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Este blog corresponde a Alternativas Económicas, una publicación mensual que te explica la información económica desde un punto de vista social.

Enfermedad mortal en la zafra

Un trabajador nicaragüense en una plantación de caña.

F. J. Sancho Mas

Una extraña epidemia está diezmando a los trabajadores de caña en Centroamérica. La empresa del multimillonario nicaragüense Carlos Pellas los despide sin ningún tipo de indemnización cuando enferman. Detrás de la etiqueta de uno de los rones más alabados en el mundo, el Flor de Caña, se encuentra una historia incómoda para la empresa y para el Gobierno sandinista, que ha optado por el silencio. El triple negocio de la caña (azúcar, ron y energía) sigue siendo uno de los principales motores de la economía en el país más pobre del continente y el origen del patrimonio de una de las familias más ricas de Centroamérica.

En la costa pacífica centroamericana, junto a toneladas de caña cortada, la zafra deja cada año cientos de víctimas: familias en el abandono y trabajadores con los riñones enfermos de muerte a causa de una epidemia de insuficiencia renal crónica (IRC), que se ceba especialmente en los cortadores de caña. 16.000 muertos en cuatro años, según las estimaciones más modestas de la Organización Panamericana de Salud (OPS). La mayoría de casos se producen en El Salvador y Nicaragua. En este último país, la incidencia más llamativa se da en la comunidad de Chichigalpa, y sobre todo en el ingenio azucarero San Antonio. Es un problema sin respuestas claras, incómodo tanto para sus propietarios, la familia Pellas, como para el presidente del Gobierno sandinista, Daniel Ortega.

Incómodo para los Pellas, porque cuando una persona se acerca a los barrios donde se hacinan las familias de cortadores de caña (que llegan a 4.000 sólo en el ingenio San Antonio), lo primero que salta a la vista es el barro, la suciedad, la falta de medicinas, la enfermedad. Son vecindarios improvisados junto a pilas sépticas (y hasta hay uno que lleva ese nombre: Barrio Pila Séptica, aquí los nombres no engañan), sin adoquinar, casas construidas con las láminas de cinc que regala el Gobierno, o con cartón. La geografía universal de la pobreza, aquí agravada por una enfermedad mortal que asuela a los trabajadores del ingenio. Cuando éstos son diagnosticados de insuficiencia renal, se les despide sin más.

Aquí las causas de IRC no son como en el resto del mundo, generalmente asociadas a diabetes o hipertensión. Entre los diferentes factores que la producen aquí se encuentran las prácticas laborales, cuando no se aplican las dosis de descanso e hidratación necesarias en un trabajo bajo temperaturas extremas durante los meses más cálidos y secos del año (de noviembre a abril). Es parte del diagnóstico de un estudio de investigadores de la Universidad de Boston que se han desplazado a Nicaragua durante los últimos años. Pero, como no se ha demostrado que sea la “única” causa, la empresa no se hace responsable.

También es una historia incómoda para el Gobierno. Si bien durante los años ochenta la revolución sandinista, que lideraba entonces el mismo presidente que gobierna hoy, Daniel Ortega, expropió los bienes de la familia Pellas, la conexión y el buen feeling que reina entre ellos actualmente es total. Carlos, el cabeza del imperio familiar, acumula una riqueza que se estima en 1.100 millones de dólares, según la revista Bloomberg, lo que supone casi la mitad de todo el Presupuesto General de la República, que ronda los 2.200 millones de dólares. A los temporeros enfermos, cuyos salarios en el mejor de los casos, y exclusivamente en tiempos de corte de caña, apenas superan los 300 dólares, es el Gobierno el que  les otorga unas pensiones que en su mayoría no llegan a 100 dólares, sólo cuando demuestran haber trabajado el número de zafras exigido. El problema es que muchos trabajadores caen enfermos de IRC mucho antes de llegar a ese número mínimo de cotizaciones exigidas.

