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Este blog corresponde a Alternativas Económicas, una publicación mensual que te explica la información económica desde un punto de vista social.

Capitalismo y trato animal

Ilustración: Pedro Strukelj.

Núria Almiron

La historia del capitalismo ha sido contada de muchas formas: tanto desde arriba, desde la perspectiva de las élites, como desde abajo, desde la perspectiva de los explotados. Sin embargo, hasta hace muy poco todas estas visiones adolecían de un sesgo antropocéntrico que impedía comprender realmente lo que subyace, invisible, en las entrañas más oscuras de este sistema. 

La visión antropocéntrica dominante ha dado prioridad al ser humano hasta el extremo de borrar una parte esencial de su historia: la explotación masiva y cruel de animales no humanos en la que, junto a la explotación de seres humanos, se ha basado el capitalismo desde sus inicios hasta hoy. De hecho, esta realidad da nombre al propio sistema: capital, la raíz de capitalismo, procede del latín capitalis o “relacionado con la cabeza”. La etimología de la palabra capitalismo revela, pues, cómo se empezó midiendo la riqueza: cuantas más cabezas (de ganado), mayor riqueza. Pensadores tan opuestos como Adam Smith y Karl Marx compartieron el reconocimiento del enorme papel que los animales no humanos habían tenido en los primeros procesos de acumulación de capital. Hoy sabemos, además, que el uso y explotación de todos esos seres vivos no ha contribuido al progreso de la humanidad, como se nos ha hecho creer, sino a su devastación moral y material. 

Una ética interespecie

Hoy en día es ampliamente compartido que dar prioridad a los intereses humanos en el planeta no tiene fundamento moral. La vieja visión antropocéntrico-especista ha considerado aceptable el confinamiento, explotación, manipulación y muerte de billones de seres en nuestro beneficio simplemente por ser de otras especies, denegándoles así igual consideración moral que a los humanos simplemente por no ser humanos. Sin embargo, debido al progreso moral de la humanidad y a lo que sabemos hoy de los otros animales, esta posición ya no es defendible. Si el antropocentrismo especista sobrevive hoy en día es sólo por dos motivos: la resistencia al cambio de los seres humanos y el poder de los lobbies económicos. 

Actualmente, los grandes sectores económicos están directa o indirectamente vinculados al uso y explotación de animales no humanos. El vinculado más directamente es, por supuesto, la agroalimentación, pero también el sector químico-farmacéutico (experimentación y tests con animales), el de la moda (pieles, pelo, secreciones como la seda), el del entretenimiento (parques, zoos, circos), el financiero (especulación con materias primas usadas para alimentar a los animales: maíz, soja…) o incluso el militar (entrenamiento y prácticas).

Los vínculos indirectos son múltiples. Por ejemplo, sólo el sector agroalimentario está conectado con hasta cuatro sectores más que dependen en gran medida de la explotación de los animales que este realiza: el sector químico (que les vende pesticidas, fertilizantes, herbicidas también para el 35% de cosechas mundiales que se destinan a alimentar animales para consumo humano), el sector de la biotecnología (que suministra semillas para pienso animal y modelos de animales patentados a los agricultores), el sector farmacéutico (que vende cada año el 70% de todos los antibióticos al sector ganadero) y las petroleras (la agricultura moderna depende enormemente del uso de combustibles fósiles). 

Incluso si no hubiera alternativas para dejar de usar animales no humanos para alimentarnos, vestirnos, divertirnos e investigar, su explotación seguiría siendo moralmente inaceptable en una sociedad que ha abierto los ojos a la capacidad de sufrimiento de todos los seres sintientes. Y es que no es posible construir sociedades en paz, igualitarias, interclasistas y justas para los humanos mientras sus cimientos se hunden en la violencia especista. Pero además no es necesario, porque actualmente existen múltiples alternativas libres de crueldad animal absolutamente satisfactorias (o más) y cada vez más personas reconocen el valor de desplegar una ética interespecie, que respete por igual a todos los seres vivos con capacidad de sufrir. 

Es cierto que la lógica capitalista tiende a asimilar y devaluar cualquier alternativa, como por ejemplo se pretende hacer con el veganismo al equipararlo a una mera moda dietética. Sin embargo, la ética interespecie es en realidad un caballo de Troya para el capitalismo, porque desafía a lo peor del mismo: su falta de moral, su insostenibilidad ecológica y la injusticia, la desigualdad y la discriminación que promueve.

Impacto ecológico

Hace ya tiempo que sabemos que dar prioridad a los intereses humanos no es sólo inmoral, también es muy poco inteligente. De hecho, tiene consecuencias catastróficas porque la opresión de los seres humanos y la de los no humanos se alimenta entre sí. Esta interconexión es visible hoy para todo aquel que quiera verla: los abusos laborales extremos y las prácticas de contratación racista en los mataderos, la violencia machista de las fiestas donde se maltratan animales, la violencia infantil o de género precedida por el maltrato de animales de compañía, la trata racista de humanos que tantos rasgos emula de la esclavitud animal, los delirios de la biotecnología en humanos como expansión del mercado abierto con la manipulación genética de los otros animales, las enfermedades que afectan sobre todo a las clases trabajadoras por la comida basura basada en proteína animal subvencionada públicamente, la contaminación mundial y el calentamiento global que afectan en primer lugar a pobres, mujeres y niños…

De las anteriores interconexiones probablemente la más reconocida hoy sea la del impacto ecológico. El sector agroanimal es uno de los principales agresores ambientales al contribuir masivamente al calentamiento global, escasez de agua, deforestación, destrucción de praderas, generación de residuos, consumo energético, pérdida de biodiversidad, extinción de especies... Producir carne, huevos o leche es simplemente un desastre ecológico. Además, causa profundas desigualdades sociales en el planeta debido a la pérdida de soberanía alimentaría que inflige a muchas regiones del mundo, donde se invierten sus recursos agrícolas en deforestar y/o producir comida para los animales que acaban en los platos de la clase media y las élites occidentales (u occidentalizadas).

Según la FAO, en estos momentos estamos alimentando 30.000 millones de animales cada día en las granjas industriales. Este sistema alimentario es, sin embargo, incapaz de impedir que hoy todavía pasen hambre 800 millones de seres humanos y otros cientos de millones más no tengan acceso a agua potable o medicinas.

El trato que reciben los animales por parte de los seres humanos no sólo es inaceptable moralmente, sino que además está profundamente interconectado con las relaciones de poder capitalistas que están destrozando el medio ambiente e impiden el desarrollo de sociedades no violentas, justas e igualitarias. Dejar de apoyar este sistema no es posible sin reconocer las entrañas especistas del mismo y la necesidad de una ética nueva que debería aglutinar a igualitaristas, ecologistas y críticos con el capitalismo por igual.

Núria Almiron es codirectora del UPF Centre for Animal Ethics.

[Este artículo ha sido publicado en el número de septiembre de la revista Alternativas Económicas. Ayúdanos a sostener este proyecto de periodismo independiente con una suscripción]

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