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La izquierda indigente cultural y los mercados no gilipollas

Rosa María Artal

“Izquierda indigente cultural”. La definición procede de un empresario de derechas. Su preclaro autor dirige una concesionaria de autopistas deficitarias, mal planificadas pero mucho mejor estructuradas contractualmente para que sus fiascos los pague el Estado. Se diría que este señor le concedió una entrevista a Jordi Évole, emitida este domingo, sólo para poder decir paladeando cada sílaba: la izquierda indigente cultural. Es que la izquierda no sabe leer Ley del Suelo de Aznar/Rato en el 98 por la que declararon prácticamente todo el suelo urbanizable. Una decisión que llevaría a astronómicos aumentos del precio de la vivienda y al inflado de la burbuja inmobiliaria. El empresario pertenece a la derecha culta, eficiente y ejemplar de este país. Los que sí saben leer y hacer contratos.

De esa misma derecha, pulida, audaz, brillante, sutil, ha salido el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro. Como todo el resto del Gobierno, de munícipes y presidentes de CCAA. Montoro acredita una gestión eficaz donde las haya en los impuestos para las grandes fortunas que han triplicado el número de SICAV, y, además, es una persona prolija en declaraciones afortunadas. Ahora acaba de brindarnos una nueva frase de enjundia, de mesura, de profundidad sin límites: «El PP volverá a ganar las elecciones porque “los mercados no son gilipollas”». No, él sabe que los gilipollas son los ciudadanos. Algunos, muchos, ciudadanos.

Nos hubiéramos quedado huérfanos de sabiduría, de democracia genuina, sin embargo, si no hubiera hablado también Mariano Rajoy, el máximo representante hoy de esa derecha extraordinaria, patrón y guía que todo pueblo merece. Tanto es así que el presidente ha sido coronado en su foto por un aura eléctrica. Seis grandes medios internacionales han estado pendientes de su lúcido y elaborado discurso lleno de ideas tan agudas como: “Tener un déficit público elevado y una deuda pública elevada no es bueno y ese es el mensaje que he transmitido a los españoles”. Por más que haya subido ambos, sobre todo la deuda, a récords históricos. Hemos podido leerlo apenas repuestos de este gran hallazgo intelectual: “Creo que hay mucha gente que ha perdido su puesto de trabajo en los últimos años. Lógicamente esas personas tienen más dificultades…”.

Pero lo que realmente el presidente del Gobierno español –o eso creíamos– quería comunicar era que él está para lo que está, nada más: “Lo que más me preocupa es que Alemania tenga claro adónde vamos”. Pobre, lo suyo es ofrecer al mundo su peculiar versión de la realidad, tan deformada día tras día, que se diría padece delirios de mentira compulsiva o… tiene la cara de cemento. Para negar que recibe sueldos en B de una contabilidad B de la que el juez Ruz ve indicios claros, aunque sí admite sobresueldos en A, “como en todas partes” y porque ellos lo valen. Está, sobre todo, para dictar leyes represoras que están causando estupor en Europa, como si no conocieran a la derecha española, reserva inquisitorial del mundo desde los tiempos de Torquemada.

El gobierno de España se lo deja a Merkel, echando un rezo o un puro para que acierte. De momento no lo ha hecho y mucho menos su delegado en la colonia española del sur, Mariano Rajoy. Aunque, según se mire, porque hay gente realmente contenta con la gestión, como hemos ido viendo.

Los mercados no son gilipollas; la izquierda, sí, indigente cultural, de hecho, y la sociedad completa, sojuzgada, cretina de manual, a juzgar por los resultados. Todos los ciudadanos, sí, capaces de mantener una situación que se hace insostenible por todos los flancos y todos lo días. Debería dar qué pensar algo más que España sea hoy el sexto país de Europa con mayor número de ultrarricos. Superando incluso a Suiza. Éstos jamás entraron en –esa de la que se llena la boca el Gobierno–. En la misma puerta del fiasco financiero, les metieron una transfusión multimillonaria de la sangre que se restó y resta al conjunto de la población, aunque nos dejen exhaustos. El récord de ganancias de los mercados no gilipollas coincide con la pérdida de ingresos netos y de poder adquisitivo del común de los ciudadanos.

Al paso que vamos, haría falta más de un cuarto de siglo para que Rajoy lograra dejar el número de parados tan sólo en el punto en el que se lo encontró cuando accedió al Gobierno. El cuarto trimestre de 2011 se cerró con 5.273.600 personas desempleadas y hoy son 5.904,700, según el INE, y, en similar proporción, el resto de los indicadores. Sólo que todavía es más drástica la reducción de la población activa: 17.807,500 eran los ocupados en 2011 y 16.823,200 ahora. Quien puede, se va. El roto hecho por el PP al trabajo es desgarrador y, encima, lejos de asumirlo, presumen de él.

Depende de para quién se gobierne, desde luego. Porque el empleo ya se desarrolla con las condiciones requeridas: inestable, con sueldos míseros, despido prácticamente gratuito y ninguna garantía laboral. Con miedo y sometimiento por la precariedad. Sólo eso ha cambiado. Es decir, ayuno para la anemia de una sociedad basada en el consumo, y hoy aniquilada.

¿Han podido hacerlo mejor los Montoro, Báñez, Rajoy y toda la representación actual de la derecha española de toda la vida? Para los mercados no gilipollas, imposible. La sociedad es quien ha perdido. La izquierda no es indigente cultural sólo, es vergonzante en ética, miserable en dignidad, más tonta que un higo al menos. Porque esta derecha esperpéntica e inane está cambiando el país de arriba abajo con toda tranquilidad. Una derecha capaz de ir al funeral de Mandela mientras coloca cuchillas para rechazar emigrantes. Tozudas circunstancias que concurren cuando, precisamente, una sociedad elude ser dueña de su destino, capitana de su alma. Todo va a juego.

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