Cuando la enfermedad de IRC avanza, el paciente requiere diálisis. El coste aproximado de una sesión de diálisis en Nicaragua es de 150 dólares (los pacientes suelen necesitar tres sesiones semanales para limpiar su sangre), y el coste de un trasplante ronda los 14.000 dólares, en el caso de encontrar a un donante ideal. La muerte por IRC suele ir precedida de una lenta y amarga agonía. El diagnóstico para estos trabajadores es una sentencia de muerte. Sólo les cabe esperar que el final se retrase.

 

EN LA ZAFRA Y CON LA MUERTE EN LOS RIÑONES

Este año, la sequía y la bajada de los precios del azúcar no auguraron una buena producción. El promedio de caña que un hombre puede cortar a machete es de entre cinco y siete toneladas diarias. Para los que más cortan, hay premios. Al final de la zafra del año pasado, los Pellas regalaron dos casitas valoradas en 6.000 dólares a los dos mejores cortadores. El primer ganador fue Lázaro Báez, con 2.405 toneladas en toda la campaña. Eso significa que Báez cortó más de ocho toneladas diarias. Este año, el premio se lo llevó Jorge Faustino Urbina, el mejor cortador de 2016, y en la página web de la empresa lo destacaron en una imagen bastante representativa: http://www.notipellas.com/notaflip/fin-de-safra/

En el Ingenio San Antonio, según el director de comunicación del grupo Pellas, Ariel Granera (hermano de la directora de la policía), “se han reducido las jornadas laborales a no más de ocho horas y la compañía proporciona suficiente hidratación además de un seguimiento y atención in situ a sus trabajadores”. Además, la empresa se precia de ser todo un ejemplo de  Responsabilidad Social Corporativa (RSC). En su publicidad, por supuesto, no se menciona la insuficiencia renal crónica ni lo que pasa con los trabajadores que despiden por estar enfermos. Se puede ver en https://www.youtube.com/watch?v=x2H0XDkKHlk

En los caminos que rodean al ingenio, en un barrio conocido como El Chorizo (los nombres aquí siguen sin engañar), vive Franklin. La puerta de su terreno es un cuadro de tablas y alambres. Ha trabajado en el ingenio ocho años. Empezó a trabajar siendo menor de edad (entró con la identificación de otro compañero adulto, algo bastante habitual). Franklin acaba de “salir pegado” con IRC. Le han dicho que para tener derecho a pensión necesita demostrar que trabajó al menos 107 semanas de zafra. Tiene la esperanza de que se la den, pero será muy poco dinero para mantener a una familia con dos hijas en una casa pequeña, de suelo de tierra dura y rodeada de lodo por todos lados, frente al ingenio San Antonio.

Nadie acierta a decirnos si existe un salario base para los trabajadores de caña.  Franklin sonríe. “¿Salario base?... Ahí pagan por tonelada cortada”. ¿Y los descansos cómo son? “Ahí en cuanto uno se detiene, le están llamando la atención. Ahí no se para. El año pasado pusieron unos toldos para que pudiéramos descansar, pero nadie lo hacía”. Todo ello contradice las declaraciones de la empresa.

El número de muertos por IRC ha crecido tanto (se estima que fallecen  cuatro hombres a la semana) que el alcalde del municipio tuvo que abrir un nuevo cementerio, ya que el viejo se estaba quedando pequeño, y regala tumbas a las familias con menos recursos. Muchas de esas tumbas son apenas un montículo de tierra apelmazada, como el suelo de las casas, con una cruz, unas iniciales y unas fechas que casi nunca superan las  cuatro décadas.

Aunque el grupo Pellas es ya un conglomerado de unas 20 empresas entre seguros, financieras, bienes raíces, hoteles de lujo, concesionarios de automóviles y un largo etcétera, el origen de su fortuna está allí, en Chichigalpa, en el ingenio San Antonio. Hoy, en sus alrededores de tierra y lodo nos cuentan otra historia sobre  la que pesa demasiado silencio. Y el silencio se está llenando de muertos.

[Este artículo ha sido publicado en el número de verano de la revista Alternativas Económicas. Ayúdanos a sostener este proyecto de periodismo independiente con una suscripción]

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