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Sobre este blog

Este blog corresponde a Alternativas Económicas, una publicación mensual que te explica la información económica desde un punto de vista social.

“Queremos que el consumidor ejerza su voto a través de la compra”

Catalina Sosa, directora de la Organización Mundial del Comercio Justo en América Latina.

Mariana Vilnitzky

Catalina Sosa es filósofa y directora ejecutiva de la WFTO-LA, Oficina Regional para Latinoamérica de la Organización Mundial del Comercio Justo (World Fair Trade Organization-WFTO). Actualmente, la red regional está formada por 63 miembros provenientes de 13 países de Latinoamérica. Después del coloquio ¿Es posible globalizar el comercio justo? en Casa América de Catalunya, profundizó sobre algunos aspectos del sector, en esta entrevista.

¿Es posible globalizar el comercio justo?

La palabra globalizar ya tiene una carga ideológica muy fuerte, que consiste en lo contrario de lo que aspira el comercio justo. Porque en la globalización las economías locales deben adherirse a la economía global de mercado, perdiendo las individualidades. Nosotros tratamos de ir en contra de las manecillas del reloj y utilizamos el término globalizar, pero para proponer que precisamente la gran economía de mercado gire hacia la economía social y solidaria; que ponga en el centro de la escena a la persona.

Lo que quiere hacer el comercio justo es exportar; que los países ricos reciban los productos de los países pobres. En el proceso hay viajes en avión, contaminación, ¿no es una contradicción?

El comercio justo fue pensado como un modelo de relación Sur-Norte: que se produzca en los países del Sur —en África, en América Latina…— y se exporte a los países del Norte para que se comercialice en las antiguas tiendas denominadas “tiendas del mundo”, que ahora se llaman “tiendas de comercio justo”. Lo más importante de este esquema era evitar el asistencialismo, con el eslogan muy conocido de trade, not aid (‘comercio, no asistencia'). Sin embargo, en la fundación en la que trabajo, Sinchi Sacha, en Ecuador, no exportamos. Nuestra propuesta desde hace más de veinticinco años fue crear las tiendas de comercio justo en el Sur. La ventaja de vivir en Ecuador, y sobre todo en Quito, que fue declarada Patrimonio de la Humanidad en el año 1978, es la afluencia turística que tiene. De alguna manera, tenemos al comprador del Norte en el Sur, y logramos vender a los turistas los productos locales. No quiero decir con esto que nos oponemos a la exportación, porque hay muchos pequeños productores del Sur que viven de vender chocolate, cacao, etcétera, a países del Norte, pero no quita que podamos poner atención en mercados locales para apoyar ecológicamente al planeta. Toca buscar un espacio medio y tener en cuenta la huella ecológica.

¿Han intentado trabajar comerciando entre los países del Sur; por ejemplo, entre Ecuador y Argentina?

Lo hemos intentado dentro de los países del WFTO-LA (World Fair Trade Organization América Latina) y ya estamos desarrollando redes pequeñas de comercio entre nosotros. Por ejemplo, en la tienda de Sinchi Sacha vendemos sacos de alpaca peruanos, y la señora que nos provee de estos sacos viene de Lima en autobús. Trae su carga y, en realidad, es un producto muy apetecible para el turista. De manera muy incipiente hemos traído cosas de Chile. Tratamos de traer las cosas por medio terrestre. Tardan en llegar, pero llegan. Consideramos que el público local, no sólo el turístico, podría estar interesado en comprar productos de América Latina. Creo que en cada país latinoamericano hay un estrato social y económico que tiene un poder adquisitivo importante, y que en la medida en que nuestra información sea adecuada, estarían muy interesados en activarse.

Las subidas y bajadas de los mercados evidentemente afectan también al comercio justo. Por ejemplo, en el ámbito de la artesanía, que en España ya no se vende como se vendía. ¿Cómo trabajan este asunto?

