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Día 73 en estado de alarma: lo que recordaremos

Amor, drama y soledad protagonizan miles de relatos ciudadanos de la pandemia

Irene Mata Blasco

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Mi madre dice que ella ya no porque es mayor, pero que nosotros contaremos y recordaremos esta pandemia y todo lo que está sucediendo alrededor. Suena raro tener que recapitular y cerrar cuando aún todavía no ha pasado. Cuando sigue gente muriendo en los hospitales. Cuando nuestras sanitarias, nuestras cajeras, nuestras trabajadoras esenciales, siguen al pie del cañón. Cuando la vida no ha vuelto a ser la que era. Cuando todavía no podemos abrazar a todos nuestros amigos y familiares. Cuando las mascarillas cubren la mitad de nuestro rostro y la distancia de 2 metros se ha convertido en nuestro mantra. Cuando aún seguimos despidiendo seres queridos.

La vida no ha vuelto aún a ser la que era, pero el tiempo sigue su curso. Salimos de nuevo al exterior y nos sorprende que el calor haya llegado de golpe. Hace tres días estábamos aplaudiendo en jersey, y hoy salimos a hacerlo con vestido corto. Por supuesto, el calor no ha llegado de golpe. El calor ha llegado siguiendo su curso. Somos nosotros los que hemos pisado las calles, cual hombres recién salidos de una caverna platónica, a encontrarnos con una nueva realidad. Una realidad en la que las estaciones se han ido sucediendo, mientras nosotros nos quedábamos en casa y luchábamos contra los elementos por no enfermar. Por no saturar a nuestras ya saturados servicios sanitarios. Por no morir.

Así que cuando, dentro de unos años, me pregunten qué recuerdo de la pandemia que asoló parte del mundo en el año 2020, seré sincera. Diré que recuerdo cómo nos quedamos en casa Ale, Pepa y yo. Recuerdo cómo trabajé con mis maravillosos niños desde casa, cómo nuestro grupo de WhatsApp del Cadis, donde trabajamos con niños de altas capacidades, se llenó de esperanza, de cooperación, de entusiasmo, y cómo a pesar de estar lejos, nos sentimos más cerca que nunca.

Recuerdo cómo veía a mi hermano y a mi madre a lo lejos con su mascarilla, cuando les llevaba la compra, porque ella había dado positivo, como la mitad de compañeras y compañeros del servicio de urgencias del Hospital Virgen Macarena. Recuerdo cómo aplaudimos a aquellas y aquellos que se dejaron la piel por nosotros: médicas, enfermeras, auxiliares, personal de limpieza, transportistas, trabajadores y trabajadoras de supermercados, de farmacias, de gasolineras, del campo…

Recuerdo cómo fuimos tremendamente afortunados por tener una casa amplia, bonita, acogedora, donde pasar estos meses. Recuerdo las vídeollamadas con los amigos, la locura del papel higiénico primero y del pan después. Los audios interminables con Sara, con Almudena. Recuerdo una Sevilla vacía, silenciosa, de ella misma. Recuerdo cómo nos saludaban nuestros pequeños vecinos, Pablo y Manuel, y cómo nuestros aplausos se alargaban media hora mientras charlábamos con ellos en la distancia.

Recuerdo cómo las azoteas se convirtieron en gimnasios, patios de juego, lugares para conocer a los vecinos de otras azoteas. Recuerdo cómo intentamos ayudar a los que pudimos de la manera que mejor supimos. Recuerdo la solidaridad de los barrios obreros. Recuerdo los carteles luminosos de “Alerta Coronavirus”. Recuerdo salir a la calle con temor. Recuerdo la sensación de distopía por los pasillos del supermercado. Recuerdo que parecimos olvidar que antes de la pandemia la gente moría de otras causas.

Recuerdo que después del aplauso final nosotros seguimos aplaudiendo, con más fuerza, para no olvidar que todavía no había acabado. Recuerdo pensar en cómo cambiaría el mundo, en si el teletrabajo sería el futuro en España. Recuerdo cómo agradecí haberme podido despedir de mi abuela el año anterior, con toda la familia y los amigos alrededor, y cómo algunos no habían tenido tanta suerte. Recuerdo las cifras de muertos y de contagiados subiendo, cifras que parecía que nunca iban a bajar.

A Fernando Simón, nuestro San Fernando, decir que el pico estaba cerca. Recuerdo desear que llegase ya ese pico, porque nos iba la vida en ello. Recuerdo cómo nos reímos, irónicos, cuando leímos que un meteorito iba a pasar cerca de la tierra, preguntándonos si es que aún podríamos estar peor (¡Jehová, Jehová!). Recuerdo pensar en qué nos convertiríamos, en qué recordarían los demás.

Recuerdo una sensación de irrealidad pasmosa las primeras semanas. Recuerdo echar de menos mi pueblo, Santa María del Tiétar (Ávila), y a todos los amigos, los vecinos, los boleros. Recuerdo todos los planes aplazados, todos los que tuvimos que cambiar, y todos lo que ni una pandemia mundial nos arrebató. Recuerdo que peleamos porque el virus no nos quitara más de lo que nos había quitado ya. Recuerdo que mientras nosotros paramos, el mundo siguió. Para casi todos.

Ni todos salimos, ni todos salimos igual. Por eso, cuando, dentro de unos años me pregunten, recordaré a todos aquellos que ya no están con nosotros. A los que están peleando aún, a los que perderán esta pelea. En un momento lleno de recuerdos, no os olvidaremos jamás.

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