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Fetiches útiles: el libro de Stéphane Hessel y la etiqueta de “los indignados”

Pancarta referente a la indignación en la manifestación del 15 de mayo de 2011 (Juan Luis Sánchez)

Juan Luis Sánchez

Stéphane Hessel y la etiqueta “los indignados” son dos fetiches mediáticos. Dos iconos del 15-M muy criticados y, a la vez, muy útiles para la propagación del movimiento en su momento.

La aportación más importante de Hessel al 15-M fue la de transmitir, con su edad y trayectoria política, un tipo de credibilidad que los grandes medios necesitaban para poder hablar de las movilizaciones en calle sin sentir que daban voz a lo que caricaturizaban como un latido antisistema. Hessel fue la cara amable, que siempre la literatura está mejor vista que las rastas; su imaginario ideológico era reconocible por la cultura política española. Su palabra, “indignación”, fue un regalo: un ejemplo perfecto para la nada y el todo a la vez. Para esa militancia inclusiva que usaba términos que no dejaran a nadie fuera.

Hessel también facilitó la operación de despiste y camuflaje: “¿sois de izquierdas, sois antisistemas?”, preguntaban insistentemente los periodistas en las plazas. “No, somos personas indignadas”, respondían algunos para evitar el etiquetado automático, algunas veces con más sinceridad que otras. Pero no: Stéphane Hessel no fue el padre del 15-M.

La etiqueta “indignados” ha acompañado al 15-M hasta el hartazgo. El País, por ejemplo, comenzó a usarla incluso antes de que existiera el movimiento. La primera referencia a “los indignados” es del 8 de abril,La primera referencia a “los indignados” es del 8 de abril, en una crónica titulada “Jóvenes aunque sobradamente indignados” que contaba la manifestación que Juventud Sin Futuro había convocado el día antes en Madrid, en lo que sería el primer gran preaviso de lo que pasaría un mes después:

En la calle se encontraban muchos jóvenes indignados, de esos a los que Stéphane Hessel, héroe de la Resistencia francesa de 93 años, llama a decir basta y a luchar contra la dejadez de la sociedad en su libro Indignaos.

Esa referencia se institucionalizaría en la manifestación del domingo 15 de mayo de 2011. Democracia Real Ya utilizó un “indígnate” para convocar la marcha. La agencia EFE ya hablaba de “indignados” en su crónica, con lo que la palabra trascendió a decenas de medios digitales que decidieron no modificarlo. En la edición papel de El País, centrada en los incidentes entre la policía y un pequeño grupo tras la manifestación antes de que empezara a fraguarse la acampada, el titular era “La masiva marcha de los indignados acaba entre humo y pelotas de goma”. Dentro hay declaraciones de Chema Ruiz, militante del PCE más conocido después por participar en la PAH y en la Coordinadora 25-S, que ya afirmaba estar “indignado”.

Y ya el día 17 llegó la guinda en forma de editorial de El País, con párrafos imperdibles, titulado “Indignados en las calles”Indignados en las calles y con este arranque:

“El pasado domingo, las principales ciudades españolas fueron escenario de manifestaciones convocadas en la estela del panfleto publicado por el francés Stéphane Hessel, ¡Indignaos!”

En las plazas comenzaban a convivir dos reacciones ante el nombre asignado por los periodistas. Por un lado, era frecuente encontrar en los comunicados de Democracia Real Ya o en las pancartas referencias a la indignación personal o colectiva; en la biblioteca espontánea que surgió en Sol era más o menos frecuente encontrar a gente leyendo el texto de Hessel.

Por otro, muchos no se encontraban cómodos con la etiqueta. Primero, porque sentían que su origen comercial - un best seller publicado por la editorial Planeta, que también edita La Razón - era incompatible con el espíritu abierto, horizontal y antipersonalismos del 15-M. Segundo, porque llamarse “los indignados” en honor a Hessel era concebir aquella protesta como una orden liderada y cumplida. ¡Indignaos!, dijo Hessel; entonces la gente se indignó. Y no.

El término “indignados” empieza a ponerse tan de moda que los portavoces políticos empiezan a tirar de ellas: “yo también estoy indignado”, han dicho desde González Pons hasta Cospedal, pasando por Rubalcaba, dirigentes sindicales, de Izquierda Unida o de partidos más pequeños en busca de su hueco. Pepsi, Coca-Cola, Movistar han jugado con su esencia, aunque no se han atrevido directamente con el término.

Las posibilidades de enamoramiento de los más críticos acabaron en septiembre. La bola de nieve se había hecho demasiado grande para Hessel, la socialdemocracia le hacía responsable de estar instigando el reventón ideológico y social de la izquierda. Dejó caer algún gesto, como decir que “sentía gran simpatía por Zapatero”, que como presidente del Gobierno acababa de pactar con el PP la reforma constitucional para fijar el techo de déficit público, halagar a Rubalcaba en plena precampaña y dejar claro que sus preferencias políticas en Francia están con el Partido Socialista. Nada que no se supiera pero armamento mediático: los periódicos de derechas lo usaron para vincular el 15-M con el PSOE; los más afines al Gobierno, para hacer ver que Hessel pedía el voto para Rubalcaba.

Estuve en una charla conjunta de Stéphane Hessel y José Luis Sampedro en marzo de 2011, dos meses antes del 15-M. Y sí, como dice Rosa María Artal en un rinconcito de su artículo de hoy en eldiario.es, demostraron ser ideológicamente “muy distintos”. Al acabar aquella charla, se me acercó una chica para contarme una iniciativa de protesta se había organizado en red: malestar.org; recuerdo que me pareció interesante pero también que lo dejé pasar. Ahí estaba el verdadero embrión del 15-M; iniciativas como esas son la madre de algo mucho más colectivo que un libro, que bebe mucho más de Tahrir, de Wikieleaks, de la cultura libre, de los nuevos movimientos sociales, que de ¡Indignaos!.

Medio millón de libros vendidos en España es un bombazo editorial pero no resiste ninguna comparación cualitativa ni cuantitativa con la fuerza de las redes tejidas durante meses, con blogs y colectivos, vídeos en YouTube con millones de reproducciones, con acciones previas y la importancia del talento y la energía concentrados en Sol. Hessel fue, eso sí, el pasaporte para que esa fuerza tuviera legitimidad mediática, para que el 15-M diera menos miedo y el pensamiento crítico fuera políticamente correcto.

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