En los años 1980-1990 se vendía muy bien la artesanía de América Latina. Era una especie de boom. Pero luego decayó, y surgió la cuestión de los alimentos. Ahora se venden muy bien los chocolates, el cacao, la panela granulada, las hierbas… En la artesanía, para repuntar giramos hacia lo que denominamos “artesanía con identidad”. Por ejemplo, un producto que viene de la selva amazónica, elaborado por mujeres quechuas de igual modo que hace quinientos años; unos cuencos preciosos hechos con barro de la Amazonia y pintados con tintes minerales con un brillo muy bonito. Las indígenas los pintan con su propio cabello. La gente se maravilla cuando comprende la pieza y ve que además ayuda a un grupo de personas que está en una fragilidad económica impresionante. El valor añadido dado por la información cultural es muy importante. La gente compra conceptos, la historia que está atrás. 

He conocido a un grupo de productores muy pobres, y les dije: “¿Por qué no venden estos productos en Europa, como comercio justo?”. Me contestaron que era muy complicado y costoso, y que no tenían la capacidad, ni económica ni de logística. ¿Cómo se resuelve ese asunto?

Hay forma de resolverlo. En Ecuador hay tres exportadores grandes de comercio justo: El Camari, Maquita y El Sandinerito. Ellos aceptan a pequeños productores que llevan sus productos y que no están listos para hacer toda esta calificación. Pueden ingresar a través de estos intermediarios, que tienen un margen bajísimo. Ellos se encargan de todo. Hay que calificarse como exportador. Es un gran papeleo. El importador de comercio justo pide una cantidad enorme de requisitos... el asunto orgánico, comercio justo, norma ISO 9001… Un pequeño productor, que tiene un solo producto, francamente no tiene capacidad. Pero puede pasar por una de estas exportadoras e ingresar en el gran mercado. Esta práctica nos permite comprender el valor de la asociatividad. Tú pagas un pequeño porcentaje, legítimamente ganado por una comercializadora de comercio justo, que te ayuda a pasar la barrera por lo menos hasta que estés más fuerte, y estás ingresando en un gran mercado. La asociatividad en términos justos. Ojo, que hay gente que por hacer este trabajo cobra todo lo que puede y gana todo lo máximo posible, con lo que deja de ser comercio justo.

Quedarán pocos...

Pero hay gente que no está dentro de la red per se, y actúa como comercio justo. Por ejemplo, hay empresas, concebidas tradicionalmente, que como compradoras también cumplen con todos los estándares de la WFTO. No están calificadas. Tengo la experiencia de compañeros de Ecuador que me dicen: “Nosotros vendemos a algunas empresas de Estados Unidos que no forman parte del comercio justo, pero cuando hacen el pedido les explicamos que somos pequeños, que necesitamos capital de producción, les pedimos un adelanto. Y ellos pagan puntualmente. Comprenden el hecho de que somos pequeños”.

Las estadísticas dicen que en Europa el comercio justo ha ido creciendo en parte gracias a las grandes superficies. Hay un debate. Los grandes supermercados, por ejemplo, venden comercio justo, pero a su vez su propia estructura es depredadora. ¿Cuál es su opinión sobre ello?

Tengo mi corazón dividido. Conceptualmente me parece terrible tener que pasar por las grandes superficies. Pero tengo la experiencia cercana de un grupo en Ecuador, muy famoso, que se llama Grupo Salinas. Ellos producen quesos con una tecnología suiza. Se trata de una iniciativa hecha por cooperantes que llegaron a Ecuador hace treinta o cuarenta años. Enseñaron a los campesinos de los Andes, a los indígenas, a hacer queso. Ahora tienen quesos maravillosos, de todas las variedades. Este grupo estaba vendiendo informalmente en Ecuador, y vino una empresa grande, de las grandes superficies, muy conocida en Ecuador, y les propuso comprar su producto…

¿A precio justo?

