascistas que en sus anteriores encarnaciones causaron muchas muertes y sufrimiento, sino como una opción atractiva y una subcultura de la que quieren formar parte los chicos más populares.

Esperábamos este comportamiento por parte de sus compinches; los racistas y los fascistas cuya derrota en el pasado ha costado decenas de millones de vidas. Sin embargo, ¿qué papel han jugado los que han contribuido a difundir su discurso? Mientras sus compinches se merecen el fracaso más absoluto, los que le incitaron se merecen nuestro desprecio. El hecho de que compartan o no compartan su intolerancia es irrelevante; lo más probable es que no lo hagan. Sin embargo, ya les va bien, de hecho, les va muy bien, porque les da dinero.

Los medios de comunicación que han difundido sus mensajes y también la editorial Simon & Schuster, que en el último momento anunció que cancelaba la publicación de un libro de Yiannopoulos que les iba a dar muchos beneficios, vieron sus mensajes de odio como una oportunidad comercial; una forma de hacer mucho dinero. No tuvieron ningún tipo de reparo en proporcionarle una plataforma desde la que podía lanzar sus amenazas e incitar al odio contra minorías asediadas. Siempre te contestaban, con un destello en la mirada, que el chico era “polémico”, un “provocador”. Los mismos medios que lo encumbraron también sirvieron de plataforma para que sus colaboradores hipócritas y mojigatos se preguntaran por qué estaba en alza este fenómeno y quién tenía la culpa.

Sin embargo, ahora que circula un vídeo en el que Yiannopoulos aprueba las relaciones entre hombres mayores y chicos jóvenes, algunos de sus colaboradores (aunque no todos) y los que dieron alas a su discurso han decidido distanciarse de él. En cambio, parece ser que las declaraciones que hizo en el pasado eran admisibles.

Utilizó plataformas públicas para ridiculizar a los transexuales y describirlos como “hombres gay que les gusta vestirse como mujeres para llamar la atención” o como “un travesti mutilado”. Provocó a su audiencia con mensajes como: “Nunca os sintáis mal por burlaros de una persona transgénero”. En la universidad de Wisconsin, en Milwaukee, Yiannopoulos mostró la fotografía y el nombre de un estudiante transexual con el único propósito de burlarse de él. “¿Cómo te sentirías si estuvieras en un auditorio lleno de personas que se ríen de ti y te miran como si fueras un bicho raro y un pervertido? –preguntó el estudiante tras el incidente–. ”¿Sabes de qué tipo de terror estamos hablando? No, no lo sabes“.

Yiannopoulos incitó al odio hacia un grupo que sufre un elevado nivel de ansiedad, en gran parte por discursos como el suyo, que en muchos casos termina en suicidio, y que son perseguidos y asesinados.

Estamos hablando de un hombre que incita al odio contra los musulmanes que sufren el mismo tipo de intolerancia generalizada y aceptada públicamente que sufrieron los judíos en el siglo pasado. “Miren lo que está pasando en Suecia”, indicó: “Miren lo que está pasando en Alemania, que ha recibido un gran flujo de inmigrantes musulmanes a lo largo y ancho del país”. Las cosas tampoco pintan bien para las mujeres y los homosexuales. No importa que el índice de criminalidad de Suecia no haya subido desde hace muchos años o que Malmö, una ciudad multicultural pero donde los racistas de derechas están muy arraigados, tenga un índice de criminalidad ligeramente inferior al de hace una década. Lo único que quiere es incitar al odio.

El feminismo es un cáncer. Así lo afirma en un artículo publicado en Breitbart, y que se titula “¿El feminismo afea a las mujeres?”. Tras acosar por internet a la actriz negra Leslie Jones le bloquearon la cuenta de Twitter. Lo cierto es que no necesitas Twitter para comportarte como un troll.

Tras perder la posibilidad de tuitear, Yiannopoulos empezó a ganar más dinero. Le propusieron colaborar en el programa de tertulias Real Time, con Bill Maher. El periodista estadounidense Jeremy Scahill optó por dejar el programa. “Los posicionamientos de Milo Yiannopoulos se encuentran a años luz de los míos”, escribió. “Debatir con él no aporta nada. Participar en Real Time le proporcionará una plataforma amplia y relevante para defender abiertamente su causa racista y contra los inmigrantes. Yiannopoulos utilizará esta plataforma para dar legitimidad a su agenda de odio”. Con estas declaraciones, el periodista mostró una integridad que otros medios que han dado cancha a Yiannopoulos nunca han tenido.

Los comentaristas transexuales y feministas, también los activistas, hace años que se percataron del peligro que esconden sus mensajes cargados de bilis. Nadie escuchó sus advertencias. Tenían razón. Los colaboradores y aquellos que han dado cancha a Yiannopoulos no tienen excusa. Con independencia de que Yiannopoulos caiga en desgracia y desaparezca o no —sospecho que no—, aparecerán otros personajes que intentarán presentar la intolerancia de forma atractiva para lucrarse.

Lo cierto es que el racismo y el fascismo no tienen ningún atractivo. Representan una amenaza contra la que hay que luchar. Para vencerla es necesario plantar cara a sus simpatizantes pero también a aquellos que les dan cancha solo porque beneficia a su negocio.

Traducido por Emma Reverter

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