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El ecosistema financiero

Banquier (detalle), Honoré Daumier, 1835.

Begoña Huertas

Un amigo se quejaba el otro día en las redes sociales de haber ido a hacer un ingreso en efectivo en su propia cuenta y de que el banco le había querido cobrar por la operación. Los comentarios se llenaron enseguida de personas que contaban atropellos parecidos y se desató, como no podía ser de otro modo, la indignación contra el abuso de los bancos. ¿Qué pasa con los bancos? ¿Por qué parece que te estén haciendo un favor guardando tu dinero, cuando eres tú quien estás confiando en ellos por dejarlo ahí? Lo cierto es que tu dinero desaparece como objeto tuyo en cuanto lo sueltas. Entra a formar parte de una entelequia de productos dentro de la industria financiera. Así que más bien eres tú quien debías pedir toda garantía y sin embargo es el banco el que te interroga como si ya de entrada fueras un delincuente. Recuerdo la escena de Mary Poppins en la que los niños iban a visitar a su padre al banco donde trabajaba y una vez allí el director intentaba convencer al más pequeño de que depositara su penique en una cuenta. El niño se negaba y en un descuido el hombre le arrebataba la moneda, por lo que el pequeño se ponía a gritar “devuélvame mi dinero”. Al oír ese grito cundía el pánico entre los clientes y todos corrían a sacar sus ahorros. El banco no contaba con suficiente liquidez y se hundía.

No nos están haciendo un favor. El servicio se paga con creces. Yo misma hace poco recibí un cargo por mantenimiento de cuenta que me pareció desproporcionado, y haciendo cola junto a otros damnificados en la sucursal del barrio me quedé pensando cómo sumaba cada pequeña tajada que nos sacan a los que menos tenemos y cómo todo junto suma un beneficio espectacular. De pronto la dirección en la que fluye el dinero se me apareció tan clara como el ciclo del agua que viaja del mar a las nubes. Solo que ésta regresa luego en forma de río y en nuestro caso no regresa nada. Los que dicen que la riqueza se redistribuye son como los que afirmaban que la tierra era plana.

Estos días se está llevando a cabo la comisión de investigación sobre la crisis financiera. ¿Qué fue de las propuestas para regular el sector? ¿Qué fue de la tasa Tobin? Ya puestos, ¿qué fue del proyecto Transform! Europe, que pretendía constituir una alternativa social al modelo económico vigente? Gravar las operaciones especulativas con un impuesto lleva debatiéndose en Bruselas desde hace años sin mayores resultados. Al parecer sólo Francia aplica la denominada tasa Tobin desde 2013 y el año pasado aumentó el cobro a las transacciones financieras de 0,2 a un 0,3 %. Mientras tanto, aquí en España, y en 2018, resulta que la “apuesta estrella” del PSOE es... un impuesto a la banca y a las transacciones financieras. Unidos Podemos recuerda que ya llevó esa iniciativa en el programa electoral, cosa que es cierta. Como lo es que ya en febrero de 2008 lo propuso Izquierda Unida. Y ya puestos, antes lo habían sugerido los movimientos antiglobalización. Lo que ocurre es que no tiene mucha importancia quién lo dijera antes si el caso es que no se ha hecho -¿ni se hará?- nada.

En la última revista de este diario aparece una entrevista al premio Nobel de economía Joseph Stiglitz en la que éste vuelve a cargar contra la desregularización del sector financiero. “¿Cómo es posible que la globalización sea mala para los países en vías de desarrollo y mala también para los países desarrollados?”, se pregunta. Y la respuesta que da es sencilla: “porque la definieron las corporaciones para ellas mismas”. Efectivamente todo esto no está al margen del sistema, es el sistema. Por eso puede permitirse la chulería Rodrigo Rato cuando dice: “¿Eso es un saqueo? No. Eso es el mercado, amigo”. Y tiene razón. Aunque se le olvidó el adjetivo, es el libre mercado. Porque también cabe la posibilidad de un mercado regulado. Y de una banca pública. Aunque no se quiera hacer, la posibilidad existe.

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