No era un precio perfecto, pero era cercano a lo que ellos querían. Hubo un debate enorme. Decían que eso era entrar en el capitalismo…, etc. Finalmente decidieron hacer la prueba. ¿Qué pasó? Que ahora ese es su principal comprador. Venden unos 200.000 dólares al mes en quesos. Eso significa trabajo para no sé cuántas familias; significa una subida en ventas radical. Lo experimentaron un año y se dieron cuenta de que era muy buen comprador en volumen, y que estaba activando cantidad de producción. Tengo que decir que el Gobierno ecuatoriano hizo su parte muy bien hecha. Desde hace dos o tres años, las grandes superficies deben tener un porcentaje de productos de pequeños productores, creo que del 30%. Además, antes te ponían muy alto en las góndolas, o muy bajo. Y ahora tienen la obligación de poner los productos de pequeños productores a los ojos del consumidor. Había más. Antes, las grandes superficies pedían cosas como que la primera entrega fuera gratis. Eso implicaba perder unos 15.000 dólares. Esa regla Correa la eliminó. Además, por ejemplo, si se perdía el producto dentro del almacén lo cargaban al productor. Tenían este tipo de condiciones muy feas. Ahora han tenido que flexibilizarse. Las grandes superficies incluso aportan técnicos a los pequeños productores para que logren obtener el permiso sanitario rápido. Ha habido una flexibilización general para apoyar al pequeño productor. Por otro lado, Correa es un gran comunicador y trataba de contar a la población ecuatoriana lo que hacían los pequeños emprendimientos los sábados por televisión. Reivindicar la artesanía, las pequeñas iniciativas... Ha tenido esos aciertos. En eso, no me puedo quejar.

¿Sigue creciendo a buen ritmo el comercio justo, a pesar de la crisis?

En Ecuador, las cinco organizaciones certificadas vendimos en 2012 26 millones de dólares. En 2013, 35 millones de dólares. En 2014, 42 millones de dólares; y en 2015, nos mantuvimos en 42 millones pese a la crisis. Eso quiere decir que hemos crecido entre el 15% y el 20% desde 2012, lo cual es muy interesante para un país como Ecuador, que es tan pequeño, que producimos mucho pero en realidad tenemos dificultades para ingresar en el mercado. Estas cifras son de Ecuador, uno de los países a escala latinoamericana que más comercio justo exporta. En estas cifras, el 75% se ha vendido por exportación y el 25% a escala local. En ese 25% están las artesanías que se quedan en Ecuador. Pero son cifras interesantes. En Latinoamérica tal vez los otros países no tengan esas ventas. Deben de tener la mitad o la cuarta parte, pero suman. Y a escala mundial, sé que en el año 2010 bajaron las ventas, sobre todo en América del Norte, pero a partir de 2012 hemos vuelto a repuntar y se está vendiendo mucho mejor. En Europa hay mucha diferencia, por ejemplo, entre Alemania y Portugal; pero en general sí es una tendencia en ascenso. 

¿Se ha concienciado quien compra en América Latina?

Estoy en el comercio justo desde el año 1993. Cuando hace veinte años hablaba de comercio justo, la gente se reía. Ahora ya no. Creo que los jóvenes, los universitarios, la gente..., hablan del comercio justo con conocimiento. Es una generación nueva más solidaria, más informada, que quiere sacar adelante cuestiones de desarrollo local. La perspectiva dentro de América Latina es muy interesante. Imagino que es como fue en Europa hace cuarenta años, cuando se empezaba a hablar del Fair Trade, y todo el mundo tenía interés. Tenemos también lo que se llama Economía Social y Solidaria. Es lo que más hemos alimentado y lo que se apega mucho a nuestras raíces: todo lo que es la minga [trabajo solidario indígena], el trabajo en comunidad. En Ecuador existe la vecina, que es una manera de relacionarnos muy latina. Siempre digo que la vecina es una institución porque ayuda con el hijo, con un recado, con las llaves... Nosotros de alguna manera vivimos en comunidad. La economía social y solidaria tiene que ver con estas redes solidarias de nuestro propio barrio, de nuestra vida pequeñita, que nos permite enfrentarnos mejor a la globalización; tener un comprador más sensible, más solidario, que está dispuesto a apoyar al vendedor de escobas que está al lado de la casa en vez de irse a la gran superficie a comprar. 

¿Cómo afectan los tratados del libre comercio al comercio justo?

Acabamos de firmar el tratado de libre comercio con Europa. Rehusamos hace unos años a firmarlo con Estados Unidos y esta vez lo firmamos con Europa. Tiene sus ventajas, sobre todo para los floricultores, pero tenemos cierta preocupación, sobre todo por los productores lácteos de Ecuador, que son muchísimos. Podría pasar que ingresen productos a base de lácteos como quesos, mantequillas, etc., a un precio menor del que nuestro campesino puede producir. Esto es porque en los países del Norte hay una subvención a este tipo de productos. Nos han asegurado que hay salvaguarda, pero no tenemos claro, ni sobre la mesa, cómo actúan esas salvaguardas. Creo que es una gran amenaza para los pequeños productores lácteos. Hay otras cosas, como que entren transgénicos, un asunto que en Ecuador hasta ahora se había cuidado mucho.

