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Opinión - ¿Y ahora qué? Por Marco Schwartz

Descifrando a Juanma Moreno, el “califa” de la derecha andaluza

Daniel Cela

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Alberto Núñez Feijóo telefoneó a Juan Manuel Moreno la noche electoral del 19 de junio, pasadas las once de la noche, para felicitarle en persona por su “victoria histórica” en Andalucía: 58 diputados, la primera mayoría absoluta del PP-A, la primera que se registra en esta región en 14 años. “Eres el nuevo califa de Andalucía”, le dijo. El presidente del PP nacional ya había usado aquella expresión antes. Durante el congreso nacional del partido que encumbró a Feijóo, en Sevilla, tomó la palabra después de éste y en tono cariñoso dijo: “El califa ha dejado el ambiente caldeado, a ver qué digo yo ahora”.

Entonces, a los más veteranos de la política andaluza les sonó raro, rarísimo, que el líder de la derecha se hiciera llamar “califa”, un apodo con propiedad exclusiva del histórico líder comunista Julio Anguita, que mantuvo su hegemonía sobre el electorado de Córdoba desde 1979, cuando accedió a la Alcaldía con una mayoría relativa, hasta que se marchó al Parlamento andaluz para convertirse en una obsesión para el PSOE.

Ahora, tras el resultado apabullante del PP en las urnas, no suena tan descabellado que Moreno se haya adueñado de aquel apodo simbólico de la izquierda. Los populares han alcanzado su cota electoral más alta en Andalucía –1.582.299 votos; 58 diputados, el 43,1% del escrutinio– tras reagrupar al electorado de derechas, fagocitando a Ciudadanos y frenando el ascenso de Vox. “Es el barón de barones”, dice una fuente de la dirección nacional.

Pero su mayoría no se entiende sin la cascada de andaluces que ayer votaban al PSOE u otras opciones de izquierdas y hoy han prestado su papeleta a Moreno. Han ganado en pueblos grandes donde el PP no tiene ningún concejal, como Utrera. Han ganado en bastiones socialistas donde el PP nunca ha gobernado, como Dos Hermanas y Alcalá de Guadaíra. Han ganado en municipios con sólidos alcaldes de IU, como Medina Sidonia, en Cádiz. Y han quedado segunda fuerza en municipios históricamente ligados a la izquierda jornalera y obrera, como Marinaleda, donde gobierna desde hace décadas Juan Manuel Sánchez Gordillo.

Uno de los datos que Moreno leyó este domingo, antes de abandonar la sede del PP-A, y que más le “impactó” fue el trasvase de votantes de IU a su partido, “en torno al 5% y el 6%”, según fuentes próximas al presidente en funciones. El dirigente popular es el nuevo “califa” de una Andalucía nueva, con las izquierdas ausentes o peleadas internamente, y un PP “desideologizado, sereno, transversal” y desdibujado tras la figura omnímoda de Moreno.

La clave de esta victoria, reconocen en el entorno del presidente de la Junta, ha sido precisamente esconder las siglas del PP ante los andaluces y superponer la marca personal de “Juanma”. “Evidentemente para votar a Juanma Moreno hay que coger la papeleta del PP”, tuvo que explicar en la recta final de campaña, tras escuchar en la calle cómo le preguntaban una y otra vez dónde votarle. Pero, ¿quién es Juanma?

Desconocido, derrotado, héroe

En las elecciones autonómicas de 2018, el PP andaluz presentó por segunda vez como candidato a su presidente, un tal Juan Manuel Moreno Bonilla (Barcelona, 52 años). Se llamaba así, y así le llamaron mientras fue secretario de Estado de Servicios Sociales, entre 2011 y 2014 –de esta etapa la oposición le reprocha los recortes en el gasto para la Dependencia en plena crisis–; y antes, mientras fue diputado en las Cortes por Málaga, de 2007 a 2011; y mucho antes, siendo diputado cunero por Cantabria, de 2007 a 2011.

Llegó a la presidencia del PP andaluz por voluntad y empeño propio y por el señalamiento directo de Mariano Rajoy. “Tú lo has querido”, le dijo durante un desayuno informativo en Sevilla en marzo de 2014. A su designación contribuyó significativamente Javier Arenas, que susurró su nombre al entonces presidente del Gobierno, desactivando la alternativa que promocionaban Dolores de Cospedal y Juan Ignacio Zoido.

