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Sobre este blog

El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

El lío de Naciones Unidas con la carne

Vacas explotadas por la agricultura animal.

Núria Almiron

Asistir a las discusiones de la UNFCCC (la Conferencia Marco de Naciones Unidas para el Cambio Climático) en Bonn o en cualquiera de sus distintos destinos anuales (las llamadas COP) es una enorme oportunidad para captar de primera mano en qué dedicamos los enormes y, por ahora, tan infructuosos esfuerzos puestos en discutir cómo actuar contra el cambio climático antropogénico. En el caso de las reuniones anuales que tienen lugar todas las primaveras en Bonn, el interés es mayor porque se realizan en la sede de la UNFCCC en esta ciudad, y por lo tanto el anfitrión es directamente Naciones Unidas, lo que permite no solo asistir a las discusiones y demás actos organizados por la misma organización y los grupos de interés y las partes, sino también observar si Naciones Unidas se toma el tema en serio en su propia casa.

En este artículo pretendo compartir con las lectoras y lectores de El Caballo de Nietzsche mi experiencia de observadora en el SB50 de Bonn, que tuvo lugar del 17 al 27 de junio pasado, y a cuya primera semana asistí en gran medida motivada por conocer mejor la posición del secretariado de la UNFCCC con respecto a la dieta basada en animales.

Si bien el tema del impacto de la explotación animal en el calentamiento global en modo alguno se ha incorporado formalmente a las discusiones políticas (a nivel político solo se discute el impacto del cambio climático en la agricultura), el secretariado de la UNFCCC ha empezado por fin a reconocer la importancia del problema que supone para el clima la dieta basada en productos animales (carne, pescado, lácteos y huevos). Lo que no debería sorprender a nadie, pues otros organismos vinculados a Naciones Unidas –IPCCC, FAO, PNUMA– hace tiempo que han documentado el impacto de la alimentación humana en el clima y, muy especialmente, de la producción de alimentos basados en la explotación animal, así como lo han hecho numerosas investigaciones independientes.

Por ejemplo, con datos del IPCC, se estima que el 24% de todas las emisiones de gases de efecto invernadero provienen de la agricultura, la silvicultura y el uso de la tierra y que, en los tres casos, la causa principal está relacionada con la explotación de los animales para la alimentación. Era solo una cuestión de tiempo que el secretariado de la UNFCCC también reconociera la dieta humana como un problema y se animara a abordar el tema. De hecho, la UNFCCC ha estado posicionándose cautelosa pero progresivamente con respecto a este asunto en los últimos años, hasta llegar a reconocer públicamente que la explotación animal no puede ser omitida de ninguna ecuación posible para combatir el cambio climático. Véanse, por ejemplo, los artículos publicados por Naciones Unidas Three Ways to Cut Meat Eating Impact on Climate y Go Easy on the Beef for the Climate, ambos de 2014.

De tal modo que, en el SB50 de Bonn, mis expectativas eran que este posicionamiento se hiciera más explícito y pudiera obtener un testimonio directo del mismo, como así fue. En concreto, para esta conferencia, el secretariado de la UNFCCC organizó un evento paralelo ampliamente publicitado bajo el título 'Hacer que los alimentos sean compatibles con los objetivos del Acuerdo de París', que constituyó una oportunidad ideal para ver cómo se está abordando este tema desde el corazón del organismo encargado de las discusiones más importantes en el planeta sobre cambio climático.

El evento tuvo lugar el martes 18 de junio y consistió en un panel de expertos a los que se invitó a explicar sus soluciones o conocimientos sobre cómo reducir las emisiones generadas por la producción alimentaria animal. La sesión se había anunciado con un texto bastante ambiguo, que decía así: “El evento explorará la transformación de los sistemas alimentarios a través de enfoques alineados con los objetivos de París. Coincide con el Día de la Gastronomía Sostenible de las Naciones Unidas, que hace hincapié en el papel que desempeñan los alimentos en los ODS, y será seguido por una degustación de soluciones innovadoras de alimentos, como carne de origen vegetal, microalgas e insectos…”. A pesar de la elusiva mención a la cuestión, estaba claro que este era el evento principal que abordaría en esta conferencia el “problema de la carne” por parte del secretariado de la UNFCCC, así que no me lo perdí.