Al comercio justo, como tal, ¿se le abre una puerta o se le cierra?

El chocolate, el azúcar moreno, por ejemplo, podrían tener un repunte. Sin embargo, son productos que ya se vendían muy bien. Estamos a la expectativa.

¿Cuál es la perspectiva de futuro?

Queremos socializar la experiencia de Sinchi Sacha, para,  tal vez, crear una red de tiendas por el comercio justo a escala latinoamericana; como en Europa existen con Intermón u otras redes. Tienen consensos, talleres, encuentros para socializar sus experiencias. Creo que en América Latina podemos empezar por asociarnos como tiendas y establecer una relación entre el comercio justo y la economía solidaria. Tenemos que construir una red y sobre todo creo que hay que trabajar mucho en el empoderamiento de las mujeres; la administración de los recursos está en muy buenas manos cuando cae en el lado femenino de las organizaciones.

Comercio justo significa que el resto, la mayor parte, es comercio injusto: la ropa de Bangladesh o de las maquilas, entran y se venden en Europa de forma legal.  ¿Ustedes actúan para frenar la legalización de estas prácticas? 

Nos centramos en el consumidor responsable. Si sensibilizamos al gran público y logramos que el comprador ejerza su voto a través de la compra, hemos logrado mucho. En EE UU, cuando se organiza bien la sociedad civil y dice “no vamos a comprar el producto X”, y detiene la compra, es un golpe fortísimo para las empresas. Es un poder que no visualizamos en su magnitud. Parece que somos muy pequeños, una pulga, pero el consumidor es un ejército mundial. 

El consumidor es un ejército, pero también un ejército de precarios. ¿Cómo puede alquien que no llega a fin de mes costear el precio del comercio justo? 

Los precios de comercio justo tienen que irse ajustando. Integrar productores locales en el comercio local puede ser una manera. No me opongo a que los pequeños productores del Norte vendan en el Norte comercio justo. Hay mucha gente en Europa y en Norteamérica que tiene situaciones muy difíciles y necesita ayuda. Podrían trabajar la tierra y producir artesanía. Hay gente que dice: “No, el comercio justo se creó para ayudar a los pequeños productores del Sur”. Y siempre digo: “No está escrito en piedra”. Es un concepto de apoyo al pequeño. Si el pequeño está en el Norte, legítimamente tiene que producir y vender en el Norte, como los del Sur estamos buscando desesperadamente vender localmente, con mercados establecidos. Creo que hay que ampliar el concepto y salir adelante en conjunto. 

Mucha gente muy pobre vende, por ejemplo, artesanía propia y no forma parte del comercio justo. ¿Cómo deciden? ¿Por qué algunas son comercio justo y otras no?

Por un lado, en la WFTO se hace una monitorización a las organizaciones de comercio justo para ver cómo están desarrollando los estándares. Pero, por otro lado, en la tienda nos relacionamos directamente con el productor, el gran beneficiario del comercio justo. Todo artesano, familia de artesanos, artistas que se acercan a Sinchi Sacha, son pequeños productores. Todo pequeño productor es legítimamente comercio justo en el Sur. 

¿Cualquiera?

Hubo un  grupo de artistas jóvenes urbanos de Quito que me decían “Oye, Catalina, y nosotros ¿por qué no somos comercio justo? ¿Qué hicimos de malo? No somos campesinos, no somos indígenas. Somos pequeños productores artistas que vivimos de nuestras manos. ¿Por qué estamos fuera?”. ¿Qué respuesta tenía yo? Me abrí totalmente a ellos. Les dije: “Tenéis razón; es una discriminación positiva, pero tenéis razón”, y los incluí en la tienda.

[Esta entrevista ha sido publicada en el número de mayo de la revista Alternativas Económicas. Ayúdanos a sostener este proyecto de periodismo independiente con una suscripción]

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