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¿Para qué necesitan dos meses?

Reunión de la Junta de Portavoces

Isaac Rosa

Ni el puente de mayo nos van a respetar. El 2 de mayo, lunes, terminará el plazo de dos meses que se inicia este miércoles con las primera investidura fallida de Pedro Sánchez. Y ya les adelanto que ese fin de semana de mayo, Fiesta del Trabajo, Día de la Madre y puente primaveral, nos tendrán pendientes de la “¡última hora!”, con negociaciones de infarto, el reloj atómico en cuenta atrás, la mesa del Congreso en reunión nocturna para fijar una última sesión de investidura in extremis, y por fin fumata blanca.

Y no será porque lo dejen todo para el último momento, qué va: desde que esta tarde Pedro Sánchez suba a la tribuna, va a ser un no parar. Si los dos meses que llevamos desde el 20D les han parecido intensos, piensen que solo ha sido el calentamiento, los atletas dando saltitos con el chándal todavía puesto, haciendo estiramientos para lo que empieza ahora: los dos meses más intensos de la democracia española desde la Transición.

Nos esperan dos meses tan agotadores como entretenidos. Y sorprendentes, si hacemos caso a la abundante rumorología en circulación (el último globo, ese que sitúa a Rivera como presidente de una gran coalición...). Intensidad, entretenimiento y sorpresa: la edad de oro de la televisión tertuliana, vaya. Y no me quejo, al contrario: si no fuera por estos ratitos, quién aguantaría esta crisis institucional.

Pero me pregunto para qué necesitan dos meses. Aparte de para darnos espectáculo, digo. Para qué hacen falta dos meses enteritos, que además estoy seguro de que van a agotar hasta el último minuto, y que se suman a los dos ya consumidos. Más allá de los formalismos zarzueleros, las cartas en esta partida son las que son, las combinaciones posibles nos las sabemos todos desde que la noche del 20D encendimos el pactómetro. Vamos, que todo lo que hay que hablar y decidir se podía resolver en unos días, un par de semanas como mucho.

Mi hipótesis: para lo que unos y otros necesitan tanto tiempo es para construir el relato de lo que acabará pasando. Para que la decisión final sea necesaria, sea la única solución posible después de haberlo intentado todo. Para hacérnosla soportable, vaya.

Cuando el 2 de mayo nos encontremos con un presidente investido, y varios partidos dispuestos a gobernar juntos, nos gustará más o menos, pero ya se nos habrá hecho el cuerpo. Cada paso previo, cada investidura fallida, cada documento de corta y pega, cada reunión y puñetazo sobre la mesa, habrán adoquinado el camino que conduce inevitablemente hasta ese desenlace. Incluso la cara de tonto que se le quedará a más de uno, no llamará tanto la atención porque se le habrá ido poniendo poco a poco. Y los sapos a tragar, habremos tenido dos meses para masticarlos bien y acostumbrarnos al sabor.

No digo que todo esté decidido desde el 20D, pero sí pienso que hay mucha menos incertidumbre de la que se ve en la superficie. Cuanta más “transparencia”, cuantas más ruedas de prensa, reuniones públicas, documentos y televisiones en conexión permanente desde el Congreso, más sensación tengo de que por debajo circula una investidura subterránea de la que apenas nos llegan pequeñas sacudidas. Y que acabará asomando a la superficie en el último momento, cuando la ciudadanía esté ya al dente.

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