Y eso que en 2013, en una comparecencia en el Congreso en la que informó de los durísimos recortes sociales autorizados por su jefa, la por entonces ministra de Sanidad, Ana Mato, Moreno había asegurado: “Yo no quiero ser candidato y no voy a ser candidato”. Su promesa duró unos meses.

Fue Juan Manuel Moreno Bonilla en el desempeño de su actividad pública durante 20 años, desde la concejalía de Málaga en 1995 (siempre en cargos públicos y en un segundo plano) hasta que se presentó por primera vez a las elecciones andaluzas, en 2015. Pero entre sus allegados, quien le quería bien siempre le llamaba Juanma.

Y él quería que los andaluces le quisiesen. Necesitaba que le quisiesen. “Llamadme Juanma”, se aventuró a decir en 2014, al poco de ser elegido líder del PP andaluz, apenas unos meses antes de batirse por primera vez en las urnas. “Susana Díaz se reía de él, le ridiculizaba en todas las sesiones de control. Lo ha pasado mal, no creo que ninguna mayoría absoluta, por grande que sea, le convierta en un soberbio porque sabe lo que se siente estando al otro lado”, dice uno de sus colaboradores más fieles.

Así nació Juanma, el candidato; y Juanma, el presidente. El nombre de pila que ha borrado de un plumazo 37 años de gobiernos socialistas, 37 años de oposición infructuosa del PP, 37 años de miedo atávico a la derecha en Andalucía, otrora bastión de la izquierda española más arraigada a la tierra. El 19 de junio, Juanma Moreno venció a todos los partidos, incluido el suyo propio. En 2015 fue un candidato “desconocido”, en 2018 fue un candidato “fracasado” de antemano y en 2022 un “héroe”, dicen los suyos.

Fútbol, política y rock&roll

Hijo de comerciantes andaluces que emigraron a Cataluña en busca de trabajo, Moreno nació en Barcelona en 1970 y vivió un tiempo en Esplugues de Llobregat, donde el PP es hoy séptima fuerza, solo por delante de la CUP. Siendo pequeño se mudaron a Málaga; parte de su familia –sus tías– aún viven en el pueblo de Alhaurín el Grande, donde solía jugar al fútbol.

Alguna vez ha explicado que de pequeño quería ser futbolista, pero en la adolescencia le dio por cantar y llegó a ser vocalista de tres grupos: Falsas Realidades, Lapsus Psíquico y Cuarto Protocolo. Ahora está escuchando mucho a Sidonie. “Me gusta el indie español, es divertido”. En la campaña de 2018 se subió a un escenario, micrófono en mano. “Aunque no os lo creáis, yo soy muy tímido”, suele decir, pero la proyección mediática se le da bien y con el tiempo ha sabido perfeccionar dos cosas en las que hace unos años flaqueaba: sentido del humor y acento andaluz. “No lo tenía cuando llegó en 2014”, admite una persona de su equipo. A finales de aquel año también se afeitó las patillas largas, que le daban “un aspecto muy conservador”. Ahora va a tatuarse el 58 de su mayoría absoluta, porque le dio su palabra a un militante si conseguía rebasar los 55 escaños. “Lo voy a hacer, pero en pequeñito”, dice.

“En mi familia hay gente de izquierdas y de derechas”, ha repetido estos días en campaña como parte de su discurso de centralidad y moderación, junto a la anécdota de haber ido a un mitin de Felipe González en los 80. En 1993 fue presidente nacional de Nuevas Generaciones del PP, a quienes les dedicó un guiño en la jornada de clausura del último congreso del PP andaluz: “Veo pocas caras hoy de Nuevas Generaciones por aquí; bueno, en mi época era igual”, bromeó.

Según fuentes de partido, las juventudes populares con Moreno impulsaron una campaña en pro del colectivo LGTB mucho antes de que el PP recurriese la ley de matrimonio homosexual ante el Tribunal Constitucional (2005). Moreno está casado con Manuela Villena, politóloga de Granada, y sus tres hijos también nacieron en la ciudad de la Alhambra.

De carácter tranquilo

El presidente andaluz no es una persona con dobleces. Tiene colmillo, pero suele sacarlo más para defenderse cuando le atacan que para lanzar un ataque preventivo. Su temperamento es hipotenso, a ratos parsimonioso. Sus maneras son educadas. Su carácter amable era la materia prima, pero su equipo ha echado mano de una potente campaña de imagen para potenciar todas esas señas de identidad y convertirlo en un animal político.