El panel tuvo lugar en una sala de tamaño mediano que se llenó hasta los topes, con una audiencia formada por los miembros del secretariado que organizaban la sesión, acompañantes de los expertos invitados y un público variado, entre el que se contaban observadores como yo misma y algunos representes de las partes (como se llama a los países en la UNFCCC). Al menos en las primeras filas, en las que me ubiqué, el clima era de excitación y entusiasmo máximo. Lo que me llevó a preguntar a un miembro del secretariado que estaba sentado a mi lado por qué la sala estaba tan animada. Mi vecino de silla resulto ser el jefe del comité organizador del evento y su respuesta tenía por lo tanto doble interés, pues reflejaba además cómo lo vivía la propia organización de la UNFCCC. Me dijo con evidente satisfacción que el éxito de la convocatoria era normal, porque el tema era nuevo (“fresh”), algunos panelistas invitados muy relevantes y al final se serviría comida. Intenté ampliar su opinión posteriormente, pidiéndole una entrevista que primero aceptó pero que, alguien le haría cambiar de idea, nunca tuvo lugar porque no supe más de él.

El evento en efecto contó con algunos oradores estrella. El presentador del acto fue Marc Buckley (Global Food Reformist) y el panel incluyó a Brent Loke (Eat Foundation), Rebekah Moses (Impossible Foods), Ingo Puhl (Whapow), Sarah Nischalke (Universidad de Bonn), Yaw Sasu-Boakye (Ikea) y Kim Arazi (Innosensi). Lo clausuró Ovais Sarmad (Secretario Ejecutivo Adjunto de la UNFCCC) y Martin Frick (Director Senior, secretariado de la UNFCCC), dos de los máximos representantes de la UNFCCC. El cargo y entusiasmo de estos en sus alocuciones dejó bien claro que el tema tiene máximo interés para el secretariado. Por su parte, el panel habló sobre lo importante que es aumentar los ingredientes de origen vegetal en la dieta, cómo de exquisita puede ser una hamburguesa elaborada solo a base de plantas con tecnología punta, cómo las microalgas o los insectos pueden convertirse en la base de nuestra dieta, cómo el placer gastronómico es en realidad una creación de nuestra mente, y por lo tanto modificable, y cómo las grandes corporaciones pueden contribuir, con el ejemplo de las albóndigas sin carne de Ikea.

Los representantes de la UNFCCC, por su lado, destacaron efusivamente la tecnología de vanguardia y la innovación existente tras el trabajo de todos los ponentes, mientras que todos los oradores invitados tuvieron mucho cuidado de no minusvalorar los alimentos de origen animal, y algunos incluso sugirieron que tendríamos que seguir comiendo carne, y que debemos experimentar con cambiar la dieta de los animales, por ejemplo alimentándolos con algas para que contaminen menos y así podamos seguir comiéndolos. En general, todos los mensajes se alinearon a la perfección con lo que Naciones Unidas ya ha expresado hasta ahora con respecto a la agricultura animal, que podríamos resumir en estas cuatro máximas:

“No estamos en contra del negocio de la agricultura animal, sino que solo estamos apoyando nuevos tipos de alimentos”.

“No somos radicales, los alimentos de origen animal deben mantenerse en el menú, aunque con una reducción en la ingesta. No tenemos ningún problema con comer carne, lácteos o pescado”.

“No hay una sola manera de hacer que nuestra dieta sea más sostenible: puede hacerse con una dieta basada en vegetales, insectos o algas, por ejemplo. El consumidor es el que elige”.

“La tecnología es el futuro en la dieta, tanto de los seres humanos como de los animales que se explotan para alimento”.

Podría decir que toda la experiencia fue muy decepcionante, pero lo cierto es que no fue ninguna sorpresa. Por buenas intenciones que pueda tener el secretariado de la UNFCCC para abordar un tema así, las dificultades a las que se enfrenta son obvias a la hora de elaborar una propuesta que pueda ser aceptada por todas las partes y grupos de interés, dada la influencia de las esferas política y económica en cualquiera de las decisiones que se toman sobre la lucha contra el cambio climático.

Pero tengo que reconocer que me chocó la escena, pues la propuesta de Naciones Unidas me pareció un rey desnudo al que nadie se atreve a señalarle que sus ropajes son solo imaginados. Porque lo que pretende la UNFCCC es, como mínimo, incongruente. En lugar de proponer ir directamente a por una disminución radical de las emisiones, que todas las evidencias demuestran se puede lograr eliminando los alimentos de origen animal de la dieta, parece que la prioridad es evitar la irritación de los países e industrias principales productoras de alimentos de origen animal. Aunque ello sea a costa de desviarnos del camino más recto y seguro.

Considerar la dieta basada en plantas como una mera opción más, a la par con especulaciones a base de insectos, microalgas y tecnología punta, me parece todo un paradigma de relativismo moral y autoengaño. En lugar de apostar por la certeza de sustituir la proteína animal de la dieta humana por proteína vegetal, apostamos por un futuro de costosas e hipotéticas soluciones, en algunos casos además éticamente muy problemáticas.

