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Si yo fuera Bárcenas

El extesorero del PP Luis Bárcenas. / Efe

Gonzalo Boye Tuset

Parte del éxito de una buena defensa, también de una correcta acusación, radica en tener una estrategia acertada y saber implementarla a lo largo del procedimiento; obviamente, una parte esencial de toda buena estrategia consiste en saber leer al contrario. Es decir, tener claro qué ha hecho, cómo lo ha hecho y en qué forma intentará moverse durante el proceso. El caso Bárcenas no debe ser distinto de cualquier otro, por muchas implicaciones políticas y sociales que pueda tener.

Desde esta perspectiva, resulta evidente que el PP no ha sabido “leer” a Bárcenas y que, si queremos desentrañar los recorridos de los dineros que ha manejado, tanto propios como de terceros, debemos plantearnos: ¿qué hubiésemos hecho si fuésemos Bárcenas? Y, a partir de esa respuesta, establecer un curso de acción compatible con nuestros objetivos.

Por tanto, hipotéticamente y si yo fuese Bárcenas y todo fuese verdad, una vez descubierto que me dedicaba a cobrar ingentes cantidades de dinero de diversos empresarios a cambio de grandes favores y contratos públicos, seguramente habría dedicado un tiempo importante a preparar una estrategia defensiva, a esconder la mayor cantidad de dinero posible y a acumular suficientes elementos que me permitiesen “granjearme apoyos” entre aquellos a los que tan ricos he podido hacer. Y no me refiero a los empresarios, que ya lo eran, sino a mis compañeros de camino.

Siguiendo este orden, habría tratado de conseguir, mediante contactos y presiones políticas, que cambiaran mi condición de imputado a no imputado, tanto a mí como a mi esposa. También, y por los mismos medios, habría tratado de evitar un indeseable ingreso en prisión. Si todo esto fallase, y si yo fuera Bárcenas, entonces tendría que pasar a una segunda fase de esa estrategia.

En paralelo, me habría dedicado a mover los dineros cuya custodia me tenían encomendada utilizando diversas cuentas, empresas y territorios poco transparentes y que generasen una maraña indescifrable para cualquier investigador poco preparado. Y, por ello, si fuera Bárcenas, habría movido los dineros de la predecible Suiza a países como Canadá, Argentina, Uruguay, Panamá y otros, fraccionando las cantidades y evitando, de esta forma, colocar todos los huevos en la misma cesta. No en vano el dinero sería mío y de terceros ante los que, llegado el caso, tendría que responder.

Si lo anterior saliera mal, la tercera parte de mi estrategia –siempre que yo fuese Bárcenas– habría consistido en acumular elementos que me pudiesen permitir quebrar voluntades de todos aquellos que, llegado el momento, necesitase que me ayudaran y que, de una u otra forma, se hubieran beneficiado de mis “gestiones”. Este proceso no lo habría improvisado, sino que lo habría implementado desde el comienzo de mis funciones como recolector de fondos, allá por principios de los años 90.

De lo que se trataría ahora es de ir haciendo un uso ponderado de cada uno de esos elementos, cual jugador de ajedrez, para así ir controlando el devenir de un proceso que se me ha torcido y por el cual ya me encuentro en prisión.

Seguramente tendría grabaciones, documentos manuscritos, recibos, fotografías, discos duros, números de cuentas, resguardos de transferencias, sms, etc... Una bomba con la cual poder “granjearme apoyos” en todos los niveles y momentos.

Acorralado y en prisión, comenzaría a sacar a la luz, de forma cauta y moderada, indicios de la existencia de esos documentos que tan poderoso me hacen; sería un error sacarlos de golpe, porque eso es tanto como asumir una actitud kamikaze. Simplemente y de forma velada iría haciendo ver que tengo munición para, en paralelo al curso del proceso, ir negociando una solución aceptable para mí y mi familia.

Llegados a este punto, la clave estaría en hacer ver, a quienes quiero presionar, la relevancia del material que tengo para “granjearme apoyos”, y qué mejor que dejarles en sus manos copias de algunos de esos documentos. Por ejemplo, les dejaría algunos discos duros para que, primero, viesen lo que tengo y, luego, en la creencia de que “muerto el perro se acabó la rabia” los destruyeran.

Cuando hayan caído en mi trampa, una vez que se muestren y sientan seguros de que ya nada les puede suceder, les haría ver que todo fue una trampa y que hemos vuelto a la casilla número 1. Es decir, o me ayudan o se verán enfrentados a compartir mi destino.

Llegados a este punto, seguramente mis compañeros de beneficios no tendrían más remedio que comenzar a ayudarme y, moviendo las teclas del poder, conseguir que se archivara la causa dictándose una resolución que zanjase el problema, por muy dura que pudiese resultar para el Partido Popular, bajo cualquier pretexto, como podrían ser que los hechos no son delictivos o que, de serlos, estarían prescritos.

Obviamente, nada de lo anterior se asemeja a la realidad. Ni soy Bárcenas ni las cosas podrían funcionar de esta forma dentro de un Estado democrático y de derecho; solo se ha tratado de una ficción que, tal vez, podría explicar lo que está sucediendo y a lo que se deben enfrentar las acusaciones en un proceso como el de los llamados “papeles de Bárcenas”.

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