Casi nadie lo creía posible, ni siquiera los suyos. Su jefe de prensa en la campaña de 2018, Sebastián Torres -hoy jefe de comunicación de la Junta- sí adelantó entonces que Moreno “era un diamante por pulir”, y que “si se quitaba los complejos, emergería como un cañón de político”. Hace cuatro años el malagueño estaba en el alambre. Hoy es el principal aliado territorial de Feijóo, con quien se ha repartido el poder orgánico del partido.

En las elecciones de 2018 hacía campaña prácticamente solo, seguido de su séquito más fiel –hoy son los hombres del presidente–, y con la dirección nacional de su partido dando martillazos a su ataúd político mientras él trataba de pedir el voto a los andaluces. “Cuando los tuyos te dan la espalda, se pasa mal, y esa experiencia deja una impronta en el carácter”, recordaba hace unos días, colmado de elogios, abrazos y selfies, en la última campaña, muy distinta a la anterior. Entonces obtuvo el peor resultado de la historia del PP –26 escaños–, pero logró sumar con Ciudadanos y Vox para convertirse en el primer presidente de derechas de Andalucía.

La ejecutiva nacional de Pablo Casado tuvo que desmontar la gestora que había preparado para tomar el control del PP andaluz. Aquella noche electoral, Zoido y otros dirigentes andaluces rivales internos de Moreno se encontraban en la calle Génova, sede del partido en Madrid, en lugar de Sevilla. Este domingo, en cambio, Zoido andaba por los pasillos de la sede andaluza con lágrimas en los ojos de “pura emoción”.

A Moreno todavía no se le ha borrado aquello, ni siquiera ahora que es él quien ha prescindido de las siglas de su partido, que llega a los mítines y los encuentra llenos, que la gente le abraza, le toca, le lanza besos y le pide fotos. Y le llaman Juanma. Todavía recuerda “la soledad de la campaña de 2018” y, sin extenderse mucho, reconoce que empatiza con su rival directo, el socialista Juan Espadas, al que ve “muy solo y con muchas dudas de los suyos alrededor”. “Lo va a pasar mal”, vaticina. Su intención, según ha repetido en varias entrevistas, es abandonar la presidencia después de ocho años para dedicarse a la empresa privada y pasar más tiempo con su familia. Ahora el PP le tiene como referente absoluto, pero si cumple su palabra ésta será su última legislatura como presidente andaluz.

Su imagen de moderado no se ha arrugado ni siquiera tras negociar y pactar tres presupuestos autonómicos y un puñado de leyes con la ultraderecha, incluido concesiones al lenguaje negacionista contra la violencia machista (“violencia intrafamiliar”, lo llamaron). Moreno ha sido presidente gracias a Vox, como le recordó Macarena Olona en el debate electoral de Canal Sur, como le recordaba a diario el PSOE, e incluso dirigentes del PP retratados en el ala dura, como Cayetana Álvarez de Toledo o Isabel Díaz Ayuso. Pero finalmente ha sido él quien ha cortocircuitado el ascenso del partido de Santiago Abascal y marcado el carril de la centralidad al PP de Feijóo.

Moreno empezó la carrera de Psicología, pero no la terminó. Se pasó al grado en Protocolo por la Universidad Camilo José Cela, pero más tarde saltaría al Programa de Liderazgo para la Gestión Pública. Su currículum vitae despista, porque ha ido decreciendo según la versión que colgaba en su biografía de diputado en la Cámara Baja. Pasó de ser Licenciado en Administración y Dirección de Empresas (ADE) en la legislatura del 2000, a tener estudios de ADE en 2004 y a no tener siquiera estudios superiores en 2008.

En la noche electoral del 19J, el PP andaluz estalló en júbilo prácticamente desde la hora del cierre de las urnas. Todo eran risas, música y festejos y, entre todos los rostros exultantes, destacaba el semblante tranquilo (y cansado) del ganador. “¿Pero cómo estás tan tranquilo? ¿Por qué no estás dando saltos de alegría?”, le preguntaron en un corrillo de periodistas, en un bar junto a la sede donde la cúpula del PP andaluz se fue a celebrar la victoria.

“Esto es una victoria histórica, un cambio de mentalidad en Andalucía, una apuesta por otra forma de hacer política, pero muchos de los que nos han votado vienen de otros partidos y hay que saber gestionar esto con humildad”, avisó él, para asombro de los interlocutores. Decía un veterano dirigente del PSOE andaluz que las siguientes elecciones se empiezan a preparar el día después de las últimas. Otra lección socialista que Moreno ya ha hecho suya.