Dicho esto, en Bonn también pude observar, no obstante, que los intereses económicos y políticos no son la única razón de que estemos evitando el camino más recto para recortar emisiones. Mi visita diaria a los restaurantes de las instalaciones de la UNFCCC era también una experiencia chocante. Los menús para los doce días de conferencia incluían ternera seis días, pollo otros seis días, pescado (incluido salmón) todos los días y opciones vegetarianas diarias que casi siempre contenían productos lácteos. ¿La UNFCCC está sirviendo un menú tan insostenible solo porque teme al complejo industrial animal y a los países que lo apoyan? ¿No podrían hacerlo un poco mejor? Que la UNFCCC ofrezca menús con emisiones de gases de efecto invernadero tan altas en su propia sede no puede deberse solo al miedo a irritar a los países productores y sus empresas. Tiene que haber algo más y este algo más solo puede estar relacionado con la adicción a la proteína animal de la sociedad, incluidos lo que confeccionan los menús en la UNFCCC.

En mi opinión, complicamos innecesariamente las cosas porque estamos atrapadas en una red de intereses globales y apegos individuales que no nos permiten considerar honestamente la cuestión clave, que no es otra que la ética. La cuestión ética tiene que ver en primer lugar, por supuesto, con las terribles consecuencias que para los animales no humanos tiene formar parte de nuestra dieta. Pero la cuestión ética también se refiere a los altos costes que las dietas basadas en animales tienen para los humanos, no solo por el calentamiento global, sino también por los costes para la salud humana y la justicia global. Sin embargo, la postura de la UNFCCC parece tener miedo a cualquier apelación a la ética en general, pero muy especialmente a la ética animal. Por ejemplo, en 2018 otorgó su más alto honor ambiental a dos productores de alimentos veganos (Impossible Foods y Beyond Meat) por considerarlas empresas revolucionarias de la carne a base de plantas debido a su carácter tecnológico, no ético.

Mi sensación en esa sala en Bonn fue que el intento de abordar el problema de la explotación animal huyendo de cualquier apelación ética y centrándose en mensajes positivos para empresas y consumidores está condenado al fracaso -incluida la idea de que no hay necesidad de hacer ningún sacrificio gastronómico gracias a la tecnología. Porque tal mensaje es solo parcialmente cierto.

Por supuesto, el cambio a una dieta basada en plantas no tiene por qué significar ningún sacrificio para el paladar; en realidad, las personas que solo comen plantas están convencidas de que es todo lo contrario. Y, por supuesto, hay mucho negocio por delante para las empresas que quieran dedicarse al sector alimentario basado solo en plantas, con o sin alta tecnología –pues, como comentó un miembro de la audiencia en Bonn durante la sesión de preguntas final, es posible comer alimentos deliciosos a base de plantas con comidas simples y de bajo coste.

Sin embargo, el planteamiento de Naciones Unidas no aborda las dos grandes barreras que impiden que el cambio de dieta suponga una reducción efectiva y radical de las emisiones, y que están directamente relacionadas con ese planificado distanciamiento de la cuestión ética. Dos barreras que, de no superarse, en mi opinión llevarán únicamente a la creación de un nuevo y potente sector industrial orientado a la nueva tecnología alimentaria (con plantas, sí, pero también insectos, carne in vitro, nuevos piensos para animales, etc.) que convivirá con el sector de la explotación animal de siempre. Dado que muchas de las alternativas a las plantas pueden no ser nada sostenibles, al final habremos avanzado bien poco. Porque no es posible esperar un cambio real en el nivel de emisiones sin abordar las dos grandes cuestiones de las que Naciones Unidas no se atreve a hablar. Estas dos barreras son la adicción de la sociedad a la proteína animal y la necesidad de desmantelar el sector de la agricultura animal y convertirlo en una alternativa sostenible sin explotación de animales.

Por supuesto, estas dos barreras son muy importantes y requieren un gran esfuerzo e inversión para ser superadas. Pero ya estamos dedicando tanto esfuerzo y dinero a todo tipo de desviaciones y extravíos con el objetivo de mantener nuestra adicción a la proteína animal y los negocios contaminantes, y el coste del cambio climático es tan alto, que su superación es viable, si solo les dedicáramos el mismo esfuerzo que dedicamos a las soluciones que priman la estética futurista por delante de la ética. Ayudar a las humanas y humanos a liberarse de su apego a la proteína animal y reconvertir la industria de la explotación animal no puede ser más complicado que el lío en que nos estamos metiendo para evitar hacer ambas cosas.

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