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Sobre este blog

Amnistía Internacional es un movimiento global de más de 7 millones de socios, socias, activistas y simpatizantes que se toman la lucha contra las injusticias como algo personal. Combatimos los abusos contra los derechos humanos de víctimas con nombre y apellido a través de la investigación y el activismo.

Estamos presentes en casi todos los países del mundo, y somos independientes de todo Gobierno, ideología política, interés económico o credo religioso.

India tiene un lado oscuro

Taj Mahal en Agra, India. Copy: By Yann, via Wikimedia Commons

Carlos de las Heras

Responsable del trabajo contra la pena de muerte en Amnistía Internacional —

Siempre he querido viajar a la India. Conocer Agra y el imponente Taj Mahal, visitar la región de Rajasthan y su ciudad rosa de Jaipur, bañarme en las playas de Goa o caminar por la cordillera más alta del mundo, el Himalaya. Pero además de estas maravillas naturales y arquitectónicas, India tiene más motivos para recorrer miles de kilómetros hasta allí. La India es una de las civilizaciones más antiguas de la tierra; para algunos historiadores, la más antigua. Y como tal, guarda tradiciones milenarias, tradiciones que han pasado de generación en generación. Algunas se han ido perdiendo en el tiempo y en la memoria de los más mayores. Otras, aún siguen vigentes a día de hoy.

Una de estas tradiciones a las que quiero referirme es la pena de muerte. Al igual que otras culturas, durante siglos la India ejecutó a personas por “tradición”. Cuando llegaron los británicos, allá por el siglo XVII, instauraron algo parecido a un Código Penal. Ese Código Penal se fue asentando y 200 años después, cuando la población de la India alcanzó la independencia, mantuvo la pena capital entre sus artículos; pena capital que solo se aplicaría “en los casos más excepcionales”.

Los años pasaron y el uso de la pena de muerte fue retrocediendo en India, al igual que en el resto del mundo. Hasta el año pasado. El 21 de noviembre Ajmal Kasab, un ciudadano paquistaní, fue ahorcado en la ciudad de Pune. En 2010, un tribunal especial le había declarado culpable de participar en los atentados de Mumbai, en los que murieron más de 150 personas y resultaron heridas más de 250. Ajmal Kasab cometió delitos horribles, muy graves, pero la pena de muerte nunca puede ser una opción. Durante años se han realizado estudios que demuestran que este castigo cruel, inhumano y degradante no es disuasorio, se aplica de manera arbitraria y es tremendamente discriminatorio. No todos somos iguales frente a la pena de muerte.

Esta ejecución rompía con ocho años en los que el país había renunciado a llevar a cabo ejecuciones. Para Amnistía Internacional, un país que permanece 10 años sin recurrir a la pena de muerte, es un país abolicionista en la práctica. India estaba cerca, pero desafortunadamente no se sumó a los 140 países que, bien en la ley, bien en la práctica, han renunciado a la pena capital, una violación de derechos humanos básicos, como el derecho a la vida.

La petición de indulto de Ajmal Kasab fue rechazada por el presidente Pranab Mukherjee a primeros de noviembre. Ni el abogado de Ajmal Kasab ni la familia de éste, que vivían por entonces en Pakistán, fueron informados de la ejecución inminente, lo que vulnera las normas internacionales sobre el uso de la pena de muerte. Y lo que es más preocupante, el ministro del Interior indio declaró públicamente que se había hecho así para evitar la intervención de los activistas de derechos humanos. La rapidez y secretismo que rodearon esta ejecución despertaron el peor de los presagios: la pena de muerte estaba de vuelta en India.

Poco más de tres meses después, a las 8.00 horas del 9 de febrero de 2013, las autoridades indias ejecutaron en la horca a Mohammad Afzal Guru en la cárcel de Tihar, Nueva Delhi. Esta ejecución se convertía en la segunda en India tras un paréntesis de ocho años. Su condena a muerte fue ratificada por el Tribunal Supremo de India en 2005. Su última posibilidad de apelación, un indulto del Presidente, fue rechazado solo tres días antes de que fuera ejecutado. Aún no sabemos con exactitud si Afzal Guru tuvo oportunidad de solicitar una revisión judicial de la decisión de rechazar su petición de indulto, una práctica habitual en otros casos. Lo único que sabemos con certeza es que existían graves dudas sobre las garantías que tuvo el juicio. Afzal Guru no contó con representación letrada de su elección ni tuvo un abogado con experiencia adecuada durante el juicio, algo fundamental en estos casos. Tras ser ahorcado, se conoció que su familia, en Cachemira, afirmaba que no se les informó de su inminente ejecución, violando con ello las normas internacionales sobre el uso de la pena de muerte. Tampoco les devolvieron el cadáver para las honras fúnebres, en incumplimiento de las normas internacionales.

Desde noviembre de 2012 han sido dos las personas ejecutadas en India, pero son decenas las que están en riesgo de ejecución inminente. El pasado mes de marzo el presidente Mukherjee rechazó las peticiones de indulto de al menos siete personas, que podrían ser ejecutadas en cualquier momento, de nuevo entre el oscurantismo y el secretismo.

Sigo deseando viajar a la India, soñando con bañarme en las playas de Goa y en recorrer a pie el Himalaya. Pero desde noviembre del año pasado, hay un oscuro lado de la India que no quiero conocer. Esa oscuridad podría dejar paso a la luz si las autoridades de la India se alejaran de este acto inhumano que es la pena de muerte. Para ello, qué mejor manera que establecer una suspensión oficial de las ejecuciones, conmutar todas las condenas a muerte y, en última instancia, abolir la pena capital para todos los delitos.

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